San Ursino: Obispo sembrador del Evangelio en las tierras de Francia

Historia

San Ursino, también llamado Urcino, es venerado como el primer obispo de Bourges, en las Galias, y uno de los grandes discípulos del Evangelio que llevaron la luz de Cristo a tierras paganas. Según la tradición más antigua, fue uno de los setenta y dos discípulos del Señor, y algunos incluso lo identifican con Natanael, aquel a quien Jesús dijo: “He aquí un verdadero israelita en quien no hay engaño” (Jn 1,47). Desde los primeros días de la Iglesia, su vida se entrelazó con los misterios del Evangelio y con los apóstoles.

Tras la Ascensión de Cristo, Ursino dejó su antiguo nombre judío y, movido por el Espíritu Santo, fue enviado por San Pedro a predicar el Evangelio a los pueblos de las Galias, especialmente a los vitúrigos. En obediencia a este mandato, estableció su sede en Avaricum (Bourges), donde comenzó una obra misionera inmensa. Fue un pastor incansable, lleno de celo y de fe, que no temió las dificultades ni las persecuciones.

Las conversiones comenzaron entre los pobres, los más abiertos a la gracia de Dios. Ursino eligió entre ellos a los más fervorosos y los formó cuidadosamente en la fe y la vida cristiana, preparando a varios para el sacerdocio. Les enseñó no solo la doctrina, sino también el arte del culto divino: cómo cantar los salmos, edificar iglesias y servir al altar con reverencia. En sus humildes templos, levantados con sacrificio y pobreza, se palpaba ya el fuego del Espíritu Santo.

Uno de los episodios más hermosos de su vida fue la conversión de un noble pagano llamado Leocadio, senador de las Galias. Este hombre, descendiente de mártires, fue tocado por la santidad de Ursino. Cuando el santo pidió una casa para convertirla en iglesia, Leocadio no solo accedió, sino que entregó su propiedad y su corazón a Cristo, bautizándose junto a su hijo. Aquella casa se convirtió en la primera iglesia de Bourges, consagrada al verdadero Dios y enriquecida con reliquias de San Esteban, el protomártir.

Después de muchos años de ministerio, San Ursino murió santamente, probablemente el 29 de diciembre. Fue enterrado sin distinción en un cementerio común, como signo de su humildad. Con el tiempo, su sepulcro se perdió, pero Dios mismo quiso glorificar a su siervo: siglos después, su cuerpo fue hallado incorrupto gracias a una revelación milagrosa. El sacerdote San Augusto y San Germán de París tuvieron visiones en las que el santo les indicó el lugar de su sepultura. Cuando la abrieron, encontraron su cuerpo intacto, como dormido, y al trasladarlo, el féretro se volvió milagrosamente liviano, signo claro de su deseo de permanecer con su pueblo.

Durante siglos, sus reliquias fueron veneradas con gran devoción. Milagros, conversiones y curaciones se multiplicaron junto a su tumba. Aunque durante la Revolución Francesa parte de sus reliquias fueron profanadas, Dios permitió que se conservaran fragmentos preciosos, que hoy siguen siendo testimonio de su santidad y de la fidelidad de la Iglesia que edificó con su sangre y oración.

San Ursino fue proclamado oficialmente primer obispo y patrono principal de la diócesis de Bourges por el Papa San Pío X. Su vida nos recuerda que la verdadera fe florece cuando se siembra con humildad, se riega con sacrificio y se protege con amor a la verdad.

Lecciones

1. Ser misionero es obedecer sin miedo. San Ursino no eligió su destino; fue enviado. Así también el sacerdote y el laico deben aceptar la misión que Dios les confía, aunque sea difícil o incomprendida.

2. La evangelización comienza por los pobres de corazón. Los sencillos, los pequeños, son los primeros en abrirse a la gracia. Solo quien se hace pobre en espíritu puede comprender el Reino de Dios.

3. La santidad se manifiesta en la fidelidad silenciosa. Ursino no buscó honores, pero Dios mismo lo glorificó con milagros después de su muerte. Quien sirve por amor a Cristo no necesita otra recompensa.

4. El celo apostólico no muere. La obra que inició San Ursino sigue viva en los fieles que hoy continúan su legado. Cada alma que ama a Cristo prolonga la misión de los primeros discípulos.

“San Ursino enséñanos a vivir con celo misionero y humildad, para que el fuego de Cristo arda también en nuestros corazones.”

Fuentes: FSSPX, VidasSantas, Wikipedia

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