
Historia
San Onofre de Egipto, también conocido como San Onofrio, Onuphrius u Onofrius, fue un santo ermitaño del siglo IV que vivió una vida de radical soledad, penitencia y unión con Dios en los desiertos de la Tebaida. Su fiesta se celebra cada 12 de junio, y su testimonio es una llamada viva a la conversión, al desapego del mundo y a la comunión con el Creador.
Nació probablemente a finales del siglo III. Algunas tradiciones lo presentan como hijo de un rey persa o egipcio, mientras que otras lo muestran educado desde niño en un monasterio cristiano. En cualquiera de los casos, el Espíritu Santo lo tocó desde temprana edad, despertando en él un profundo deseo de abandonar todo lo terreno para buscar únicamente el rostro de Dios.
Ya adulto, Onofre sintió el impulso divino de retirarse completamente del mundo. Abandonó el monasterio en el que vivía y se adentró en el desierto egipcio, internándose profundamente en regiones solitarias. Una columna de luz —símbolo de la guía de Dios— lo condujo hasta una cueva, donde viviría los siguientes más de 60 años en soledad total como Eremita. La palabra “eremita” proviene del griego “eremos”, que significa desierto o lugar aislado. La vocación de un eremita se hizo más popular entre los primeros cristianos, quienes, inspirados por santos como Elías y Juan el Bautista, deseaban vivir una vida apartada y, por lo tanto, se retiraron al desierto para vivir en oración y penitencia.
La definición de eremita se encuentra en el canon 603 del Código de Derecho Canónico, la norma que rige a la Iglesia Católica (vida eremítica o anacorética). (Un anacoreta es un cristiano que, impulsado por el deseo de vencer a la carne, al mundo y al demonio, se retira del bullicio de la sociedad para vivir en soledad, penitencia y oración, buscando la unión más íntima con Dios, sin dejar de estar al servicio de la Iglesia y del prójimo cuando la caridad lo llama).
Allí, se entregó al ayuno, la penitencia, el silencio y la oración continua, sin compañía humana, sin comodidad ni distracciones. Sus vestiduras se deshicieron con el tiempo y su cuerpo fue cubierto por su larga cabellera y una barba blanca y frondosa. Su alimento era lo que le ofrecía la Providencia: dátiles, raíces, agua, y ocasionalmente miel. Pero su verdadero alimento era Dios. Solo los domingos un ángel bajaba del cielo para darle la Sagrada Comunión, confirmando que la Eucaristía es el verdadero sustento del alma.
Al final de su vida, el abad Pafnucio, monje de vida santa, recibió del cielo el impulso de ir al desierto para conocer los caminos de los anacoretas. Después de días sin comida ni agua, halló a San Onofre, quien lo recibió con humildad y gozo espiritual. Onofre le contó su historia, revelándole que había dejado el monasterio por inspiración de Dios y que había vivido 60 años en soledad total, sostenido solo por la gracia divina.
Pocos días después, mientras rezaba con el rostro encendido de luz, San Onofre entregó su alma a Dios. Pafnucio, obedeciendo la voluntad del santo, lo enterró junto a una palmera. Inmediatamente, la fuente cercana se secó y la cueva se derrumbó, como señal de que el tiempo de ese santo en la tierra había terminado y su misión se había cumplido.
Al regresar al monasterio, Pafnucio narró su encuentro con San Onofre a la comunidad monástica, y su historia se difundió entre los cristianos como ejemplo de perfección evangélica, humildad heroica y amor absoluto a Dios.
Lecciones
1.La santidad nace del silencio y del desprendimiento radical:
San Onofre abandonó el mundo y sus riquezas para buscar solo a Dios. Nos enseña que para encontrar a Cristo, muchas veces hay que renunciar a lo que creemos necesario.
2.Dios provee a quienes confían plenamente en Él:
Sin medios humanos, sin seguridad ni compañía, San Onofre fue sostenido milagrosamente por la Providencia divina, demostrando que quien pone a Dios en primer lugar, lo tiene todo.
3. El desierto es escuela de santidad:
Lejos del ruido, Onofre encontró a Dios. El desierto exterior e interior es donde el alma se purifica, se vacía y se une verdaderamente a su Creador.
4. La humildad y la fidelidad oculta son más valiosas que el reconocimiento humano:
Aunque nadie lo conocía, su vida fue luz para la Iglesia, y hoy es venerado en Oriente y Occidente.
“San Onofre, varón del desierto y llama viva de amor por Dios, enséñanos que la santidad nace del silencio, la penitencia y la adoración.”