
San Juan 16, 5-11
«Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: “¿A dónde vas?”
Pero al decirles esto, la tristeza ha llenado sus corazones.
Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes;
pero si me voy, lo enviaré.
Y cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, a la justicia y al juicio:
al pecado, porque no creen en mí;
a la justicia, porque me voy al Padre y no me verán más;
al juicio, porque el príncipe de este mundo ya ha sido condenado».
Mensaje
Este Evangelio nos revela un misterio inmenso: Jesús, al regresar al Padre, nos envía al Espíritu Santo, el Defensor, el Consolador, el Alma de la Iglesia. Pero esta promesa no es automática ni mágica. El Espíritu Santo no puede entrar en un alma manchada por el pecado mortal. Es como si Dios tocara la puerta… y la encuentra cerrada desde dentro.
El Paráclito no es un sentimiento, ni una energía: es la Tercera Persona de la Trinidad, y sólo habita en el alma que está en gracia. Por eso Jesús dice que el Espíritu “convencerá al mundo del pecado”: porque la primera obra del Espíritu Santo es despertarnos del letargo, abrirnos los ojos, mostrarnos lo que está mal y conducirnos al arrepentimiento.
¡Qué importante es que nuestras familias escuchen este llamado! Hoy, muchas casas están heridas por el egoísmo, el silencio, la falta de perdón, el abandono de la oración. Pero no es falta de amor de Dios, sino ausencia de confesión. No se puede vivir en la luz si el alma está en tinieblas.
Cuando el alma se limpia en la Confesión, el Espíritu Santo desciende con poder. Él consuela al corazón herido, fortalece al matrimonio cansado, renueva la fe dormida, enciende el amor apagado. Donde hay un alma en gracia, hay una familia tocada por el Cielo.
Jesús nos dice que el Espíritu vendrá también a convencernos de la justicia, es decir, a revelarnos la santidad de Dios y nuestra vocación a vivir como hijos de la luz. Y también del juicio: porque el mundo y su pecado ya están vencidos. Lo que queda es que tú y yo elijamos de qué lado queremos estar.
“El Espíritu Santo no entra donde hay pecado mortal sin confesar; para que Dios habite en tu alma y en tu familia, corre al Sacramento de la Confesión: allí comienza la vida en el Espíritu.”
Invitación para hoy
- 1. Mira tu alma a la luz del Evangelio: ¿Estás en gracia o en pecado mortal? ¿Hace cuánto no te confiesas bien?
- 2. Acércate al sacramento de la Confesión con humildad y sinceridad. No postergues la gracia. Cada minuto en pecado mortal es un minuto sin Dios y estas en peligro de no salvarte.
- 3. Invoca al Espíritu Santo en familia, después de confesarte. Él quiere habitar en tu casa y transformar cada rincón con su luz y su paz.
- 4. Educa a tus hijos en el valor de la gracia y del sacramento de la Reconciliación. Una familia que se confiesa es una familia que camina hacia la santidad.
- 5. Recuerda: la mayor herencia que puedes dejar a tus hijos no es dinero ni bienes, sino el ejemplo de un alma en gracia (sin pecado mortal) y un corazón lleno del Espíritu Santo.
Con cariño y bendición,
El equipo de Confesión Perfecta
“El Sacramento que cambiará tu Vida y salvará tu Alma”