
Historia
Nacido en Patras, en Acaya, al inicio mismo de la era cristiana, San Saturnino provenía —según una venerable tradición— de sangre real y descendía por su madre de los antiguos Ptolomeos de Egipto. Desde joven recibió una educación refinada y viajó a Siria para completarla, providencialmente entrando en contacto con la predicación de San Juan Bautista, cuyo ardor profético tocó profundamente su corazón. Movido por la gracia, recibió el bautismo y se convirtió en discípulo del Precursor.
Fue así testigo privilegiado del bautismo del Señor y escuchó con fe viva la proclamación del Bautista: «He aquí el Cordero de Dios». En aquel instante comprendió que Jesús era el Mesías prometido y no dudó en dejarlo todo para seguirlo. Formó parte del grupo de los 72 discípulos, presenciando los milagros, la predicación, la Pasión, la Muerte y la Resurrección del Salvador. El día mismo en que Cristo resucitado se mostró a los discípulos en el Cenáculo, Saturnino estuvo entre los que, atónitos, recibieron de sus manos un trozo de pescado asado y miel.
Tras Pentecostés, lleno de los dones del Espíritu Santo, se unió al ministerio apostólico de San Pedro, acompañándolo en diversas regiones de Palestina, Siria y Asia Menor. Cuando el Príncipe de los Apóstoles estableció su sede en Antioquía, Saturnino le rendía cuentas con filial humildad, mostrando su celo misionero y presentándole a los nuevos convertidos. Más tarde, según la tradición, fue consagrado obispo por el mismo San Pedro y enviado a Occidente, acompañado por San Papúl, para extender la luz del Evangelio.
Llegado a las Galias por el valle del Ródano, comenzó su ardoroso apostolado enfrentándose a ídolos y supersticiones profundamente arraigadas. Allí donde la idolatría parecía invencible, él levantaba oratorios, fundaba comunidades y dejaba sacerdotes para sostener a los fieles. En Arlés, en Nîmes y en toda la Galia Narbonense, su predicación estaba acompañada de milagros que confirmaban la verdad del Evangelio. Su palabra, llena de sabiduría y energía divina, convertía muchedumbres enteras.
Entre sus discípulos más queridos estuvo el joven Honesto, a quien Saturnino atrajo al Evangelio y formó en la ciencia de Cristo, ordenándolo presbítero. Con él y con San Papúl evangelizó Carcasona, donde sufrió cárcel y fue milagrosamente liberado por un ángel durante la noche. Llegado a Tolosa, encontró allí a su amigo San Marcial, y juntos realizaron prodigios que llevaron a la conversión de multitudes, como la sanación de Austris, hija del gobernador, y la curación instantánea de Siriaca, esposa del presidente del Senado.
Con el ardor de un apóstol infatigable, Saturnino evangelizó Gascuña, edificando oratorios, consagrando discípulos y convirtiendo ciudades enteras. Incluso llegó a España, donde miles recibieron el bautismo, entre ellos el célebre Firmo, padre de San Fermín. Estableció obispos, confirmó comunidades y fortaleció las nuevas Iglesias antes de volver a Tolosa, movido por la noticia del martirio de su amado Papúl.
Fue en Tolosa donde su martirio alcanzó la gloria. Los demonios, enmudecidos ante su presencia, provocaron la furia de los sacerdotes paganos, quienes lo acusaron de haber silenciado a sus falsos dioses. Rechazó sacrificar a los ídolos con majestuosa firmeza y proclamó a Cristo como único Señor. Golpeado brutalmente, Dios confirmó su testimonio derribando los ídolos que cayeron hechos añicos ante él. Presa del furor, los paganos ataron sus pies a un toro indómito que, arrastrándolo por las gradas del Capitolio, hizo estallar su cráneo y destrozar su santo cuerpo.
Dos vírgenes cristianas, bautizadas por él, tuvieron el valor heroico de recoger sus reliquias con devoción y sepultarlas dignamente, sufriendo luego el castigo y el exilio. Tolosa honró desde entonces al apóstol que la engendró en Cristo. Sus reliquias, custodiadas y trasladadas en distintos periodos de la historia, descansan hoy en la magnífica basílica que lleva su nombre. A San Saturnino, cuyo martirio fue particularmente cruel, se le invoca desde antiguo contra los dolores de cabeza.
Lecciones
1. Firmeza Apostólica ante la Idolatría
San Saturnino enseña que el discípulo de Cristo no retrocede ante las tinieblas del error, sino que proclama la verdad con serenidad, incluso cuando los ídolos del mundo se tambalean ante la luz del Evangelio.
2. El Poder del Espíritu Santo en la Misión
Su paso de discípulo del Bautista a misionero de los Apóstoles muestra que la acción del Espíritu Santo transforma al creyente en testigo valiente y fecundo en obras y milagros.
3. La Caridad que Engendra Hijos Espirituales
Su relación con Honesto y Papúl nos recuerda que el verdadero apóstol no busca seguidores, sino hijos en Cristo, formados para continuar la misión.
4. Gloria del Martirio por Cristo
San Saturnino abrazó la muerte antes que ofrecer incienso a los ídolos: su martirio proclama que vale más perder la vida que negar al Señor.
“San Saturnino nos enseña que quien anuncia a Cristo con valentía, aunque el mundo se alce contra él, ya camina bajo la luz de la victoria que solo concede la fe.”
