
Historia
Santa Cristina (o Nina), llamada también Nina o Cristiana, floreció hacia el año 330 en la región de Georgia, antigua Iberia, situada entre el mar Negro y las montañas del Cáucaso. Aquella tierra indómita había resistido durante siglos a los ejércitos romanos, pero Dios quiso conquistarla no por la fuerza de las armas, sino por la mansedumbre de una joven virgen, tímida y candorosa, instrumento dócil de su amorosa Providencia.
Las tradiciones antiguas afirman que era de sangre real y pariente de San Gregorio el Iluminador, apóstol de Armenia, aunque otros sostienen que era de origen grecorromano. Lo cierto es que vivió en tiempos de Diocleciano y Constantino, y que antes de llegar a Georgia había llevado vida religiosa junto a Santa Rípsima y Santa Gallana, vírgenes consagradas que huían de la persecución contra los cristianos.
Tras el martirio de Rípsima, Gallana y sus compañeras a manos del rey Tirídates, Cristina logró escapar guiada por Dios, atravesando caminos desconocidos hasta llegar a Georgia. Allí, deseosa de entregarse por completo a la oración, la penitencia y el retiro, se vendió como esclava o aceptó voluntariamente la servidumbre, viviendo con extrema austeridad, durmiendo sobre una estera y dedicando largas horas a implorar la bendición de Dios sobre aquella tierra pagana.
Su vida pura, humilde y fiel despertó la admiración de quienes la rodeaban. Cuando le preguntaban por la razón de su conducta, respondía sencillamente: «Así sirvo a Cristo, mi Dios y Señor». Aquella fe silenciosa preparó el terreno para la manifestación del poder divino que pronto habría de revelarse con claridad.
Un día, una madre desesperada llevó a su hijo moribundo ante Cristina. La santa confesó no conocer remedio humano alguno, pero confió plenamente en Jesucristo. Colocó al niño sobre su estera, lo cubrió con su silicio e invocó al Señor. El niño sanó instantáneamente, y la noticia del milagro se propagó por toda la ciudad, despertando un movimiento de fe entre el pueblo.
La fama de la virgen llegó hasta la reina de Georgia, gravemente enferma desde hacía años. Cristina oró por ella, y la reina quedó curada al instante. Rechazando toda recompensa material, exhortó a la soberana a renunciar a los ídolos, recibir el Bautismo y vivir según la ley de Jesucristo. Poco después, también el rey, librado milagrosamente de una muerte segura durante una cacería, cumplió su promesa de abrazar la fe cristiana.
El rey y la reina, instruidos por la santa, recibieron el Bautismo y exhortaron a su pueblo a seguir su ejemplo. Multitudes abrazaron la fe, y Cristina aconsejó al monarca enviar embajadores a Constantino el Grande para pedir obispos y sacerdotes. Así comenzó la organización visible de la Iglesia en Georgia, sellada con la construcción de un gran templo, cuya obra fue milagrosamente completada por la oración de la santa.
Santa Cristina vivió aún largo tiempo pobre, austera y humilde entre el pueblo que había llevado a Cristo. Murió en paz hacia el año 330, rodeada del llanto de sus fieles, dejando a Georgia definitivamente consagrada al Dios verdadero. El Martirologio Romano celebra su memoria el 15 de diciembre, como virgen y apóstol de todo un pueblo.
Lecciones
1. Dios conquista los corazones por la humildad:
Santa Cristina enseña que una vida escondida, fiel y penitente puede transformar naciones enteras sin recurrir al poder humano.
2. La fe sencilla obra grandes milagros:
Su confianza absoluta en Cristo muestra que Dios actúa con fuerza cuando el alma se abandona plenamente a Él.
3. La santidad personal fecunda la evangelización:
Antes de predicar con palabras, evangelizó con el testimonio de una vida pura, obediente y sacrificada.
4. La verdadera conversión transforma a los pueblos:
La conversión de los reyes y del pueblo georgiano manifiesta que cuando Cristo reina en los corazones, renace toda una nación.
“Santa Cristina nos enseña que una fe humilde y perseverante puede abrir las puertas de un reino entero al reinado de Jesucristo.”
