
Historia
En el siglo XVIII, cuando la impiedad y el racionalismo pretendían apagar la fe en España, Dios levantó a un humilde fraile capuchino para encender de nuevo el fuego del amor divino: el Beato Diego José de Cádiz. Nació en 1743, de familia noble y virtuosa, y desde niño mostró un alma profundamente piadosa. Pasaba horas ante el Santísimo, ayudaba en Misa cada día y encontraba su alegría en la oración. Sin embargo, su infancia también estuvo marcada por la humillación: era débil para el estudio y tartamudo, motivo por el cual muchos lo despreciaron.
A los 13 años, tras ser rechazado por sus maestros, sufrió una profunda humillación, pero la aceptó en silencio y perdonó a todos. En lugar de rebelarse, se refugió en la oración y en el amor a Cristo Eucaristía. Allí, entre los Capuchinos de Ubrique, descubrió su vocación. Intentó ingresar en la orden, pero fue nuevamente rechazado por su escasa instrucción. Sin embargo, su fe lo sostuvo. Un día, desesperado, golpeó suavemente la puerta del sagrario y oró con lágrimas: “Enseñadme Vos, Dios mío, y aprenderé.”
El Señor escuchó aquella súplica. Durante la oración, fue arrebatado en una visión celestial: vio a los ángeles cantando y sintió al Espíritu Santo descender sobre él, llenándolo de sabiduría. Desde entonces, su mente y su corazón se transformaron. El joven que no sabía hablar ni estudiar se convirtió en un orador elocuente, lleno de luz divina. Ingresó en los Capuchinos, hizo su profesión perpetua y fue ordenado sacerdote.
Como misionero y predicador, recorrió toda España, llenando templos y plazas con su palabra ardiente. Los pecadores más endurecidos lloraban y se convertían. Pero su humildad era aún mayor que su fama: rogaba a Dios que lo destinara a los lugares más pobres y ocultos. En una ocasión, mientras oraba pidiendo ser relevado del ministerio público, se le apareció Cristo cargando la Cruz y le dijo: “¿Y cómo no he de caer, si tú, a quien escogí para sostenerme, piensas abandonarme en perjuicio de mis ovejas?” Aquellas palabras lo marcaron para siempre: comprendió que debía ser un cirineo de Cristo en un mundo que ya no quería cargar la Cruz.
A partir de entonces, predicó con más fuerza aún. Jesús y María eran su todo. Llevaba sobre su pecho una cruz de hierro con clavos que le herían la carne, recordando constantemente su unión con el Crucificado. Predicaba contra los vicios, la indiferencia y las burlas al sacerdocio, y muchas de sus profecías se cumplieron, como la peste que azotó Sevilla tras el sacrilegio de los teatros.
Su humildad lo hacía aún más grande. Cuando lo aclamaban como sabio y santo, respondía: “¿A qué tanto viento para tan poco polvo?” y añadía: “De pequeño me llamaban borrico, y aún me cuadra bien ese nombre.” Su sabiduría provenía del Sagrario. Solía decir: “Allí está mi corazón.” En la Eucaristía bebía el fuego del amor a Jesús, y en la Virgen María encontraba la ternura y fortaleza de su alma.
Murió santamente el 24 de marzo de 1801, después de una vida entregada totalmente a Dios y a las almas. Su muerte fue la de un santo: besando el crucifijo y repitiendo “Jesús, Jesús, ya sabéis que os amo.” Fue beatificado por el Papa León XIII en 1894, quien reconoció su celo, humildad y el fuego apostólico con que salvó a España del veneno del ateísmo.
Lecciones
1. La humildad atrae la sabiduría de Dios.
El Señor no busca talentos humanos, sino corazones dóciles. La puerta del sagrario que tocó el joven Diego es símbolo de la gracia que abre el alma humilde.
2. El predicador debe sostener la Cruz.
Cuando Cristo le dijo “¿y cómo no he de caer?”, le enseñó que el sacerdote y el laico deben compartir con Él el peso de las almas, no huir de ellas.
3. La Eucaristía es la escuela de los santos.
Diego aprendió todo a los pies del Sagrario. De allí brotó su sabiduría, su amor y su fuerza apostólica. Sin oración, no hay fecundidad espiritual.
4. La verdadera grandeza está en el amor y la obediencia.
Su vida mortificada, su fidelidad a los superiores y su ternura con María muestran que la santidad no está en los aplausos, sino en la obediencia alegre al querer de Dios.
“Beato Diego José de Cádiz: nos enseña que la verdadera sabiduría no nace de los libros, sino del Sagrario; y que quien sostiene la Cruz con Amor sostiene también la Salvación del Mundo.”
