San Ambrosio de Milán: Obispo y Doctor Luminoso de la Iglesia

Historia

San Ambrosio nació en Tréveris hacia el año 340, en una familia cristiana de alta dignidad que servía al Imperio. Todavía niño, la Providencia anticipó su grandeza mediante un prodigio: mientras dormía, un enjambre de abejas entró en su boca sin causarle daño y luego se elevó al cielo. Su padre, al contemplar este signo, comprendió que su hijo sería un hombre de palabra dulce y de espíritu arrebatado hacia lo alto. La semilla de la elección divina había sido sembrada.

Educado en Roma, Ambrosio recibió formación literaria y jurídica de primer nivel. Su carácter era noble, prudente y equilibrado, por lo que fue llamado al servicio del Estado. Muy joven fue nombrado gobernador de la Liguria y Emilia, con sede en Mediolanum. Ejerció con justicia y benignidad, ganándose el respeto tanto de paganos como de cristianos. Sin imaginarlo, Dios preparaba en él al pastor que habría de guiar la Iglesia en tiempos turbulentos.

En esos días la diócesis de Milán estaba convulsionada por la disputa entre católicos y arrianos. Tras la muerte del obispo Auxencio, la ciudad quedó dividida. Para evitar violencia, Ambrosio, como gobernador, acudió a la asamblea para exhortar a la paz. Entonces ocurrió lo inesperado: un niño, movido por inspiración divina, gritó: “¡Ambrosio obispo!” El clamor fue repetido por toda la multitud. Ambrosio, aún catecúmeno, se turbó profundamente.

Intentó rehusar de todos los modos posibles: alegó indignidad, falta de preparación, inexperiencia en la vida eclesiástica. Llegó incluso a simular rigor excesivo en la administración para volverse impopular. Nada logró. El clamor del pueblo interpretado por la Iglesia fue unánime. Finalmente, comprendiendo que Dios hablaba por medio de sus fieles, aceptó con temblor santo. Fue bautizado, ordenado sacerdote y consagrado obispo en el lapso de una semana.

Ambrosio, una vez investido del episcopado, transformó radicalmente su vida. Vendió todos sus bienes y los entregó a los pobres, reservándose únicamente lo indispensable para su hermana Marcelina. Se dedicó por completo al estudio de las Escrituras y de los Padres, pasando noches enteras en oración. Pronto se reveló como un predicador excepcional, profundo teólogo, maestro del pueblo y defensor incansable de la ortodoxia nicena.

Su valentía brilló también frente al poder imperial. Cuando el emperador Valentiniano II pretendió entregar una basílica a los arrianos, Ambrosio resistió con firmeza apostólica, diciendo: “No puedo entregar lo que es de Dios.” Asimismo, cuando el emperador Teodosio cometió la masacre de Tesalónica, Ambrosio le cerró las puertas del templo hasta que hiciera pública penitencia. El mayor de los emperadores se inclinó ante la voz moral del obispo santo.

En su ministerio florecieron innumerables obras: introdujo el canto antifonal en Occidente, escribió tratados que iluminaron a generaciones, sostuvo a viudas y huérfanos, y defendió a la Iglesia contra herejías devastadoras. Fue también instrumento decisivo en la conversión de San Agustín, quien, al escucharlo predicar, encontró finalmente la luz que su alma ansiaba. Su palabra, llena de fuego y suavidad, guiaba a multitudes hacia Cristo.

Hacia el final de su vida, ya debilitado por sus trabajos apostólicos, Ambrosio anunció que pronto partiría al encuentro del Señor. Murió el 4 de abril del año 397, rodeado de la veneración de toda la Iglesia. Su nombre quedó inscrito entre los cuatro grandes Doctores de Occidente. Su magisterio, su valentía y su santidad siguen siendo faro luminoso para obispos, fieles y gobernantes de todas las épocas.

Lecciones

1. La verdadera autoridad procede de Dios, no de la ambición humana: San Ambrosio no buscó el episcopado; le fue impuesto por la Providencia. La humildad fue la raíz de su grandeza.

2. La santidad exige renuncia total y dedicación al estudio de la verdad: Vendió todos sus bienes y se sumergió en la Escritura y la tradición, mostrando que el pastor debe ser pobre de espíritu y rico en doctrina.

3. La Iglesia debe hablar con valentía incluso ante los poderosos: Su firmeza frente a emperadores demuestra que la verdad evangélica no se subordina al poder político.

4. La palabra iluminada por Dios convierte los corazones: Su predicación transformó a San Agustín y a multitudes, recordando que la enseñanza es un ministerio que salva.

“San Ambrosio nos enseña que la verdad defendida con humildad y firmeza se convierte en luz que guía a los pueblos y en refugio seguro para las almas que buscan a Cristo.”

Fuentes: FSSPX, VidasSantas, Wikipedia

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