
Historia
San Sabas nació en Mutalasca, cerca de Cesarea de Capadocia, en el año 439. La Providencia quiso que desde niño conociera la dureza, pues quedó bajo la tutela de un tío que lo trató con verdadera tiranía. Aquel hogar, que debía ser refugio, se volvió para el pequeño Sabas un lugar de sufrimiento; pero Dios, que prepara a sus santos en el crisol, lo fortaleció para huir hacia otro tío. Allí descubrió la mezquina disputa entre familiares que codiciaban sus bienes… y comprendió que su alma no podía vivir atada a lo terreno.
Con admirable resolución, el joven Sabas renunció a todos sus bienes para buscar la paz en el silencio de un monasterio. Fue recibido con alegría, pues desde el primer momento se veía en él una virtud naciente. En poco tiempo, su humildad, obediencia, paciencia y mortificación igualaron a las de los monjes más veteranos. Sabas apagaba en sí cualquier sombra de su vida pasada: un día, al tomar una manzana de la huerta, recordó el pecado original y la arrojó sin probarla, dominando su propio apetito.
Después de diez años de vida ejemplar, recibió permiso para peregrinar a los santos lugares de Palestina. Allí abrazó reglas aún más austeras, y al ver las disputas doctrinales entre católicos y monofisitas, buscó refugio en el desierto junto a hombres santos como San Neptimio. Aunque algunos dudaban de su capacidad por su corta edad, Sabas venció toda desconfianza con su constancia y virtud inquebrantable.
Acompañando a un hermano hacia Alejandría, vivió una de las pruebas más dolorosas: el reencuentro inesperado con sus padres, que quisieron disuadirlo de su vocación. Ni súplicas, ni lágrimas, ni promesas de honores lograron mover su corazón. Con firmeza sobrenatural respondió: “Si los príncipes castigan a los desertores de sus ejércitos, ¿qué castigo merecería yo si desertara del servicio del Rey del Cielo?” Con esta respuesta, incluso su padre reconoció la santidad de su hijo.
Deseoso de mayor perfección, Sabas se retiró a una gruta del desierto. Allí vivió como los antiguos anacoretas: cinco días enteros de oración y trabajo manual, confeccionando canastillas que entregaba cada sábado al monasterio. Su soledad pronto atrajo multitudes que deseaban aprender de él, y se fundó entonces la célebre Laura de San Sabas. A pesar de su grandeza espiritual, se consideraba indigno del sacerdocio, y sólo lo recibió por obediencia, cuando el patriarca de Jerusalén lo ordenó solemnemente ante toda su comunidad.
Dios lo colmó con un corazón tierno y humilde: corregía a sus hijos con dulzura, recogía por la noche los alimentos que un hermano había tirado, y enseñaba con paciencia la pobreza y el espíritu del Evangelio. Fundó numerosos monasterios, dirigió a casi mil monjes y vivió en profunda amistad con Santeodosio. En tiempos de gran confusión doctrinal, defendió con valentía la ortodoxia frente a emperadores que querían imponerse sobre la Iglesia, recordando a todos que los dogmas son inmutables y no están sujetos al poder civil.
Su vida fue un combate constante por la verdad y la paz. Viajó dos veces a Constantinopla, ya casi centenario, para proteger a la Iglesia de Palestina de injusticias, de impuestos abusivos y de intervenciones políticas. Los emperadores Justiniano y Justino lo recibieron con veneración, y más de una vez cedieron ante su santidad y su palabra llena de autoridad espiritual.
Finalmente, a los 94 años, sintió cercano su tránsito. Rechazó toda comodidad y pidió ser llevado a su amada Laura, donde entregó su alma a Dios el 5 de diciembre del año 532, rodeado de sus hijos espirituales. Su sepulcro fue honrado con innumerables milagros, y sus reliquias son veneradas con devoción hasta hoy.
Lecciones
1. La renuncia libera el alma.
Quien, como Sabas, suelta los bienes que otros codician, descubre el tesoro que nada ni nadie puede arrebatar.
2. La soledad fecunda a los santos.
El silencio del desierto formó en él un corazón firme, humilde y manso, capaz de edificar y guiar a miles
3. La verdadera autoridad nace de la santidad.
Ni emperadores ni potentes del mundo pudieron resistir la claridad, humildad y firmeza del santo anacoreta.
4. La paz se conquista con fidelidad a la verdad.
Sabas defendió la fe católica sin odio, sin violencia y sin temor, mostrando que la caridad y la firmeza no se oponen.
“San Sabas nos enseña que el alma que sólo busca a Dios se convierte en una fuente viva que da paz, luz y fortaleza a toda la Iglesia.”
