
El Ayuno
La Iglesia, madre y maestra, siempre ha propuesto a sus hijos un camino seguro hacia la santidad: la unión con Cristo crucificado por medio de la oración, los sacramentos y la mortificación. Entre todas las formas de penitencia, el ayuno ocupa un lugar privilegiado, porque toca lo más básico de nuestra existencia: el alimento, símbolo de nuestra dependencia de Dios.
Hoy, sin embargo, esta práctica casi ha desaparecido de la vida de muchos católicos. Incluso entre sacerdotes y religiosos, el ayuno se percibe como algo antiguo, poco necesario o reservado a ascetas (se refiere a personas que practican la ascesis espiritual disciplina espiritual de renuncia y sacrificio, con penitencias, ayunos y mortificaciones muy intensos, buscando la unión con Dios y la santidad) CIC 1734 Y, sin embargo, las palabras de Nuestro Señor siguen siendo actuales y perennes: “Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa.” (Mateot 6,16). Cristo no dice “si acaso ayunáis”, sino “cuando”: presupone que el ayuno formará parte de la vida cristiana normal.
Este artículo quiere ofrecer, de manera clara y segura, una exposición completa sobre el ayuno como arma del combate espiritual y como camino hacia la santidad, apoyado en la Sagrada Escritura, en la enseñanza de los Padres y Doctores de la Iglesia, y en el Magisterio.
Debemos urgente recuperar este medio tradicional de santificación, aplicándolo según su estado de vida y bajo la prudencia necesaria. El objetivo es sencillo y grande a la vez: aprender a ayunar cristianamente para dominar la carne, crecer en la oración y unirse más estrechamente a Cristo en la Cruz.
El fundamento bíblico del ayuno
La primera base del ayuno se encuentra en la misma vida de Cristo. El Hijo de Dios hecho hombre, antes de iniciar su predicación pública, se retiró al desierto y ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches (Mateo 4,2). Siendo verdadero Dios, no necesitaba someterse a tal prueba; pero quiso, como verdadero hombre, mostrarnos el camino de la obediencia, de la fortaleza y de la victoria sobre el demonio.
No es casual que inmediatamente después de ese ayuno Cristo enfrentara las tentaciones de Satanás. La Escritura quiere enseñarnos que el ayuno fortalece el alma contra los ataques del enemigo, y que es arma necesaria para las grandes batallas espirituales.
Más adelante, en el Evangelio de (San Mateo 17,21), cuando los discípulos no logran expulsar a un demonio, Jesús les responde: «En cuanto a esta clase de demonios, no se los puede expulsar sino por medio de la oración y del ayuno»]. Aquí el Señor une indisolublemente dos armas: la oración, que nos conecta con Dios, y el ayuno, que mortifica la carne y nos hace más dóciles al Espíritu.
En el Antiguo Testamento, el ayuno aparece constantemente como expresión de penitencia, súplica y preparación espiritual:
- Moisés ayunó en el Sinaí al recibir la Ley: Moisés estuvo allí con el Señor cuarenta días y cuarenta noches, sin comer ni beber. Y escribió sobre las tablas las palabras de la alianza, es decir, los diez Mandamientos. (Exodo 34,28).
- El profeta Elías ayunó camino del Horeb: caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta la montaña de Dios, el Horeb (1 Reyes 19,8).
- Los ninivitas hicieron penitencia con ayuno ante la predicación de Jonás: Los ninivitas creyeron en Dios, decretaron un ayuno y se vistieron con ropa de penitencia, desde el más grande hasta el más pequeño. (Jonas 3,5).
En todos estos casos, el ayuno va unido a la conversión y a la gracia de Dios que actúa.
Los Apóstoles y la Iglesia primitiva también lo practicaron:
- En los (Hechos de los Apóstoles 13,2-3) leemos que, mientras oraban y ayunaban, el Espíritu Santo les indicó apartar a Pablo y Bernabé para la misión: Un día, mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo les dijo: «Resérvenme a Saulo y a Bernabé para la obra a la cual los he llamado». Ellos, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron.
Es decir, el ayuno fue condición para recibir claridad y luz del Espíritu Santo en el discernimiento apostólico.
La Escritura, por tanto, no deja lugar a dudas: el ayuno es una práctica querida por Dios, vivida por Cristo, enseñada a los Apóstoles y continuada por la Iglesia desde los primeros tiempos.
Los Padres de la Iglesia y el ayuno
Los Padres del Desierto, aquellos primeros monjes que huyeron al yermo egipcio para buscar a Dios, consideraban el ayuno como la columna vertebral de la vida espiritual. San Antonio Abad, fundador del monacato, enseñaba que sin vigilancia sobre la comida y la bebida, el demonio fácilmente entraba por la puerta de los sentidos: “En su Primera Carta, Antonio afirma: ‘cuando el hombre come y bebe con exceso sigue una efervescencia de la sangre que fomenta un combate en el cuerpo…’ (Carta de San Antonio Abad). De esto se infiere que sin vigilancia sobre lo que comemos y bebemos, podemos dejar abiertas puertas al demonio.”
San Basilio Magno, en su Homilía sobre el ayuno, afirma:“El ayuno no es tristeza, sino un don alegre que purifica el alma, fortalece al hombre interior y es más antiguo que la misma Ley, pues fue dado ya en el Paraíso. Adán recibió como primer mandamiento un precepto de abstinencia: ‘Del árbol del conocimiento del bien y del mal no comas’; si Eva hubiera ayunado, no tendríamos que ayunar ahora.”San Basilio Magno, Homilía sobre el ayuno.
San Agustín, por su parte, insiste en que el ayuno, unido a la oración y a la limosna, constituye el triple remedio contra los tres principales desórdenes del hombre: la concupiscencia de la carne, la soberbia de la vida y la avaricia de los bienes temporales. Así lo explica en varios de sus sermones, donde recuerda que el ayuno es inútil si no va acompañado de la caridad. Sermón del Ayuno 207 Oración, ayuno y limosna
Santo Tomás de Aquino recogerá toda esta tradición en la Summa Theologica (II-II, q.147), explicando que el ayuno tiene tres fines principales:
- Reprimir las concupiscencias de la carne.
- Elevar la mente a las realidades espirituales.
- Satisfacer por los pecados pasados.
De esta forma, el ayuno no es solo disciplina corporal, sino auténtico ejercicio de virtud y penitencia.
El Magisterio de la Iglesia sobre el ayuno
El Magisterio de la Iglesia antes del Concilio Vaticano II siempre ha defendido que el ayuno es una obligación seria en ciertos momentos del año litúrgico, especialmente durante la Cuaresma.
El Concilio de Trento en 1566 y su catecismo romano reafirmaron la autoridad de la Iglesia para establecer el ayuno y la abstinencia. De este modo, la Iglesia demostró que estas prácticas, inspiradas por el Espíritu Santo, son parte fundamental de la vida cristiana y no pueden ser rechazadas sin cometer un error. El Catecismo Romano, por ejemplo, enseñó que el ayuno sirve para controlar los sentidos, elevar el espíritu hacia Dios y pagar por los pecados.
El Código de Derecho Canónico de 1917, en sus cánones 1250-1254, detalló con precisión las reglas sobre el ayuno y la abstinencia, dejando claro que no era una práctica opcional, sino un mandato que la Iglesia consideraba necesario para la vida espiritual de sus fieles.
En su breve apostólica Non Ambigimus de 1741, el Papa Benedicto XIV condena enérgicamente la relajación en la disciplina del ayuno cuaresmal, un “pilar principal de la recta doctrina” que, según él, ha sido “casi completamente eliminada” por la “excesiva facilidad” con la que se concedían dispensas. El Pontífice subraya el valor espiritual del ayuno, afirmando que purifica el alma y el cuerpo, y nos prepara para conmemorar la Pasión de Cristo. Al mismo tiempo, lamenta que el incumplimiento de este precepto cause un “daño nada despreciable a la gloria de Dios” y se convierta en motivo de burla para los herejes. Por ello, insta a los obispos a restaurar esta práctica, limitando las dispensas a casos de “justa motivación” respaldada por médicos, y pide que, incluso para aquellos legítimamente dispensados, se promuevan otras obras de penitencia como la caridad y la oración, asegurando que el espíritu de mortificación siga vivo en la Iglesia.
La encíclica de 1947 Mediator Dei del Papa Pío XII, si bien no se centra en el ayuno en su totalidad, sí hace una mención clave a la disciplina del ayuno eucarístico. El texto explica que la Iglesia, en su sabiduría pastoral, “suavizó notablemente” esta ley y otorgó la facultad de celebrar Misas vespertinas, lo que implicaba una adaptación de la antigua norma que exigía el ayuno desde la medianoche. Aunque el documento reconoce y legitima este cambio, su referencia al ayuno en el contexto de la Hora de Nona también resalta que la mortificación y el sacrificio son prácticas penitenciales arraigadas en la vida litúrgica de la Iglesia. En esencia, la encíclica muestra una evolución en la ley del ayuno eucarístico, sin dejar de reconocer su profundo valor como un acto de reverencia y preparación para la Sagrada Comunión. Motivados por el espíritu de la Sagrada Tradición, y sabiendo que la disciplina del ayuno desde la medianoche es una preparación más profunda y un acto de mayor reverencia, los católicos que buscan la santificación deberían, siempre que les sea posible y sin poner en riesgo su salud, abrazar esta práctica como un medio para honrar a Nuestro Señor, uniéndose más íntimamente al sacrificio de la Misa.
Todo esto demuestra la coherencia de la Tradición: el ayuno no es un consejo opcional, sino una práctica fundamental que la Iglesia ha defendido y transmitido como un medio seguro de santificación.
El Catecismo de San Pío X sobre el Ayuno
El Catecismo Mayor de San Pío X (1905) es muy claro sobre la obligación del ayuno y la abstinencia, a los que considera “preceptos graves” de la Iglesia que nos ayudan a cumplir la ley de Dios.
En la sección “De los Mandamientos de la Iglesia”, el catecismo dice que el segundo mandamiento es “Ayuno y abstinencia de carne en los días de vigilia, en la Cuaresma, y en otros días que manda la Iglesia”. Este precepto se explica así:
- ¿Qué es el ayuno? Ayunar significa hacer una sola comida principal al día aunque se permite una pequeña porción de comida por la mañana y otra por la tarde.
- ¿Quién debe ayunar? Las personas de 21 a 60 años están obligadas a ayunar.
- ¿Qué es la abstinencia? Abstenerse prohíbe comer carne y caldos de carne en los días señalados por la Iglesia.
- ¿Quién debe abstenerse? La abstinencia es obligatoria para todos los fieles a partir de los siete años de edad.
El catecismo enseña que estas prácticas son esenciales. El ayuno nos ayuda a dominar nuestras pasiones y a hacer penitencia por nuestros pecados. La abstinencia, por su parte, nos permite mortificar el cuerpo para así elevar el alma a Dios.
San Pío X no enseña que es un medio indispensable para la santificación. Por ello, su catecismo subraya la seriedad de no cumplir estos mandatos, a menos que se tenga una dispensa legítima.
En el contexto del ayuno y la abstinencia, las principales dispensas se conceden por motivos de salud o por razones de necesidad que hagan imposible o excesivamente difícil la observancia de la norma.
Algunos ejemplos de causas justas para la dispensa, según la enseñanza tradicional de la Iglesia, incluyen:
- Enfermedad grave: Las personas que padecen enfermedades crónicas, diabetes, o que necesitan una nutrición especial para su tratamiento están dispensadas de la obligación del ayuno y la abstinencia. La salud es un bien precioso que debemos cuidar, y el ayuno no debe ponerla en riesgo.
- Trabajo físico intenso: Quienes realizan labores extenuantes que requieren una gran energía física (como obreros, agricultores, o aquellos en trabajos de fuerza) están dispensados, ya que su labor es un deber de justicia y caridad hacia sus familias, y el ayuno podría impedirles cumplir con él.
- Personas mayores o muy jóvenes: Como se indica en el Catecismo de San Pío X, los ancianos (mayores de 60 años) y los niños (menores de 21 para el ayuno, o de 7 para la abstinencia) están exentos de la obligación. Sus cuerpos tienen necesidades especiales que deben ser atendidas.
- Viajes o circunstancias especiales: Un viaje largo y agotador o la participación en un evento donde no se pueda elegir el alimento (como una comida de trabajo o en un hospital) puede ser una causa para la dispensa.
¿Quién puede conceder la dispensa?
La facultad de dispensar estas leyes corresponde principalmente a las autoridades eclesiásticas, como el obispo diocesano o el párroco, quienes pueden concederla a los fieles bajo su cuidado por una razón legítima. En muchos casos, la persona que se encuentra en una situación de necesidad grave puede, en conciencia, dispensarse a sí misma, pero siempre con prudencia y un espíritu sincero de buscar la voluntad de Dios. Lo ideal, si es posible, es consultar a un sacerdote o a un director espiritual.
La dispensa no es una excusa para la laxitud, sino una manifestación de la caridad y la misericordia de la Iglesia, que reconoce las debilidades humanas. El espíritu de penitencia sigue siendo obligatorio para todos los fieles, incluso para aquellos dispensados. Por lo tanto, si una persona no puede ayunar o abstenerse, debe reemplazar esta penitencia por otra, como una obra de caridad, una oración más intensa o un sacrificio voluntario. La penitencia es, y siempre será, una parte esencial de la vida cristiana.
La importancia del ayuno en la vida cristiana: Un llamado a la santidad
¿Por qué la Iglesia, en su sabiduría milenaria, ha insistido siempre en la práctica del ayuno? La respuesta es simple: porque Dios quiere que seamos santos, y el ayuno es un medio seguro para alcanzar esa santidad. En un mundo que exalta el placer y la comodidad, el ayuno nos ayuda a moldear nuestro espíritu y vivir de acuerdo con la voluntad divina.
1. El ayuno como acto de reparación y expiación: La primera razón para ayunar es la penitencia. Dios, en su infinita misericordia, nos permite reparar por nuestros pecados. Al ofrecer un ayuno, nos unimos a Cristo en la Cruz, y nuestro pequeño sufrimiento se convierte en un sacrificio aceptable a los ojos del Padre. Como nos enseña el Catecismo de San Pío X (publicado en 1905), la Iglesia, en su segundo mandamiento, nos ordena “ayunar y abstenerse de comer carne en los días de ayuno y abstinencia para mortificarnos y hacer penitencia de nuestros pecados”. Esta es una verdad que ha sido reafirmada en el Código de Derecho Canónico de 1917 (Canon 1252), que establece los días de penitencia obligatorios para los fieles.
2. El ayuno para el fortalecimiento de la voluntad: Nuestra sociedad moderna nos empuja a ceder a cada apetito. El ayuno, en cambio, es una poderosa disciplina que fortalece nuestra voluntad. Es una batalla ganada en lo pequeño para poder resistir las grandes tentaciones y decir “no” al pecado. El Catecismo Romano (1566) lo explicaba con gran claridad al describir el ayuno como una forma de “dominar las pasiones y refrenar los deseos desordenados del cuerpo, que, por la naturaleza corrupta, se rebelan contra la razón”.
3. El ayuno para la elevación del alma en la oración: La mente se dispersa fácilmente cuando el cuerpo está saturado. El ayuno libera al espíritu para que pueda unirse con mayor facilidad a Dios. Siguiendo el ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, quien ayunó durante cuarenta días en el desierto para prepararse para su ministerio público (Mateo 4,2), aprendemos que la oración necesita un cuerpo dócil. Como lo explicó Santo Tomás de Aquino en su Summa Theologiae (III, q. 41, a. 3), el ayuno nos ayuda a que la “mente se eleve a la contemplación de las cosas divinas” y se concentre en Dios sin las distracciones corporales.
4. El ayuno como obra de caridad auténtica: En la tradición de los Padres de la Iglesia, el ayuno es una poderosa herramienta de caridad que nos conecta directamente con el prójimo necesitado. San Basilio el Grande, por ejemplo, nos advierte que no podemos ayunar de comida para luego “devorar a nuestros hermanos” con la avaricia o la calumnia. Para él, el verdadero ayuno es un acto de amor que purifica el alma y nos hace más sensibles al sufrimiento ajeno. En sus escritos, nos enseña que el ayuno debe ir acompañado de una obra de caridad concreta: el dinero que ahorras al privarte de comida, debe ser entregado a los pobres. De esta manera, nuestra mortificación se convierte en una ofrenda a Dios a través del amor al prójimo, transformando el sacrificio en una acción de justicia y misericordia.
El ayuno es una necesidad urgente para el católico de hoy. Siguiendo el ejemplo de los santos y de Nuestro Señor mismo, abracemos esta disciplina con fervor. Al ayunar, no solo nos unimos a una tradición ancestral, sino que nos esforzamos por cumplir la voluntad de Dios, que nos llama a ser santos.
El ejemplo de los Santos: Ayuno y otras Mortificaciones
El ayuno, como hemos visto, es una práctica universal en la Iglesia. Pero no fue el único sacrificio que los santos abrazaron para alcanzar la santidad. La historia de la Iglesia está llena de ejemplos luminosos, que nos inspiran a vivir la mortificación como medio de perfección.
Cada fiel debe adaptarlo a su estado de vida, su salud y su fuerza espiritual, siempre buscando la gloria de Dios y no la vanagloria propia.
1. Santos del desierto
Los Padres del Desierto, como San Antonio Abad, San Pacomio y San Juan Casiano, mostraron con su vida que el ayuno es un medio poderoso para purificar el corazón y abrir el alma a Dios. San Antonio vivía de pan, sal y agua, comiendo solo una vez al día; San Pacomio estableció para sus monjes una sobriedad rigurosa en la mesa; y Casiano enseñó que el ayuno es la primera virtud del monje, porque disciplina el cuerpo y fortalece la oración. Sus prácticas heroicas no eran un fin en sí mismas, sino una pedagogía espiritual: someter el cuerpo para que el espíritu se eleve libremente hacia Dios. (Vida de San Antonio, escrita por San Atanasio, caps. 3–7), (Reglas de San Pacomio), (Colaciones Juan Casiano).
2. San Benito y la Regla monástica
La Regla de San Benito (siglo VI), fundamento de la vida monástica en Occidente, estableció una disciplina de gran sobriedad, donde el ayuno ocupaba un lugar central. San Benito ordenaba abstinencia perpetua de la carne de cuadrúpedos, moderación estricta en la bebida y una mesa sencilla con pan, legumbres y frutas. En Cuaresma, pedía intensificar aún más la penitencia con ayunos más rigurosos, oración y lecturas espirituales. Unido a las vigilias nocturnas y al prolongado silencio, este estilo de vida transformaba toda la existencia del monje en una ofrenda continua a Dios, mostrando que la verdadera libertad del espíritu nace de la disciplina del cuerpo.
3. Santos medievales
- San Francisco de Asís: abrazó el ayuno como signo de penitencia y de pobreza radical. Además de la Cuaresma oficial de la Iglesia, él solía observar varias “Cuaresmas” a lo largo del año: desde la fiesta de San Miguel hasta Navidad, o en honor de los Apóstoles. Estos ayunos no eran vividos con tristeza, sino con gozo espiritual, en unión con Cristo crucificado y con espíritu de reparación. Tomás de Celano, Vida Primera, cap. 30–31: “Su abstinencia era tan grande, que muchas veces durante la Cuaresma de San Miguel y en otras ocasiones, se mantenía con tan poca comida, que apenas podía sostener su cuerpo.” Fuente: Tomás de Celano, Vida Primera de San Francisco, en Fuentes Franciscanas (BAC, Madrid 2011). San Francisco convirtió el ayuno en alegría penitencial.
- Santa Catalina de Siena: llevó una vida de penitencias extraordinarias, entre ellas ayunos prolongados que, en muchos períodos de su vida, la llevaron a alimentarse casi únicamente de la Sagrada Eucaristía. Sus confesores atestiguan que su cuerpo se debilitaba, pero su espíritu ardía en amor divino. La Iglesia advierte que estas prácticas no deben imitarse sin discernimiento, pero son un testimonio de hasta dónde puede llegar un alma abrasada por la caridad de Cristo. Raimundo de Capua, Leyenda Mayor, Libro II, cap. 6: “En cuanto a la comida, la redujo tanto, que durante muchos días no probaba nada, y si lo hacía, era tan poco que no podía sostener vida alguna. Más aún, por disposición divina, a veces se mantenía únicamente con el sacramento de la Eucaristía.” Fuente: Raimundo de Capua, La vida de Santa Catalina de Siena, BAC, Madrid 2013. Santa Catalina lo vivió como comunión mística con Cristo.
- San Ignacio de Loyola: tras su conversión en Manresa, practicó severos ayunos, vigilias y austeridades que lo marcaron profundamente en su camino espiritual. Más adelante, con la prudencia adquirida, suavizó sus penitencias y en los Ejercicios Espirituales enseña la necesidad de la mortificación, pero siempre moderada, bajo obediencia al confesor y adaptada a la salud de cada uno. Autobiografía, n. 20–21: “En Manresa hacía grandes penitencias… No comía sino hierbas, y aun de éstas tan poco, que muchas veces estuvo al borde de la muerte. Dormía poco, y pasaba largas horas en oración y lágrimas.” Fuente: Autobiografía de San Ignacio de Loyola, en Obras Completas, BAC, Madrid 1997. Ejercicios Espirituales, n. 82: “Conviene que quien hace los Ejercicios se mortifique con discreción y prudencia… siempre con aprobación del confesor, para que la penitencia ayude al alma y no dañe al cuerpo.” Fuente: Ejercicios Espirituales de San Ignacio, nn. 82–90. San Ignacio mostró que debe estar guiado por la obediencia y el discernimiento.
4. Santos modernos (siglos XIX–XX)
- San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, llevó una vida de gran austeridad. Su régimen alimenticio era tan pobre que, durante largos períodos, se sostenía casi exclusivamente de patatas hervidas. En ocasiones las cocinaba una vez a la semana y luego las comía frías hasta que se acababan. Esta mortificación voluntaria fortaleció su espíritu sacerdotal y fue fecunda en innumerables conversiones de almas que acudían a Ars. Fuente: Abbé Trochu, El Cura de Ars: San Juan María Vianney (BAC, Madrid, 1953, cap. 6).
- Santa Teresa del Niño Jesús, aunque no practicó ayunos corporales rigurosos por su frágil salud, enseñó con su ejemplo que la verdadera mortificación puede vivirse en lo ordinario de la vida. Sus “pequeñas renuncias” —soportar el frío sin quejarse, sonreír cuando deseaba callar, obedecer con prontitud en lo pequeño— eran ofrendas de amor escondido que se transformaban en gracias abundantes para las almas. Así lo escribió en su Historia de un Alma: “Comprendí que el amor encerraba todas las vocaciones… Entonces, llena de alegría desbordante, exclamé: ¡Mi vocación es el amor!” Fuente: Santa Teresa de Lisieux, Historia de un Alma, Manuscrito B, 3v.
- San José Cafasso, director espiritual de San Juan Bosco, fue un modelo de sacerdote mortificado y entregado a la salvación de las almas. Practicaba frecuentes ayunos, dormía poco y dedicaba largas horas a la confesión y a la oración. Sus penitencias estaban siempre unidas al amor pastoral, en particular hacia los condenados a muerte, a quienes acompañaba hasta el último momento. Como decía: “El sacerdote no se da a sí mismo, sino que se gasta por entero en servicio de Dios y de las almas.” Fuente: San José Cafasso, Aprendizaje de caridad pastoral en la escuela de Don Cafasso por San Juan Bosco.
Estos ejemplos confirman que el ayuno y la mortificación son caminos universales: algunos santos practicaron austeridades extraordinarias, otros pequeños sacrificios cotidianos. Lo esencial no está en la cantidad, sino en la caridad con la que se ofrece y en la obediencia a la Iglesia o al director espiritual.
Cómo practicar el ayuno: un camino paso a paso
El ayuno es una de las armas más poderosas de la vida cristiana. Sin embargo, no todos están llamados a practicarlo con la misma intensidad. La Iglesia siempre enseñó que debe hacerse con prudencia, obediencia y discernimiento, evitando tanto el exceso que daña la salud como la tibieza que lo reduce a una formalidad.
Los santos nos muestran que el camino es gradual, y que se avanza de un nivel a otro únicamente si Dios lo permite, bajo la guía de un director espiritual.
Nivel básico: educar la voluntad y comenzar el combate
Objetivo: dominar los apetitos del cuerpo, vencer la pereza y habituar el alma a la renuncia por amor a Dios.
1. Ayuno eucarístico (ayunar antes de recibir la Sagrada Comunión) y la Abstinencia de carne los Viernes (penitencia semanal en memoria de la Pasión) es una disciplina que pide la Iglesia.
2. Sobriedad en la mesa: no repetir plato, reducir las porciones, evitar comer por gusto.
3. Pequeñas renuncias: privarse de dulces, postres o bebidas azucaradas un día a la semana.
4. Unir la renuncia a la oración: ofrecer cada sacrificio rezando un Santo Rosario (Domingos)
5. Lectura espiritual: leer los Evangelios o el Catecismo de San Pío X (Domingos).
6. Santa Misa: asistir fielmente todos los Domingos y fiestas de precepto.
Fruto espiritual: disciplina inicial del cuerpo y despertar del alma para la oración.
Nivel intermedio: purificar el alma y crecer en la oración
Objetivo: fortalecer la disciplina del cuerpo y unir más estrechamente el sacrificio a la oración.
1. Ayuno eucarístico (ayunar antes de recibir la Sagrada Comunión).
2. Ayuno tradicional de la Iglesia: una comida principal y dos colaciones pequeñas.
3. Abstinencia de carne los Miércoles y Viernes: en memoria de la traición de Judas y de la Pasión de Cristo.
4. Caridad unida al ayuno: ofrecer lo que se deja de consumir en limosna o ayuda a los pobres.
5. Mayor oración: Rezar un Rosario cada día
6. Visitas al Santísimo: Hacer adoración al Santísimo al menos una vez por semana.
7. Rezar el Vía Crucis: Por lo menos una vez a la semana en la cuaresma. El Vía Crucis nos ayuda a comprender el infinito amor de Cristo y nos invita a la conversión (En Cuaresma – Viernes).
8. Lectura espiritual frecuente: Evangelios, Catecismo y vidas de santos dos o tres veces por semana.
9. Santa Misa frecuente: asistir fielmente todos los Domingos y fiestas de precepto. Ademas participar también entre semana, si es posible.
Fruto espiritual: el cuerpo se disciplina más firmemente y el alma se abre a la contemplación.
Nivel avanzado: unión con la Pasión de Cristo
Objetivo: unirse más estrechamente a Cristo en su Pasión, ofreciendo cuerpo y alma como sacrificio de amor.
1. Ayuno eucarístico (ayunar antes de recibir la Sagrada Comunión).
Fuente: El Código de Derecho Canónico (can. 858, 1252 §4) y el Catecismo de San Pío X (nn. 639 y 688–689), Concilio de Trento (1545-1563), Sesión XIII, Papa Clemente VIII – Instrucciones sobre la Sagrada Comunión (1593), Papa León XIII – Encíclica Mirae Caritatis (1902),
2. Ayuno tradicional de la Iglesia: una comida principal y dos colaciones pequeñas.
Fuente: Código de Derecho Canónico (can. 1251) y en el Catecismo de San Pío X (n. 393, 564-567), Concilio de Trento (1545-1563), Sesión XXV, Papa Clemente VIII – Carta Apostólica sobre penitencia (1593), Papa León XIII – Encíclica Rerum Novarum (1891).
3. Abstinencia de carne los Miércoles y Viernes: en memoria de la traición de Judas y de la Pasión de Cristo.
Fuente: Didaché (siglo I–II, cap. 8), Catecismo de San Pío X (n. 569-571), Concilio de Trento (1545-1563), Sesión XXV, Papa Clemente VIII – Carta Apostólica sobre penitencia (1593), Papa Pío X – Motu Proprio Sacra Tridentina Synodus (1905).
4. Caridad unida al ayuno: ofrecer lo que se deja de consumir en limosna o ayuda a los pobres.
Fuente: Catecismo de San Pío X (nn. 393–394). Concilio de Trento (1545-1563), Sesión XXV, Papa León XIII – Encíclica Rerum Novarum (1891), Papa Pío XI – Carta Apostólica Ingruentium Malorum (1935).
5. Ayunos prolongados: uno, dos o tres días a pan y agua (o con infusiones), siempre con permiso del director espiritual.
Fuente: San Francisco de Asís – Leyenda Mayor de San Buenaventura, cap. 6, Santa Catalina de Siena – Diálogo y Vida por Raimundo de Capua, San Juan María Vianney – Biografías y sermones, San Ignacio de Loyola – Ejercicios Espirituales n. 87-90, Santa Teresa de Jesús – Libro de la Vida cap. 10 y 13. Catecismo de San Pío X (nn. 563–566), Concilio de Trento (1545-1563), Sesión XXV, Papa San Pío V – Bula Quo Primum (1570), Papa León XIII – Encíclica Providentissimus Deus (1893), Papa Pío XI – Carta Apostólica Ingruentium Malorum (1935).
6. Mortificaciones añadidas: practicar momentos de silencio prolongado cada día.
Fuente: Padres del Desierto – Apotegmas, San Benito – Regla de San Benito, cap. 6, San Juan Casiano – Conferencias, Santo Tomás de Aquino – Suma Teológica, II-II, q.72-73, San Ignacio de Loyola – Ejercicios Espirituales, Anotaciones 20-22, Santa Teresa de Jesús – Libro de la Vida, cap. 4 y Castillo Interior, moradas IV-V, San Juan de la Cruz – Subida del Monte Carmelo, I, cap. 13, Tomás de Kempis – Imitación de Cristo, lib. I, cap. 20, Catecismo de San Pío X (nn. 543-544), Papa León XIII – Encíclica Rerum Novarum (1891), Papa Pío XI – Carta Apostólica Ingruentium Malorum (1935).
7. Oración más intensa: rezar tres Rosarios diariamente (los 15 misterios: gozosos, dolorosos y gloriosos).
Fuente: Aparición de la Virgen a Santo Domingo en 1208, Fátima (1917), Lourdes (1858). San Luis María Grignion de Montfort Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen. Catecismo de San Pío X (nn. 889-891), Papa Sixto V – Bula Consueverunt Romani Pontifices (1586), Papa Clemente VIII – Bula Coeli et Terrae (1597), Papa León XIII – Encíclica Supremi Apostolatus Officio (1883) y Encíclica Octobri Mense (1891), Papa Pío XI – Carta Apostólica Ingruentium Malorum (1935), Papa Pío XII – Carta Auspicia Quaedam (1948).
8. Vigilias nocturnas: dedicar una hora de adoración al Santísimo en la madrugada del Viernes, en unión con Cristo en Getsemaní.
Fuente: San Alfonso María de Ligorio Práctica de la Perfección Cristiana, Santa Teresa de Ávila Libro de la Vida y Camino de Perfección, San Juan María Vianney, San Pedro Julián Eymard, Catecismo de San Pío X (nn. 153-155, 344, 355-356), Papa Pío VII – Breve Apostólico Quemadmodum Deus (1802), Papa León XIII – Encíclica Rerum Novarum (1891), Papa Pío XI – Carta Apostólica Ingruentium Malorum (1935),
9. Rezar el Vía Crucis: El Vía Crucis nos ayuda a comprender el infinito amor de Cristo y nos invita a la conversión (Toda la Cuaresma, todos los Viernes)..
Fuente: San Alfonso María de Ligorio Práctica de la Perfección Cristiana, Benedicto XIII – Constitución In Suprema (1726), Clemente XII – Breve Pastoralis Officii (1731), Benedicto XIV – Constitución In Supremo Apostolatus (1742), Pío VII – Breve Quam ardenti (1801), Pío IX – Decreto de la Sagrada Congregación de Indulgencias (1857), León XIII – Encíclica Miserentissimus Redemptor (1883), San Pío X – Raccolta (ediciones de 1903, 1910), Pío XI – Encíclica Miserentissimus Redemptor (1928), Pío XII – Encíclica Mediator Dei (1947).
10. Lectura espiritual diaria: Sagrada Escritura, Catecismo, vidas de santos y autores espirituales que respetan la tradición de la Iglesia Católica.
Fuente: San Jerónimo Carta 22, San Agustín Confesiones, Libro XII, Santa Teresa de Jesús Libro de la Vida, cap. 6, San Ignacio de Loyola Ejercicios Espirituales, San Juan María Vianney, Concilio de Trento – Sesión IV (1546), Benedicto XIV – Encíclica Vix pervenit (1745), León XIII – Encíclica Providentissimus Deus (1893), San Pío X – Decreto Quam singulari (1910), Pío XI – Encíclica Divini Illius Magistri (1929), Pío XII – Encíclica Divino Afflante Spiritu (1943).
11. Santa Misa diaria: asistir diariamente si la salud y las circunstancias lo permiten.
Fuente: San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola Ejercicios Espirituales, San Juan María Vianney, Santa Teresa de Jesús Libro de la Vida y Camino de Perfección, Catecismo de San Pío X (nn. 963-966). Concilio de Trento – Sesión XXII (1562), San Pío X – Decreto Sacra Tridentina Synodus (1905), Pío XI – Encíclica Miserentissimus Redemptor (1928), Pío XII – Encíclica Mediator Dei (1947).
12. Ofrecimiento consciente: por la conversión de los pecadores, la santificación de los sacerdotes, la defensa de la Iglesia y la reparación de los pecados del mundo.
Fuente: San Luis María Grignion de Montfort Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, San Juan María Vianney, Catecismo de San Pío X (nn. 485-486, 495-496), Por la conversión de los pecadores: Miserentissimus Redemptor Papa Pío XI, 1928, Por la santificación de los sacerdotes: Ad Catholici Sacerdotii Papa Pío XI, 1935, Por la defensa de la Iglesia: Caritate Christi Compulsi Papa Pío XI, 1932, Por la reparación de los pecados del mundo: Haurietis Aquas Papa Pío XII, 1956.
Fruto espiritual: el alma se fortalece para los grandes combates espirituales y entra más profundamente en la unión con Jesús Crucificado.
⚠️ Nota esencial: en todos los niveles se exige madurez espiritual, salud y obediencia. Ningún santo se lanzó a penitencias extremas por iniciativa propia: siempre lo hicieron bajo la dirección de un director espiritual. El Espíritu Santo se reconoce por la paz, la humildad y la caridad, y nunca por la ansiedad, el orgullo o la temeridad.
Discernir los espíritus: ¿quién inspira el ayuno?
Al proponernos mortificaciones, debemos distinguir si provienen del Espíritu Santo, del demonio o de nuestro propio ego. La tradición espiritual, confirmada por san Ignacio de Loyola y por los Padres, nos da criterios claros.
1. Señales del Espíritu Santo
- Inspiración que mueve al bien con paz interior y espíritu de humildad.
- El sacrificio inspira caridad hacia los demás, no orgullo.
- La práctica lleva a mayor deseo de oración, a mayor amor a Cristo y a la Iglesia.
- Hay constancia serena: no se trata de un impulso momentáneo, sino de una atracción perseverante.
2. Señales del demonio
- Impulsos hacia penitencias desmedidas, imprudentes, sin obediencia al confesor.
- Orgullo espiritual: deseo de ser visto, admirado, o sensación de superioridad sobre otros.
- Turbación interior: ansiedad, agitación, dureza en el trato.
- Consecuencias dañinas: enfermedades innecesarias, abandono de los deberes de estado.
3. Señales de uno mismo
- Motivaciones naturales (bajar de peso, curiosidad, autosuperación) sin referencia a Dios.
- Ayunos irregulares, según el humor o la voluntad, sin constancia.
- Falta de frutos espirituales: no aumenta la oración ni la caridad.
El Ayuno, llave de la victoria espiritual
No basta con admirar a los santos, hay que imitarlos. No basta con leer la doctrina de la Iglesia, hay que encarnarla. El ayuno es un acto concreto de amor a Dios, que se realiza en la carne misma, en el estómago que clama, en el cuerpo que obedece, en el alma que se eleva.
1. El combate es real
Vivimos tiempos en que el demonio ataca con fuerza redoblada: confusión doctrinal, tibieza en la oración, pérdida del espíritu de penitencia, mundanidad en la Iglesia. En este campo de batalla, un cristiano que no mortifica sus pasiones está desarmado. La oración sin sacrificio se debilita; la mortificación sin oración se vuelve orgullo. Ambas, unidas, hacen invencible al soldado de Cristo.
2. El ayuno abre el corazón
El ayuno abre las puertas a la gracia porque vacía el corazón de lo terreno. Cuando ayunamos, aprendemos a decir “no” al pan que perece para decir “sí” al Pan de Vida. Cada hambre física se convierte en un clamor de amor: “¡Señor, tengo más hambre de Ti que de este alimento!”. Esta experiencia es profundamente transformadora: lo que parecía un simple sacrificio se convierte en una fuente de libertad y alegría.
3. La Iglesia necesita penitentes
La Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, sufre hoy profundas heridas: persecuciones externas y divisiones internas. El remedio no vendrá primero de estrategias humanas, sino de almas que se inmolen en silencio. El mundo necesita sacerdotes y laicos penitentes, que sepan ofrecer sus ayunos y sacrificios por la conversión de los pecadores y por la santificación del clero. Recordemos la enseñanza de la Virgen en Fátima: “Muchos se condenan porque no hay quien se sacrifique por ellos”.
4. Un camino para todos
No digas: “El ayuno es para los monjes, no para mí”. Tampoco pienses: “Es demasiado tarde, ya no puedo empezar”. La santidad no tiene edad ni condición; basta comenzar con lo poco. El sacrificio humilde, hecho con amor, tiene un poder inmenso en el Cielo.
5. Una promesa cierta
Cristo nos asegura: “para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.” (Mateo 6, 18). Esa recompensa no es oro ni aplausos humanos, sino algo infinitamente más grande: la intimidad con Él, la fortaleza contra la tentación, la alegría de vivir en gracia, la gloria eterna.
Cómo comenzar hoy mismo
- Decide un pequeño sacrificio concreto (nivel básico).
- Ofrécelo explícitamente por una intención sobrenatural: tu santidad, la conversión de un pecador, la fidelidad de los sacerdotes.
- Ora mientras ayunas: reza un rosario, visita al Santísimo, contempla la Pasión de Cristo.
- Discierne: si tienes confesor o director espiritual, consulta con él; si no, pide luz al Espíritu Santo con humildad.
- Persevera: el demonio intentará hacerte desistir con excusas y tentaciones, pero la victoria está en la constancia.
No importa qué tan pequeño sea el primer paso, importa que lo des. Hoy mismo puedes comenzar el Combate Espiritual.
Dios te creó para ser santo. Y uno de los medios más seguros que la Iglesia te ofrece es el ayuno, junto con la oración y la penitencia.
No lo dudes. Comienza. El Espíritu Santo te fortalecerá, la Virgen María te acompañará, y los santos que ayunaron antes que tú intercederán para que tu sacrificio sea fecundo.
Toma esta decisión con Fe: ayunaré por Amor a Cristo, por la Salvación de las Almas y por la Santidad de la Iglesia.