
San Mateo 22, 34-40
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?».
Él le dijo: «“Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas».
Mensaje
Nuestro Señor Jesucristo nos revela el corazón mismo de la Ley divina: Amar a Dios con todo el corazón y amar al prójimo como a nosotros mismos es la columna de toda la vida cristiana, la piedra angular sobre la cual se sostiene la Ley y los Profetas. Sin este amor, todo lo demás se derrumba; con este amor, todo cobra sentido.
Sin embargo, no basta con escuchar estas palabras: es imposible vivir estos dos mandamientos con nuestras solas fuerzas humanas. El pecado original y el pecado mortal han herido profundamente nuestra voluntad y nuestra inteligencia. Por eso, Cristo, en su infinita misericordia, nos ha dado un camino seguro: el Sacramento de la Penitencia. Sólo con la confesión frecuente de todos nuestros pecados mortales y veniales recibimos la gracia necesaria para amar de verdad a Dios y al prójimo.
En cada confesión bien hecha, el alma no solo queda limpia, sino que comienza en ella una obra maravillosa del Espíritu Santo. Allí se encienden poco a poco los siete dones:
LOS 7 DONES DEL ESPÍRITU SANTO
- Sabiduría: Este don eleva la mente del cristiano por encima de las cosas pasajeras y frágiles para contemplar las eternas. Nos hace gustar de Dios mismo como Sumo Bien, y despreciar lo terreno cuando se opone a la salvación. Así, la familia aprende a mirar más el cielo que el mundo.
- Entendimiento: Ilumina el alma para penetrar las verdades de la fe y los misterios divinos que superan la razón. Nos da luz interior para captar lo sobrenatural y para comprender que nuestra vida no acaba aquí, sino que está llamada a la eternidad.
- Consejo: Es la inspiración divina que nos guía en las dudas y momentos de incertidumbre. El Espíritu Santo nos muestra qué conviene para la gloria de Dios y la salvación de las almas. Así, un padre sabe cómo corregir con justicia, y una madre cómo educar con ternura, según el querer de Dios.
- Ciencia: Nos enseña a juzgar rectamente sobre las cosas creadas, discerniendo si nos conducen a Dios o si nos alejan de Él. Nos hace ver la vanidad de lo terreno cuando se busca como fin en sí mismo y nos ayuda a usar todo como medio para llegar al Cielo.
- Fortaleza: Nos da la fuerza interior para soportar pruebas, vencer tentaciones y confesar nuestra fe sin miedo, aun cuando cueste la vida. Es el don de los mártires, pero también de las madres que sufren en silencio por sus hijos y de los jóvenes que resisten a las malas amistades.
- Piedad: Infunde en nosotros un espíritu filial hacia Dios, tratándole como Padre amoroso, y nos mueve a la compasión hacia el prójimo. Nos hace encontrar dulzura en la oración, ternura en el servicio y respeto hacia todo lo sagrado.
- Temor de Dios: No es miedo servil, sino reverencia profunda. Nos impulsa a evitar el pecado no tanto por miedo al infierno, sino por amor a no ofender al Señor. Mantiene el alma humilde y vigilante, recordándole que sin gracia puede caer en cualquier momento.
Y cuando estos dones van obrando en el alma, comienzan a florecer los doce frutos del Espíritu Santo:
LOS 12 FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO
- Caridad: El amor perfecto que nos hace amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por Dios. Es la flor más alta del alma en gracia.
- Gozo: La alegría profunda de pertenecer a Cristo, distinta de la risa superficial del mundo. Es un gozo que permanece incluso en medio de las cruces.
- Paz: Serenidad interior que nace de saberse en gracia y en conformidad con la voluntad de Dios. Nada turba al alma que vive en esta paz.
- Paciencia: La capacidad de sufrir males y contrariedades con calma y confianza en Dios, sin murmurar ni desesperar.
- Benignidad: La actitud bondadosa y amable hacia todos, que refleja el Corazón de Cristo en nuestro trato diario.
- Bondad: El deseo de obrar el bien de manera constante, buscando siempre lo que ayuda al prójimo y agrada a Dios.
- Longanimidad: La perseverancia en el bien a lo largo del tiempo, aun cuando las pruebas se alargan. Es la paciencia perseverante de los santos.
- Mansedumbre: El dominio de la ira, la suavidad en palabras y acciones. No es debilidad, sino fortaleza controlada.
- Fidelidad: Constancia y firmeza en cumplir con Dios y con el prójimo. Es el alma que permanece firme en la fe y en sus deberes.
- Modestia: El pudor y equilibrio en palabras, gestos, vestidos y comportamientos, mostrando que el cuerpo es templo del Espíritu Santo.
- Continencia: El control sobre los deseos desordenados de los sentidos, especialmente en la comida y bebida.
- Castidad: La pureza de alma y cuerpo vivida según el propio estado de vida: perfecta continencia en los consagrados, fidelidad conyugal en los casados y pureza en los solteros.
Estos dones y frutos no aparecen todos al mismo tiempo en nuestras vidas, sino que Dios los va regalando conforme el alma se purifica con humildad, penitencia y obediencia.
La familia católica que quiere ser santa debe comenzar por la confesión frecuente. Allí el alma se limpia, allí recibe nuevas fuerzas, allí el corazón aprende a amar sin reservas. (Atención: no podrás amar de verdad a Dios ni al prójimo si no vives en gracia y no te confiesas con frecuencia).
Cristo nos dice que toda la Ley y los Profetas se apoyan en estos dos mandamientos. La Iglesia nos recuerda que no se puede amar a Dios si vivimos en pecado mortal, y que no se puede amar al prójimo de verdad si no estamos en gracia. De ahí que el medio más seguro para vivir en este amor es acudir humildemente y con frecuencia al confesonario.
Familias católicas, no tengan miedo de la verdad. El amor se construye con la gracia de los sacramentos. Sin confesión, todo se vuelve lucha estéril. Con confesión, todo se convierte en camino seguro hacia la santidad.
“Sólo quien se confiesa con frecuencia puede amar a Dios y al prójimo, porque el Espíritu Santo hace crecer en su alma sus 7 dones y 12 sus frutos.”
Invitación para hoy
- 1. Confesión frecuente: Purifica tu alma al menos una vez al mes, y mejor aún cada quince días, para que la gracia de Dios te fortalezca y puedas vivir los mandamientos del amor.
- 2. Santificar la familia: Padres, madres e hijos: hagan de la confesión una práctica común. Así el hogar será un verdadero templo del Espíritu Santo donde florecen los dones y frutos.
- 3. Dones y frutos del Espíritu Santo: Recuerda que Dios no te da todo de golpe. Él te va regalando los dones y frutos según tu perseverancia. Sé paciente y dócil; deja que la gracia haga su obra día tras día.
Con cariño y bendición,
El equipo de Confesión Perfecta
“El Sacramento que cambiará tu Vida y salvará tu Alma”