Pequeño Catecismo Familiar

Texto del Devocionario Azul  de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X 

Una de las principales obligaciones de todo cristiano (y sobre todo de un padre de familia) es conocer la doctrina revelada por Dios, enseñada por su Iglesia, y resumida en el Catecismo.

Damos aquí lo más esencial, que todos, pequeños y grandes, deben saber. Los mayores, y especialmente los antiguos ejercitantes, no dejarán de procurarse y estudiar un catecismo más completo, como el “Catecismo Mayor” de San Pío X, o el catecismo oficial de la Iglesia llamado “Catecismo Romano” o “Catecismo del Concilio de Trento”.

1. — LO QUE DEBEMOS CREER

— Dios nos ha creado para conocerle, amarle y servirle en esta vida, y después verle y gozarle eternamente en la otra.

— Para conocer, amar y servir a Dios, debemos saber y practicar lo que nos enseña la Doctrina Cristiana, que ha sido predicada por Jesucristo y nos enseña la Iglesia.

— La Doctrina Cristiana comprende las verdades que debemos creer, los deberes que hemos de practicar y los medios que hemos de emplear para santificarnos.

— Cristiano es el que, estando bautizado, cree y profesa la Doctrina Cristiana.

Dios es un ser espiritual, infinitamente perfecto, eterno, creador y dueño y señor de todas las cosas. Está en el Cielo, en la tierra y en todo lugar.

— Creemos que hay un solo Dios porque la razón nos lo dice y porque Él mismo nos lo ha revelado.

— Decimos que Dios es un ser espiritual porque no tiene cuerpo.

— Al decir que Dios es infinitamente perfecto, entendemos que posee todas las perfecciones sin límite alguno.

— Se dice que Dios es eterno porque no ha tenido principio ni tendrá fin.

— Decimos que Dios es todopoderoso porque hace todo cuanto quiere, como quiere y cuando quiere.

— Dios cuida de sus criaturas y las conserva y gobierna por su admirable providencia.

— Ve y sabe todas las cosas a la vez: lo pasado, lo presente y lo venidero, y hasta nuestros pensamientos.

LOS PRINCIPALES MISTERIOS

— Un misterio es una verdad revelada por Dios y que debemos creer aunque no la podamos comprender.

Los principales misterios de nuestra fe son: la Santísima Trinidad, la encarnación y la redención.

EL MISTERIO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio de un solo Dios en tres personas. Las tres personas de la Santísima Trinidad son: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

— Cada una de las tres divinas personas es Dios. Las tres personas de la Santísima Trinidad son un solo y mismo Dios, porque tienen una sola y misma naturaleza divina.

LA CREACIÓN

Los ángeles son espíritus puros, creados por Dios para su gloria y su servicio. Los Ángeles Custodios son los que Dios ha encargado de cuidar de cada uno de nosotros. Debemos respetar y honrar a nuestro Ángel Custodio, honrarlo, invocarlo y seguir sus inspiraciones.

— Los demonios son ángeles malos que se rebelaron contra Dios; se ocupan en tentar a los hombres en este mundo y en atormentar a los condenados en el infierno.

El hombre es una criatura racional, compuesta de cuerpo y alma. El alma humana es un espíritu inmortal, creada a imagen y semejanza de Dios, para ser unida a un cuerpo.

— El primer hombre y la primera mujer fueron Adán y Eva, nuestros primeros padres.

— Adán y Eva vivieron en el Paraíso terrenal, hasta que fueron arrojados de allí en castigo de su pecado. Nuestros primeros padres cometieron un grave pecado de soberbia y de desobediencia, comiendo de la fruta que Dios les había prohibido comer.

El pecado de nuestros primeros padres se llama original, porque todos lo heredamos de ellos, como de nuestro primer origen.

EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN

El misterio de la encarnación es el misterio del Hijo de Dios hecho hombre. El Hijo de Dios se hizo hombre tomando un cuerpo y un alma semejantes a los nuestros, en el seno de la Santísima Virgen, por obra del Espíritu Santo.

Acto de fe: Dios mío, creo firmemente todas las verdades que cree y enseña vuestra Santa Iglesia, porque Vos, verdad infalible, se las habéis revelado.

— El Hijo de Dios se hizo hombre para librarnos del pecado y del infierno, y devolvernos la gracia o amistad de Dios que habíamos perdido por el pecado.

El Hijo de Dios hecho hombre se llama Jesucristo.

— Sabemos que Jesucristo es Dios porque Él mismo lo declaró y lo demostró. Jesucristo demostró que es Dios por la doctrina que enseñó, las profecías que en Él se cumplieron y los milagros que realizó.

VIDA DE JESUCRISTO

Jesucristo nació a medianoche del 25 de diciembre, llamado día de Navidad o Nochebuena. Nació en un pobre establo de Belén, en Judea.

— Jesús quiere decir Salvador; y Cristo quiere decir ungido o consagrado. La vida de Jesucristo en Nazareth fue vida de humildad, pobreza, trabajo y obediencia.

La Santísima Virgen María es la Madre de Dios y la más pura y santa de todas las criaturas. Es Madre de Dios porque es Madre de Jesucristo que es Dios verdadero. Dios la preservó de toda mancha de pecado y la enriqueció con gracias abundantísimas.

— Jesucristo empleó los tres años de su vida pública en anunciar que Él era el Salvador prometido al mundo y en enseñarnos lo que debemos hacer y evitar para ir al Cielo.

EL MISTERIO DE LA REDENCIÓN

El misterio de la redención es el misterio de la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo.

— Jesucristo quiso padecer y morir para satisfacer a Dios por nuestros pecados y merecernos el Cielo.

— Fue crucificado en el monte Calvario, cerca de Jerusalén. Jesucristo murió el día de Viernes Santo, a las tres de la tarde. Un soldado atravesó el costado de Jesucristo con una lanza que penetró hasta su adorable Corazón.

Honramos al Sagrado Corazón de Jesús por lo mucho que nos ama y en reparación de las ofensas que recibe de los pecadores.

Jesucristo resucitó el día de Pascua, tercer día después de su muerte.

— Después de haber resucitado, Jesucristo permaneció cuarenta días en la tierra confirmando a los apóstoles en su doctrina y en la verdad de su resurrección.

Jesucristo subió a los cielos cuarenta días después de Pascua, el jueves de la Ascensión.

Al fin del mundo, Jesucristo volverá a la tierra visiblemente, para juzgar a todos los hombres y darles el premio o el castigo que hayan merecido.

EL ESPÍRITU SANTO

— Honramos especialmente al Espíritu Santo el día de Pentecostés en que bajó sobre los apóstoles, diez días después de la Ascensión.

— La tercera Persona de la Santísima Trinidad se llama particularmente con el nombre de Espíritu Santo porque procede del Padre y del Hijo por vía de espiración y de amor (en latín, spiratio, de spirare, quiere decir soplar, respirar; así, el Espíritu Santo es como el soplo del Padre y del Hijo).

Acto de esperanza: Dios mío, espero con firme confianza que me daréis, por los méritos de Jesucristo, vuestra gracia en este mundo y vuestra gloria en el otro, porque me lo habéis prometido y sois fiel en el cumplimiento de vuestras promesas.

— La santificación de las almas se atribuye en particular al Espíritu Santo porque es obra de amor, y Él es el amor en el seno de la Santísima Trinidad.

LA IGLESIA

No hay más que una sola Iglesia verdadera, que es la establecida por Jesucristo.

— La verdadera Iglesia de Jesucristo se reconoce en que es una, santa, católica y apostólica. Es una por estar unidos todos sus miembros por una misma fe, un mismo culto y la obediencia a una misma cabeza visible: el Papa. Es santa porque es santa su Cabeza invisible, Jesucristo, y santos son sus sacramentos, sus leyes y muchos de sus miembros. Es católica, esto es, universal, porque abraza a los fieles de todos los tiempos y lugares, de toda edad y condición. Es apostólica porque cree y enseña todo lo que los apóstoles creyeron y enseñaron, y porque es gobernada por los pastores que legítimamente suceden a los apóstoles sin interrupción.

LAS POSTRIMERÍAS

— La muerte es la separación temporal del alma y del cuerpo.

— Después de la muerte, nuestra alma habrá de comparecer delante de Dios para ser juzgada sobre sus buenas o malas obras.

— Después del juicio particular el alma va al Cielo, al Infierno o al Purgatorio.

El cielo es un lugar de delicias donde los santos gozan con Dios de felicidad perfecta y perdurable. Van al Cielo todos los que mueren en gracia de Dios y han satisfecho completamente por sus pecados.

Acto de caridad: Dios mío, os amo con todo mi corazón y por sobre todas las cosas, porque sois infinitamente bueno y amable, y amo a mi prójimo como a mí mismo por amor a Vos.

El infierno es un lugar de tormentos, en donde los condenados están separados de Dios para siempre y sufren penas horribles.

El Purgatorio es un lugar de penas, donde las almas de los justos acaban de purificarse de sus pecados antes de ir al cielo.

2. — LO QUE DEBEMOS PRACTICAR

— Para salvarnos debemos cumplir los mandamientos de la Ley de Dios y los de la Iglesia.

MANDAMIENTOS DE LA LEY DE DIOS

  1. Amar a Dios sobre todas las cosas.
  2. No jurar el santo nombre de Dios en vano.
  3. Santificar las fiestas.
  4. Honrar padre y madre.
  5. No matar.
  6. No fornicar.
  7. No hurtar.
  8. No levantar falso testimonio ni mentir.
  9. No desear la mujer del prójimo.
  10. No codiciar los bienes ajenos.

— El primer mandamiento de la Ley de Dios nos manda adorarle a Él solo y amarle más que a todas las criaturas, y prohíbe la idolatría, el sacrilegio y la superstición.

— El segundo mandamiento de la Ley de Dios prohíbe jurar en vano y decir blasfemias e imprecaciones, y nos manda cumplir los votos y promesas que hayamos hecho a Dios.

— El tercer mandamiento de la Ley de Dios nos manda santificar los domingos y fiestas de precepto. Las fiestas de precepto, en Argentina, además de los domingos, son: Circuncisión de Nuestro Señor (1º de enero), Asunción (15 de agosto), Inmaculada Concepción (8 de diciembre) y Navidad (25 de diciembre). Para santificar los días festivos debemos principalmente asistir a la Santa Misa y no trabajar en obras serviles.

— El cuarto mandamiento de la Ley de Dios nos manda amar, obedecer y respetar a nuestros padres y asistirlos en sus necesidades. También debemos honrar a las personas de legítima autoridad en la Iglesia y en la sociedad.

— El quinto mandamiento de la Ley de Dios prohíbe cualquier acto que cause daño al prójimo o a uno mismo, en el alma o en el cuerpo.

— El sexto mandamiento de la Ley de Dios prohíbe las acciones, palabras y miradas contra la pureza; y el noveno, además, los pensamientos y deseos.

— El séptimo mandamiento de la Ley de Dios prohíbe quitar injustamente lo ajeno contra la voluntad de su dueño y todo lo que puede causar perjuicio al prójimo en sus bienes.

— El octavo mandamiento de la Ley de Dios prohíbe las mentiras, los falsos testimonios y, en general, todo lo que perjudica al prójimo en su honra.

PRINCIPALES PRECEPTOS DE LA IGLESIA

  1. Oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar.
  2. Confesar por lo menos una vez al año.
  3. Comulgar por Pascua Florida.
  4. Ayunar cuando lo manda la Iglesia. La disciplina actual de la Iglesia obliga al ayuno el Miércoles de Cenizas y el Viernes Santo. Hay abstinencia de carne todos los viernes del año (pero es posible sustituirla por una obra de misericordia).
  5. Pagar los diezmos y primicias a la Iglesia de Dios.

LAS VIRTUDES TEOLOGALES

La fe es una virtud sobrenatural, infundida por Dios en nuestra alma, que nos hace creer firmemente todo lo que Dios ha revelado y la Iglesia nos enseña para que lo creamos.

La esperanza es una virtud sobrenatural, infundida por Dios en nuestra alma, que nos hace confiar firmemente que Dios nos dará su gracia en esta vida, y después la gloria del cielo.

La caridad es una virtud sobrenatural, infundida por Dios en nuestra alma, que nos hace amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios.

EL PECADO

— El pecado es toda desobediencia voluntaria a la ley de Dios o de la Iglesia.

— Se llama pecado mortal el que se comete en materia grave, con plena advertencia y libre consentimiento.

— Pecado venial es el que se comete en cosa leve; o en cosa grave pero sin advertencia o consentimiento plenos.

— El pecado, sea mortal o venial, se puede cometer de cinco maneras: por el pensamiento, el deseo, la palabra, la obra y la omisión.

Comunión espiritual: ¡Oh Jesús mío!, creo en Vos y os adoro realmente presente en el santísimo Sacramento del altar; me arrepiento de haberos ofendido; os amo y os deseo; venid a mi corazón; me uno a Vos; nunca os separéis de mí.

— Los pecados capitales son siete: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza. Se llaman capitales porque atraen hacia sí a muchos otros pecados.

3. — MEDIOS DE SALVACIÓN

— La gracia es un don sobrenatural que Dios nos concede gratuitamente, por los méritos de Jesucristo, para ayudarnos a conseguir la vida eterna.

— Gracia habitual o santificante es aquella que permanece en nosotros y hace a nuestra alma santa y agradable a Dios. La gracia habitual se pierde por el pecado mortal.

— La gracia actual es un auxilio especial y momentáneo que Dios nos da para ayudarnos a practicar el bien y evitar el mal.

— La gracia de Dios se obtiene principalmente por medio de los sacramentos y la oración.

LOS SACRAMENTOS

— Los sacramentos son signos sensibles instituidos por Jesucristo para producir la gracia en nosotros y santificarnos. Son siete: Bautismo, confirmación, eucaristía, Penitencia, extremaunción, orden sagrado y Matrimonio.

— La Confirmación, la Eucaristía, la Extremaunción, el Orden Sagrado y el Matrimonio se llaman sacramentos “de vivos”, porque deben recibirse en estado de gracia, que es la vida sobrenatural del alma.

— Los sacramentos que pueden recibirse una sola vez son el Bautismo, la Confirmación y el Orden Sagrado, porque imprimen un carácter en el alma que dura para siempre.

El Bautismo es un sacramento que borra el pecado original, nos hace cristianos e hijos de Dios y de la Iglesia. Se hace derramando agua natural sobre la cabeza del que lo recibe, diciendo al mismo tiempo: “Yo te bautizo, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Ordinariamente, sólo puede bautizar el sacerdote, pero, en caso de necesidad, puede bautizar cualquier persona que tenga uso de razón.

La Confirmación es un sacramento por el cual recibimos la plenitud del espíritu santo y la abundancia de sus dones. Estos dones son siete: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

La Eucaristía es un sacramento que contiene real y verdaderamente el cuerpo, sangre, Alma y Divinidad de nuestro señor Jesucristo, bajo las especies de pan y vino.

— Después de la Consagración, tanto en la hostia como en el cáliz, está todo entero Jesucristo, Dios y Hombre verdadero; y del pan y vino sólo quedan las apariencias.

La Misa es el sacrificio del cuerpo y de la sangre de Jesucristo ofrecidos a Dios bajo las apariencias del pan y del vino, por el ministerio del sacerdote. El sacrificio de la Misa es el mismo que el de la Cruz.

La comunión es el acto de recibir a Jesucristo en la eucaristía, para nuestro alimento espiritual. Para comulgar dignamente se requiere hallarse en estado de gracia, saber lo que se va a recibir y no haber comido cosa alguna desde tres horas antes (Pío XII). El que comulga en pecado mortal comete un grave pecado de sacrilegio.

— La Comunión bien hecha aumenta la gracia santificante, borra las culpas veniales, preserva de las mortales y es prenda de vida eterna.

La Penitencia es el sacramento instituido para perdonar los pecados cometidos después del Bautismo. Para confesarse bien se necesitan cinco cosas: examen de conciencia, dolor de los pecados, firme propósito de enmienda, confesión de los pecados al sacerdote y cumplir la penitencia impuesta por el confesor.

— El examen de conciencia se hace recordando los pecados cometidos contra cada uno de los mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, y las obligaciones del propio estado.

La contrición es un dolor o sentimiento de haber ofendido a Dios por ser infinitamente bueno y amable y porque el pecado le disgusta. La atrición es un pesar de haber ofendido a Dios, principalmente por temor de perder el Cielo y de ir al infierno.

— El firme propósito de enmienda es no querer pecar más.

— Para que la confesión sea buena, estamos obligados a confesar todos los pecados mortales que recordamos haber cometido. Quien voluntariamente escondiese un solo pecado mortal hace una confesión sacrílega.

— La absolución es el perdón de los pecados que concede el sacerdote, en nombre de Jesucristo, al penitente bien dispuesto.

— La Extremaunción es un sacramento instituido para el alivio espiritual y aun temporal de los enfermos. Perdona los pecados que no haya podido confesar el enfermo, aumenta la gracia santificante, fortalece contra las tentaciones y ayuda a sufrir con paciencia la enfermedad.

El Orden Sagrado es un sacramento que da el poder y la gracia necesarios para ejercer dignamente las funciones eclesiásticas.

— Jesucristo estableció el sacramento del Matrimonio para santificar la unión legítima del hombre y la mujer y darles las gracias necesarias a su estado. Este sacramento da gracia a los casados para vivir en santa unión y educar cristianamente a los hijos.

LA ORACIÓN

— Oración es la elevación del alma a Dios para adorarle, darle gracias y pedirle favores. Debemos orar en nombre de Jesucristo y con atención, humildad, confianza y perseverancia.

— Dios atiende siempre nuestras oraciones si las hacemos bien y si lo que pedimos conviene a nuestra salvación. Conviene particularmente orar por la mañana y por la noche, los domingos y fiestas, y en las tentaciones y peligros.

4. — VERDADES ESENCIALES CONTRA LOS ERRORES MODERNOS

Se llaman “errores modernos” a aquellos errores liberales que envenenan al mundo desde la Revolución francesa. A pesar de haber sido condenados repetidas veces por los Papas, triunfaron en la Iglesia a raíz del Concilio Vaticano II y llevan ahora a innumerables almas por el camino de la apostasía y de la condenación. Contra estos errores gravísimos, damos aquí algunas “verdades esenciales” entresacadas de las enseñanzas del Magisterio Tradicional de la Iglesia. Todo católico deseoso de salvar su alma debe conocer y comprender bien la doctrina de la Iglesia sobre estos puntos.

La verdad no depende del hombre, ni la ley moral, ni Dios, ni la religión. La voluntad del hombre no hace el bien, ni la verdad, ni el derecho. Todas estas cosas escapan por completo a los caprichos y fantasías de cada uno.

— No basta ser sincero y de buena fe, es preciso estar en la verdad, es decir tener el pensamiento conforme con la realidad de las cosas. Aunque se esté convencidísimo de que este pastel es bueno, si está envenenado sin duda me matará. Aunque me guste tal religión, si es falsa no me servirá de nada.

La verdad revelada no puede cambiar: es la misma para todos los hombres y para todos los tiempos.* Es tan inmutable como Dios mismo. La conocemos infaliblemente por la Tradición de la Iglesia y las definiciones solemnes de los Papas. Nadie, ni siquiera el Papa, puede obligarnos a abandonarla para adoptar doctrinas nuevas (Gálatas 1, 8).

* “En verdad os digo: antes pasará el cielo y la tierra, que pase una sola iota o una tilde de la ley, sin que todo se verifique” (del Evangelio según San Mateo 5, 18).

— La existencia de un Dios personal, infinito, todopoderoso, soberanamente sabio y poseedor de toda ciencia, se puede probar por la razón natural. De modo que son inexcusables todos los que no le glorifican (Concilio Vaticano I; Romanos 1, 21).

— Dios es quien nos ha creado, y Dios y sólo Dios es quien nos salvará, si nos sometemos a Él de todo corazón.

— El pecado es el más grave y el más temible de todos los males. Nunca se puede pecar, aunque sea para salvar el mundo entero.* Para salvarse, además, es necesario apartarse de las ocasiones próximas de pecado, como son la televisión o la frecuentación de hombres impíos y doctrinas falsas.

* El que comete un pecado, aunque sea una leve mentira, para salvarse o salvar a otros de la muerte, por ejemplo, causa un mal mucho más grande que el bien que pretende conseguir: deshonra a Dios, y contribuye por su mal ejemplo a arruinar el bien de la virtud en la sociedad. El que, por el contrario, no vacila en sacrificar su vida antes que pecar, da una gran gloria a Dios, salva su alma y con su ejemplo de virtud contribuye poderosamente a la edificación del prójimo, y a la prosperidad, incluso temporal, de la humanidad. Es, por lo tanto, una ilusión y un engaño pensar que se puede conseguir un bien por medio del pecado.

— Nadie puede salvarse por una religión falsa. Hay una sola religión verdadera que es la católica. Fuera de ella, esto es, fuera de la Iglesia romana, no hay salvación. (Condenación del Ecumenismo por Pío XI, “Mortalium Animos”).

La iglesia fundada por Jesucristo es misionera: no es ecuménica y no entra en diálogo con aquellos que están fuera de su seno, sino sólo con vistas a su conversión.

— Todo hombre, mediante el uso de su razón, puede alcanzar con certeza las verdades esenciales, como la existencia de Dios. La verdad de la revelación cristiana está clarísimamente demostrada por la realización de las profecías y milagros (San Pío X, Juramento antimodernista).

— El fin principal del matrimonio es la generación de los hijos y su educación para que se salven.

— Todo uso del matrimonio en el cual los esposos se esfuerzan en quitar al acto su virtud procreativa es contrario a la ley de Dios y a la ley natural, y los que lo hacen cometen un pecado mortal (Pío XI, “Casti Connubii”).

— Ni la ecología, ni el peligro de superpoblación, ni los llamados “derechos del hombre” podrán jamás justificar crímenes abominables como el aborto, la contracepción, la fecundación artificial, y otras perversiones por el estilo.

— Dios no quiere la igualdad entre las clases sociales, ni la igualdad entre hombre y mujer. Hizo a todos desiguales para la armonía y el buen orden de la sociedad y del universo. Según el derecho natural, el varón es el jefe de la familia, a quien toca gobernarla para el bien material y espiritual de todos (San Pío X, “Notre Charge Apostolique”).

— El comunismo es intrínsecamente perverso, y no se puede admitir en ningún terreno la colaboración con él por parte de los que quieren salvar la civilización cristiana (Pío XI, “Divini Redemptoris”).

El error y el mal no tienen derechos, ni merecen de por sí ningún respeto. La libertad del error y de prensa es un mal y es causa de la perdición de innumerables almas.*

* “¿Puede acaso haber muerte más espantosa para el alma, que la libertad para el error?” (San Agustín).

— Todos los gobernantes y todos los que tienen algún poder en la sociedad tienen la obligación grave de defender en cuanto les sea posible la religión verdadera, ayudando fielmente a la Iglesia en su misión de salvar las almas. Si no lo hacen, Dios les pedirá cuenta por ello (Pío XI, “Quas Primas”, sobre la realeza social de Cristo).

— El laicismo o neutralidad del Estado en materia religiosa es un error condenado por la Iglesia y que lleva a las naciones y al mundo entero a su perdición. Es obligación imprescindible del Estado someterse a la Iglesia en todo lo que atañe a la salvación de las almas.

— Los nuevos ritos de la misa (posteriores al Concilio Vaticano II) se alejan de manera impresionante, tanto en conjunto como en detalle, de la teología católica de la santa Misa (Cardenales Ottaviani y Bacci, “Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae”). Es necesario, por lo tanto, atenerse exclusivamente al rito tradicional, aquel que fue codificado y autorizado para siempre por el Papa san Pío V (Bula “Quo Primum Tempore”).

— En todas las cosas, en la sociedad civil como en la Iglesia, hay que obedecer a Dios antes que a los hombres (Hechos 5, 29). No es lícito obedecer al Papa o a los Obispos cuando nos mandan algo contrario a la fe católica.

— Dios es infinitamente poderoso, pero no puede hacer una cosa contradictoria, como por ejemplo un círculo cuadrado. De la misma manera, Dios es infinitamente bueno, y sin embargo nunca podrá hacer que un pecador que muera en su pecado se salve.

Los que hayan hecho el bien en su vida irán a la vida eterna; pero los que hayan hecho el mal irán al fuego eterno. Tal es la fe católica, que si alguien no la guarda fiel y firmemente, no podrá salvarse (Símbolo de San Atanasio, también llamado “Quicumque”, pág. 226).

Los verdaderos amigos del pueblo no son ni los revolucionarios ni los innovadores, sino los tradicionalistasSan Pío X, “Notre Charge Apostolique”

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