
Historia
Nacido en la pequeña aldea de Ruisbroc, a orillas del río Senne, en 1293, Juan comenzó su vida bajo el amparo de una madre profundamente cristiana, quien lo formó en la piedad hasta los once años. Desde muy pequeño mostró inclinación al silencio, a la oración y al recogimiento, rasgos que anticipaban la grandeza espiritual a la que Dios lo llamaría.
A los once años fue enviado a Bruselas, donde quedó bajo la tutela de su tío, el canónigo Juan Hinckert, junto con Franco de Cudenberga, varón de vida austera y gran devoción. En aquella pequeña comunidad que vivía la pobreza evangélica y la caridad fraterna, Juan encontró un hogar donde la virtud se respiraba en cada gesto.
Mientras asistía a la escuela, el joven Juan sentía poca inclinación por las ciencias humanas, pero una admiración profunda por la teología y la mística. Su espíritu, dócil a la gracia, buscaba las alturas de Dios más que los razonamientos del mundo. No tardaron en aparecer los primeros signos claros de su vocación religiosa.
Ordenado sacerdote a los 24 años, fue nombrado capellán de Santa Gúdula, donde ejerció durante 26 años. Allí recibió una gracia singular: la noticia mística de que su madre, recientemente fallecida, había sido admitida en la gloria del cielo. En ese período también comenzó su lucha doctrinal contra los peligros del quietismo y escribió sus primeros tratados.
Sin embargo, el ambiente tibio del clero de Bruselas era un obstáculo para su aspiración a una vida más elevada. Junto a sus dos compañeros decidió retirarse al bosque de Soignes, donde encontraron una pequeña ermita habitada por el santo Lamberto. En aquel paraje surgió en 1343 el famoso monasterio de Groenendael, destinado a convertirse en foco de intensa vida religiosa.
Convertido en prior, Juan se entregó durante treinta años a la contemplación y al estudio. Dios le concedía con frecuencia gracias extraordinarias: éxtasis prolongados, visiones del Señor, apariciones de la Virgen y experiencias anticipadas de la visión beatífica. Pero, vuelto de sus arrobamientos, seguía siendo el monje humilde, inclinado a los oficios más sencillos y al servicio fraterno.
En sus últimos años, su madre se le apareció repetidas veces anunciándole la proximidad de la muerte. Preparado con serenidad, entregó su alma a Dios el 2 de diciembre de 1381, a los 88 años de edad. Su influencia se extendió rápidamente por los Países Bajos y por toda Europa, inspirando la devoción de innumerables almas, entre ellas Gerardo Groote y Tomás de Kempis. Sus obras místicas, profundas y elevadas, continúan siendo faro para quienes buscan a Dios en la vida interior.
Lecciones
1. La verdadera mística nace de la humildad
El Beato Juan, aun favorecido por visiones y éxtasis, permaneció siempre como el servidor más pequeño, inclinado a la obediencia y a los oficios más humildes.
2. Dios se comunica al alma que se recoge en silencio
Su vida entera es un llamado a buscar la soledad interior donde Dios habla, lejos del ruido del mundo y de los movimientos desordenados del corazón.
3. La contemplación no excluye la caridad
Enseñaba que, si durante un éxtasis un enfermo necesitaba ayuda, debía dejarse el arrobamiento para servir al necesitado: “Dejad a Dios por Dios”.
4. La ortodoxia protege la vida interior
Su lucha contra el quietismo demuestra que la verdadera experiencia de Dios nunca se separa de la doctrina de la Iglesia ni del cumplimiento de la voluntad divina.
“El Beato Juan Ruisbroquio nos enseña que solo quien se pierde en Dios con humildad, obediencia y caridad, encuentra la luz donde el alma se une al Amor eterno.”
