
Historia
San Alberto Magno nació entre 1193 y 1206 en Lauingen, Alemania, en el seno de una familia noble. Desde joven mostró una inteligencia fuera de lo común: observador, estudioso, amante de la naturaleza y de las ciencias. Pero, sobre todo, un alma profundamente dócil a la gracia de Dios y bajo la especial protección de la Santísima Virgen, quien lo preservó en pureza y lo guió hacia la santidad.
Estudiando en Padua sintió el llamado divino a la vida religiosa. Tras mucha oración a la Virgen y a pesar de la oposición de su familia, ingresó en la Orden de Predicadores bajo la influencia espiritual del Beato Jordán de Sajonia, sucesor de Santo Domingo. Allí comenzó una carrera académica y espiritual que transformaría para siempre a la Iglesia.
Sus talentos eran tan grandes que pronto pasó de discípulo a maestro. Enseñó en Hildesheim, Friburgo, Ratisbona, Estrasburgo y finalmente en la prestigiosa Universidad de París, donde obtuvo el título de Doctor Universal, un reconocimiento a su inmenso saber y a su capacidad de iluminar todas las ciencias a la luz de la fe.
San Alberto no fue solamente un sabio, sino uno de los más grandes santos de su tiempo. Supo unir la ciencia más profunda con la humildad más sincera. Llevó a la Orden Dominicana a un nivel altísimo de estudio y santidad, y entre sus discípulos se encontraba nada menos que Santo Tomás de Aquino, a quien él mismo predijo: “El mundo entero resonará con los mugidos de su doctrina”.
Fue provincial, mediador de conflictos, pacificador de ciudades, reformador de conventos y consejero de obispos y autoridades. Su palabra llevaba paz, su presencia serenaba, su inteligencia iluminaba, y su humildad edificaba a todos.
Nombrado Obispo de Ratisbona, mantuvo una vida pobre y sencilla, recorriendo su diócesis casi siempre a pie o en un asno, predicando, reformando, pacificando y guiando almas hacia Cristo. Más tarde predicó la Cruzada por encargo del Papa y participó en importantes misiones doctrinales y concilios, defendiendo siempre la verdad frente a los errores de su tiempo.
Sus obras abarcan prácticamente todas las ciencias: filosofía, teología, Escritura, botánica, zoología, física, astronomía, política, ética, mística. Él no estudió por curiosidad, sino para llevar a los hombres a Dios, convencido de que toda verdad auténtica conduce al Creador.
Murió en Colonia el 15 de noviembre de 1280, dejando tras de sí una estela de santidad, sabiduría y servicio. Fue canonizado por equipolencia por el Papa Pío XI en 1931 y proclamado Doctor de la Iglesia.
Lecciones
1. La ciencia debe conducir al amor de Dios
San Alberto enseñó que el fin de todo estudio es conocer y amar más al Creador. Para él, no había ciencia verdadera que no condujera a la fe, ni fe profunda que despreciara la razón iluminada por la gracia.
2. La humildad es la corona del sabio
Pese a ser uno de los mayores genios de la historia, vivió como un simple fraile mendicante. Nada de orgullo, nada de vanidad: solo servicio. Su ejemplo recuerda que la verdadera sabiduría nace del corazón humilde.
3. La unidad entre fe y razón es esencial
En tiempos de confusión filosófica, supo demostrar que la verdad nunca se opone a la verdad, y preparó el terreno para Santo Tomás de Aquino, quien completará su obra.
4. El celo apostólico debe ir unido a la caridad
Fue pacificador de ciudades, mediador de conflictos, reformador de costumbres y predicador incansable. Nada lo detenía cuando se trataba de salvar almas y servir a la Iglesia.
“San Alberto Magno nos enseña que la luz de la verdad, unida a la humildad y al amor a Jesucristo, transforma el mundo y conduce a las almas hacia el Cielo.”
