San Mateo 5, 27-32
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio.” Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón. Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y arrójalo de ti, porque más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Y si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y arrójala de ti, porque más te vale perder un miembro que ir con todo el cuerpo al infierno.
Se dijo: “El que repudia a su mujer, que le dé acta de repudio.” Pero yo os digo: el que repudia a su mujer —no hablo de unión ilegítima— la induce al adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio».
Mensaje
Este Evangelio nos sacude el alma, porque toca los cimientos del amor humano y del matrimonio. Cristo no viene a suavizar la ley, sino a llevarla a su plenitud, a devolverle su profundidad original. Ya no se trata solo de actos externos, sino de lo que sucede en el santuario del corazón, donde nacen nuestros deseos, miradas, pensamientos e intenciones.
Jesús nos ama tanto, que quiere arrancar de raíz el pecado que envenena la vida familiar y espiritual. Por eso no se conforma con que evitemos el adulterio exterior, sino que nos invita a examinar lo que dejamos entrar en nuestros ojos, en nuestras pantallas, en nuestras conversaciones y en nuestras fantasías.
Este mensaje es fuerte, sí, pero también profundamente misericordioso. Jesús no condena, nos ilumina. No excluye, nos libera. No humilla, nos sana. Cuando habla del infierno, no es para asustarnos, sino para despertarnos del sueño del pecado consentido. Nos dice: “¡Despierta, alma querida! ¡Estás hecha para la eternidad, no para las cadenas!”
Y lo más hermoso: Jesús nos asegura que sí es posible vivir en fidelidad, castidad y pureza, incluso en medio de un mundo que glorifica la impureza. Nos regala la gracia de su amor, la fuerza del Espíritu Santo, el refugio del sacramento de la Confesión, y el modelo sublime de la Sagrada Familia.
Hoy más que nunca, las familias católicas están llamadas a ser un testimonio vivo de la fidelidad y la pureza del Evangelio. En un mundo que banaliza el amor y celebra el egoísmo disfrazado de libertad, nuestras casas deben brillar como faros de luz, donde el perdón, la paciencia, el respeto y la entrega mutua revelen el rostro del Padre.
“¡Jesús quiere liberarte del pecado porque hiere tu alma y pone en peligro tu salvación! Elige la Vida: vive la Pureza, ama con el Sagrado Corazón de Jesús y deja que tu hogar sea tierra sagrada donde Dios reine.”
Invitación para hoy
- 1. Vigila tu corazón y tu mirada: No basta con evitar el pecado exterior: hay que purificar el interior. Hoy, decide cuidar lo que entra por tus ojos y lo que alimentas en tu mente. Apaga o elimina todo aquello que te robe la paz y contamine tu alma. Jesús quiere habitar en un corazón limpio y libre.
- 2. Fortalece tu matrimonio o tu vocación con oración y sacrificio: Si eres esposo o esposa, renueva tu alianza con gestos de amor concreto, fidelidad, paciencia y oración diaria en pareja. Si eres soltero o consagrado, ofrece tu castidad a Dios como un tesoro precioso. La fidelidad es posible cuando se ama con el amor de Cristo.
- 3. Confiesa tus heridas, no las ocultes: Si caíste en pensamientos o actos impuros, no te condenes ni te acostumbres. Corre al sacramento de la Confesión. Jesús no te rechaza; te espera para sanarte y levantarte. Su misericordia es más grande que cualquier pecado. Hoy puede comenzar una vida nueva.
- 4. Enseña a tus hijos a amar con pureza: Como padres, no tengas miedo de hablar del valor de la castidad, la belleza del amor verdadero y el respeto del cuerpo. Forma sus corazones con el ejemplo, la ternura y la verdad del Evangelio. Ayúdalos a descubrir que la pureza no es una carga, sino un don que protege la alegría y la dignidad.
Con cariño y bendición,
El equipo de Confesión Perfecta
“El Sacramento que cambiará tu Vida y salvará tu Alma”