
Historia
San Godofredo nació hacia el año 1065, fruto de las oraciones de unos padres profundamente cristianos que ofrecieron su vida a Dios. Desde niño, mostró señales de predilección divina: fue ofrecido al monasterio de Monte San Quintín, donde vivió como un pequeño Samuel consagrado al Señor. A los cinco años, recibió el hábito benedictino y comenzó una vida marcada por la oración, la penitencia y los milagros, pues sanó de una herida grave invocando el nombre de Jesús.
Su infancia fue un reflejo de pureza y celo espiritual. Pasaba largas horas en oración nocturna, ayunaba frecuentemente y mostraba una humildad fuera de lo común. Era un alma contemplativa en un cuerpo de niño, y su ejemplo edificaba a todos los monjes. La Providencia lo preparaba para ser un pastor santo en tiempos turbulentos.
Ya adulto, San Godofredo fue elegido abad de Nuestra Señora de Nojén, un monasterio que halló casi en ruinas. Con fe, trabajo y oración, restauró el edificio material y, sobre todo, el espíritu religioso. Reformó las costumbres, atrajo nuevas vocaciones y devolvió al convento su fervor original. Era un constructor de almas, un verdadero renovador de la vida monástica en Francia.
Su fama de santidad lo llevó a ser llamado al episcopado. Aunque rehusó repetidamente el honor, fue finalmente consagrado obispo de Amiens, obedeciendo a la Iglesia con profunda humildad. En su diócesis se comportó como un verdadero padre: lavaba los pies a los pobres, alimentaba a trece necesitados cada día y servía personalmente a los leprosos. Vivía con la pobreza y la austeridad de un monje, pero con la autoridad de un verdadero pastor de almas.
San Godofredo fue también un defensor incansable de la justicia y la verdad. En tiempos de conflictos civiles entre nobles y campesinos, actuó como mediador, buscando siempre la paz según el Evangelio. Cuando el pecado y la corrupción se infiltraban en el clero, él respondía con reformas, oración y el ejemplo de su vida santa.
Dios lo bendijo con el don de los milagros. Ante una gran sequía, ordenó un ayuno general y exhortó al pueblo al arrepentimiento. Al poco tiempo, llovió abundantemente, como signo visible del poder de la oración del santo. También salvó a una mujer del frío en los Alpes, ofreciéndole su propia capa, mostrando que su caridad no conocía límites.
Al final de su vida, cansado de tantas luchas y sufrimientos, deseó retirarse a la soledad de la Gran Cartuja para morir en paz. Pero el deber lo llamó de nuevo: el Papa y los fieles le pidieron regresar a su diócesis. Obedeció sin quejarse, y poco después entregó su alma a Dios el 8 de noviembre de 1115, a los cincuenta años de edad. Fue sepultado en el coro de su abadía, y pronto comenzó su veneración como santo.
Lecciones
1. La santidad comienza en la infancia. Sus padres ofrecieron su vida a Dios, y su ejemplo muestra que los hijos consagrados al Señor desde pequeños son bendición para el mundo.
2. La verdadera reforma nace de la oración. San Godofredo reconstruyó monasterios y almas no con discursos, sino con su penitencia y ejemplo.
3. El pastor debe vivir como Cristo pobre y servidor. Su episcopado fue una entrega total: sirvió a los leprosos, alimentó a los pobres y se despojó de todo por amor.
4. La humildad abre las puertas del cielo. Aunque fue abad y obispo, se mantuvo como un monje sencillo, obediente y amante de la cruz.
“San Godofredo: el obispo que enseñó que el poder cristiano no está en mandar, sino en Amar, Servir y Sufrir con Cristo.”
