El Altar: Un Lugar de Sacrificio, no de Cena

En el corazón de la liturgia católica, hay un objeto central que define su propósito: el altar. Este sagrado mueble no es un simple elemento decorativo, sino el lugar donde se renueva el único y perfecto Sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo. Sin embargo, en las últimas décadas, hemos sido testigos de un cambio significativo en la liturgia: el reemplazo de los altares de piedra por mesas de madera. Si bien a primera vista este cambio puede parecer insignificante, es, en realidad, un signo externo de un profundo cambio doctrinal y teológico. Como Monseñor Marcel Lefebvre en su lIbro “La Misa Nueva”. argumenta con gran claridad, este reemplazo no es casual, sino una imitación de la liturgia protestante y una forma de hacer desaparecer la noción de sacrificio. Si la idea del sacrificio desaparece, toda la Iglesia podría deslizarse hacia el cisma y la herejía.

El Altar de piedra

El altar ha sido, desde los orígenes de la Iglesia, el lugar del sacrificio. La palabra “altar” misma deriva del latín altare, que significa “lugar alto”, “lugar para sacrificios”. En la historia de la salvación, los altares fueron construidos por los patriarcas del Antiguo Testamento para ofrecer sacrificios a Dios, y en el Nuevo Testamento, el Altar del Calvario fue la cruz donde Cristo se inmoló por la redención del mundo. La Iglesia Católica, al celebrar la Misa, ha continuado esta tradición, considerando el altar como la representación mística de Cristo mismo, el sumo sacerdote y la víctima.

Históricamente, los altares católicos han sido de piedra, un material que simboliza a Cristo como la “roca” de nuestra fe, la “piedra angular”. Dentro de los altares tradicionales se colocan reliquias de mártires, un recordatorio de que la Misa es un Sacrificio, y los mártires, al derramar su sangre, se unieron al Sacrificio de Cristo en la cruz. Este simbolismo es rico en significado y refuerza la idea de que lo que ocurre en la Misa no es una comida, sino un acto de adoración y ofrenda.

La Mesa Protestante: Un Símbolo de Conmemoración

El protestantismo, al rechazar la doctrina del Sacrificio de la Misa, sustituyó los altares por mesas. Para ellos, la “cena del Señor” no es un sacrificio, sino una conmemoración del evento de la Última Cena. Su liturgia se centra en la “mesa de la comunión”, un lugar donde los fieles se reúnen para comer el pan y beber el vino en memoria de Cristo. La mesa, por su naturaleza, invita a una cena, a una reunión social, no a un sacrificio. La mesa es un lugar de encuentro horizontal, mientras que el altar es un lugar de encuentro vertical con Dios.

Cuando la liturgia del Novus Ordo Missae reemplazó el altar por la mesa, el mensaje fue claro. El documento de Monseñor Lefebvre critica esta adopción de la “mesa” en lugar del altar como una concesión al protestantismo. Se nos dice que la mesa de madera es más “humana”, más “cercana” al pueblo, pero ¿a qué costo? Se sacrifica la idea de que la Misa es un acto sagrado y misterioso de adoración y ofrenda a Dios, y se la reduce a una reunión comunitaria.

La desaparición de la noción de sacrificio es la intención central detrás de este cambio. El altar, por su forma y material, grita “¡Sacrificio!”, mientras que la mesa, por su forma y material, susurra “¡Cena!”. Si la Misa es una cena, el sacerdote no es un sacerdote en el sentido católico, sino un anfitrión. Si el sacerdote es solo un anfitrión, la Presencia Real se vuelve superflua. La cadena de la fe se rompe eslabón por eslabón.

La Implicación para la Fe y el Culto

Este cambio de altar a mesa tiene consecuencias graves para la fe de los fieles. Si el objeto central de la liturgia se parece a un mueble de comedor, ¿cómo podemos esperar que los fieles conserven la fe en la Misa como un verdadero Sacrificio? La liturgia, al ser un reflejo de la fe, ha causado que muchos católicos, sin siquiera saberlo, adopten una mentalidad protestante.

Monseñor Lefebvre advierte que, si se pierde la idea del Sacrificio, se abre la puerta a la herejía. Él sostiene que la herejía en la Iglesia no es un fenómeno aislado, sino que está íntimamente ligada a una crisis del culto. Si el culto no está enraizado en la verdad del Sacrificio, los fieles perderán la fe en la Presencia Real, en el Sacerdocio Ministerial y en la naturaleza misma de la Misa. La Misa se volverá algo vacío, sin la gracia de Dios.

La Misa de siempre, con su altar de piedra, su sacerdote de espaldas al pueblo, y su orientación hacia el Oriente, es una catequesis de la fe. Cada elemento de la liturgia tradicional, desde el altar hasta las oraciones, nos recuerda que estamos ante Dios y que estamos participando en un acto divino. Al abandonar estos elementos, abandonamos la riqueza de nuestra fe.

El cisma es el último resultado de esta erosión de la fe. La Misa, al no ser reconocida como el Sacrificio de Cristo, pierde su poder para unir a la Iglesia. La unidad de la Iglesia se basa en la unidad de la fe, y la fe se expresa en la liturgia. Si la liturgia se vuelve una imitación de la liturgia protestante, ¿cómo podemos esperar que el protestantismo se convierta?

La Restauración del Altar: Un Camino hacia la Fidelidad

La restauración de la Misa de siempre es una necesidad, no un capricho. Es el camino para restaurar el altar a su lugar legítimo en la liturgia. Restaurar el altar es restaurar la fe en el Sacrificio, en la Presencia Real y en el Sacerdocio. El altar es el corazón de la iglesia, y su significado teológico debe ser defendido y preservado.

Para los sacerdotes y fieles que se sienten llamados a defender la Tradición Católica, el altar debe ser el centro de su devoción. Es el lugar donde Dios desciende al mundo, donde el cielo se encuentra con la tierra. Es el lugar donde, de manera mística y real, se ofrece el mismo Sacrificio que nos redimió a todos. Es la fuente de toda gracia y santidad.

El reemplazo del altar por la mesa: Es un símbolo de una revolución doctrinal que ha llevado a una crisis de fe. Si amamos a la Iglesia, debemos defender el altar y la verdad que representa. Al hacerlo, estaremos defendiendo el Sagrado Sacrificio de la Misa y, en última instancia, nuestra propia salvación y la de la humanidad.

Que el Señor nos conceda la gracia de ser fieles a esta verdad, en defensa de la Santa Eucaristía.

Scroll al inicio