
San Mateo 11, 25‑27
Jesús tomó la palabra y dijo:
“Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre; y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni el Padre conoce a nadie sino por el Hijo y a quien el Hijo quiera revelarlo.”
Mensaje
Este pasaje es una explosión de ternura divina y a la vez una sacudida al corazón orgulloso. Jesús, en un instante de profunda intimidad con el Padre, eleva una oración que revela el misterio del Reino de Dios: no es con títulos ni con grandeza humana como se entra en el corazón del Padre, sino con sencillez, humildad y fe. “Has revelado estas cosas a la gente sencilla”, dice Jesús. Esto significa que aquellos que viven sin pretensiones, que confían y se abandonan, que son pobres en espíritu, son los preferidos de Dios. “Pobres en espíritu” es una expresión que proviene de las Bienaventuranzas de Jesús, especialmente de esta frase: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.” (Mateo 5,3)
Ser pobres en espíritu es una actitud interior de humildad profunda y total dependencia de Dios. Es reconocer que, aunque tengamos talentos, bienes o fuerza, sin Dios no somos nada.
- Es la persona que sabe que necesita a Dios.
- Que no se cree autosuficiente ni mejor que los demás.
- Que se despoja del orgullo (de la soberbia), del ego y del deseo de poder o control, para abrirle espacio a Dios en su vida.
- Es el alma humilde, que vive confiando en la Providencia y pone a Dios en el centro de todo.
Un pobre en espíritu dice: “Gracias, Señor, porque sin Ti no podría haberlo logrado.” El Catecismo enseña que los pobres en espíritu son los humildes, los que ponen su confianza en Dios (cf. CIC 2546).
Queridas familias católicas tal vez se sienten pequeños, ignorados o sobrepasados por las dificultades del hogar, del trabajo o del mundo. La sabiduría del mundo desprecia al humilde, pero el Padre del Cielo lo eleva.
Este Evangelio también nos recuerda que no hay acceso al Padre si no es por Jesús. “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. ¡Y Jesús quiere revelarlo a ti! A ti que buscas con sinceridad, que deseas agradar a Dios y no al mundo. En la oración, en la Eucaristía, en la confesión, Jesús te muestra el rostro del Padre: un rostro misericordioso, que no te condena sino que te ama con ternura.
En nuestras familias a veces se sufre: hay incomprensiones, silencios dolorosos, angustias económicas, enfermedades o cansancio. Pero es precisamente allí donde Dios se manifiesta si lo dejamos entrar. Él no necesita grandezas, sino corazones abiertos.
Jesús hoy nos invita a cambiar nuestra manera de pensar. Nos llama a valorar la humildad por encima de la vanagloria, a dejar de aparentar para empezar a vivir cada día la verdad del evangelio. La santidad comienza en el perdón entre esposos, en el rosario rezado cada día con fe aunque estemos cansados. Todo eso, vivido con sencillez, es donde el Padre se revela, porque ahí Jesús se hace presente.
“Si quieres ver a Dios en tu vida, no te hagas grande: hazte humilde y sencillo, porque así se abren las puertas del Cielo.”
Invitación para hoy
- 1. Vuelve tu corazón a la humildad. Hoy, haz un acto concreto de humildad: pide perdón, sirve en silencio y con paciencia. Dios se revela a los sencillos.
- 2. Reza con confianza como un niño el Santo Rosario. Dedica un momento en familia para rezar el Santo Rosario como lo haría un hijo que se sabe amado.
- 3. Reconoce la presencia de Jesús en lo cotidiano: abraza tu cruz de cada día, porque es en ella donde Cristo te revela el rostro del Padre.
Con cariño y bendición,
El equipo de Confesión Perfecta
“El Sacramento que cambiará tu Vida y salvará tu Alma”