
Historia
San Andrés Avelino fue un sacerdote del siglo XVI, modelo de pureza, penitencia y celo apostólico. Nació en Castronuovo, Italia, en 1521, en una familia profundamente cristiana. Desde joven mostró una inteligencia brillante y un amor sincero por la virtud. Estudió derecho y teología en Nápoles, donde fue ordenado sacerdote. Pero un suceso marcaría un antes y un después en su vida espiritual.
Durante una lectura pública de documentos eclesiásticos, cometió una pequeña mentira, sin mala intención, pero suficiente para que su conciencia lo atormentara profundamente. Desde entonces decidió no volver a mentir jamás, ni por cortesía ni por conveniencia, y comenzó una vida de penitencia radical, buscando siempre la pureza del corazón y la verdad en todo lo que hacía. Fue este incidente el punto de partida de su conversión total a Dios.
Ingresó a la Orden de los Clérigos Regulares Teatinos, fundada por San Cayetano, donde halló el ambiente de santidad que su alma deseaba. Allí hizo voto especial de huir de toda mentira y de toda ocasión de pecado venial deliberado. Vivía convencido de que el sacerdote debía ser un espejo de Cristo, y su oración constante era: “Señor, no permitas que yo cometa ni el más leve pecado venial”.
Su vida en comunidad fue un ejemplo de humildad, obediencia y caridad. Dormía poco, comía lo necesario y dedicaba largas horas a la oración ante el Santísimo. Era director espiritual de muchos fieles, a quienes guiaba con ternura pero con firmeza hacia la perfección cristiana. Se distinguió por su amor a la Sagrada Eucaristía, donde encontraba toda su fuerza y consuelo.
El demonio, enemigo de las almas fervorosas, lo atacó con tentaciones terribles, pero Andrés nunca cedió. Respondía con oración, ayuno y confianza en la Virgen María. Su devoción al Rosario era diaria y ferviente. Decía que el alma sacerdotal solo se conserva pura bajo el manto de la Madre de Dios.
El 10 de noviembre de 1608, San Andrés Avelino estaba celebrando la Santa Misa. Al llegar al altar y pronunciar las palabras del salmo: “Introibo ad altare Dei — ad Deum qui lætificat juventutem meam” (“Me acercaré al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud”), fue repentinamente alcanzado por una apoplejía (una especie de derrame cerebral). Cayó inconsciente a los pies del altar, ante el mismo Señor a quien había servido con tanto amor y penitencia.
Sus hermanos barnabitas corrieron a asistirlo y lo llevaron a su celda, donde murió poco después, con los ojos fijos en el crucifijo y los labios moviéndose suavemente en oración. Murió literalmente en el altar del sacrificio, donde Cristo renueva su Pasión, ofreciendo su propia vida junto con la de su Redentor.
Murió a los 88 años, en 1608, justo en el lugar donde tantas veces ofreció el Sacrificio de Cristo. Así, su última respiración fue una ofrenda al Cielo.
Su cuerpo fue hallado incorrupto y muchos milagros comenzaron a obrarse por su intercesión. Fue canonizado por el Papa Clemente XI en 1712. San Andrés Avelino nos deja el ejemplo luminoso de un sacerdote que luchó hasta el final por la pureza del alma y la fidelidad a Cristo.
Lecciones
1. Toda conversión comienza con una gracia humilde. Una pequeña falta lo llevó a una gran santidad, porque no justificó su pecado, sino que lo ofreció a Dios para ser transformado.
2. La pureza sacerdotal es un fuego que se alimenta en el altar. San Andrés vivió centrado en la Eucaristía, donde su alma se mantenía encendida por el amor divino.
3. El pecado venial no es cosa pequeña. Este santo enseña que quien ama verdaderamente a Dios no quiere ofenderlo ni siquiera en lo más mínimo.
4. Morir en el altar es morir en gracia. Su vida nos recuerda que el fin del sacerdote debe ser ofrecerse cada día como víctima junto con Cristo, hasta entregar su última respiración en el sacrificio del amor.
“San Andrés Avelino nos enseña que quien vive en la verdad, muere en el Amor. Su último aliento ante el altar fue su comunión eterna con Cristo, el Dios de su juventud.”
