Evangelio San Mateo 12, 38-42

San Mateo 12, 38-42

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, aquel a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».

Estaba María afuera, junto al sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se inclinó hacia el sepulcro, y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntaron:
«Mujer, ¿por qué lloras?».
Ella les contestó: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».
Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Jesús le dice: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?».
Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta:
«Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré».
Jesús le dice: «¡María!».
Ella se vuelve y le dice: «¡Rabboni!», que significa «¡Maestro!».
Jesús le dice:
«No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”».
María Magdalena fue y anunció a los discípulos:
«He visto al Señor y ha dicho esto».

Mensaje

El alma que ama de verdad, nunca se cansa de buscar a su Amado. Así vemos a María Magdalena: llorando, perseverando, amando hasta las últimas consecuencias, aunque parecía que todo había terminado. Hoy, Jesús nos llama también a nosotros a amarle así: con un amor que no se enfría, que no se oculta, que no se acomoda a la tibieza del mundo, sino que lo busca aun en la oscuridad.

Este Evangelio es una invitación clara y urgente a salir de la mediocridad espiritual. Jesús no resucitó para que vivamos una fe tibia, superficial o dominical. Él quiere corazones encendidos de amor, como el de María Magdalena, que no se conforma con saber de Jesús, sino que desea estar con Él, buscarlo, llorar por Él y anunciarlo. El católico tibio sólo busca a Cristo cuando lo necesita. María lo busca porque lo ama.

Jesús pronuncia su nombre con ternura: “¡María!”, y al instante, ella lo reconoce. Así es el amor divino: personal, profundo, transformador. Dios no nos ama como número en una estadística eclesial, sino como Padre que ama a sus hijos uno por uno. Y espera de nosotros un amor total, un amor que arda, un amor que renuncie al pecado por fidelidad, y no por obligación.

El amor a Jesús se demuestra en la perseverancia, en la pureza, en la humildad, en la confesión frecuente, en la adoración, en la obediencia al cumplimiento de los 10 mandamientos y en el deseo ardiente de unirnos a Él en cada comunión. Un corazón tibio vive en la rutina y el conformismo; un corazón enamorado busca a Jesús todos los días, con lágrimas si es necesario.

Cristo no le dice a María que se quede, sino que vaya y anuncie. El amor verdadero no es egoísta ni se encierra. Quien ha visto al Señor no puede callarlo. Hoy el mundo necesita testigos ardientes, no católicos tibios. Las familias católicas no serán renovadas por cristianos cómodos o tibios, sino por almas que amen a Jesús como Él nos ama: hasta el final, sin reservas.

¡He visto al Señor! Este grito de María Magdalena puede ser también tuyo, si renuncias a una fe tibia y decides amar a Cristo con el corazón entero. Que este día no pase sin que le digas a Jesús: “Quiero amarte como Tú me amas, no como un católico tibio, sino como un alma encendida por Ti”.

“Quien ama de verdad a Cristo lo busca cada día con un corazón ardiente, en la oración, la Misa, la Comunión en gracia y la adoración, deseando consolarlo por tantos pecados.”

Invitación para hoy

  • 1. Deja la tibieza espiritual: Examina tu corazón y pregúntate con sinceridad: ¿Estoy amando a Jesús con todo mi ser? Decide salir de la mediocridad y renueva tu entrega a Cristo con obras concretas de fe y conversión.
  • 2. Llora con Jesús en la oración: Busca un momento de silencio, arrodíllate como María, y llora por tus pecados, por tu frialdad, por haberlo dejado solo. Él se dejará encontrar y te llamará por tu nombre si lo amas con sinceridad.
  • 3. Reaviva el fuego del amor en tu familia: Habla hoy con tu esposo(a), tus hijos, tus padres, sobre el amor a Jesús. Pregúntales si lo aman de verdad. Invítalos a rezar juntos, a ir a Misa, a confesarse. Que en tu hogar se diga: “¡He visto al Señor!”

Con cariño y bendición,

El equipo de Confesión Perfecta
“El Sacramento que cambiará tu Vida y salvará tu Alma”

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