
De la rutina al fervor
El Padre Martín de Cochem en su Libro Explicación del Santo Sacrificio de la Misa insiste una y otra vez que asistir a la Misa sin devoción es como acercarse a un manantial y no beber agua. El tesoro está allí, pero muchos fieles vuelven con las manos vacías porque no saben cómo participar. Por eso advierte con claridad: “No basta estar presente de cuerpo en la iglesia; es preciso asistir con espíritu de fe, con recogimiento y con amor”.
En la vida cristiana puede ocurrir que la asistencia a la Misa se convierta en un acto rutinario. Muchos entran y salen del templo sin haber descubierto el verdadero tesoro que se ofrece en el altar. Sin embargo, la liturgia no fue instituida para ser un hábito vacío, sino para ser el encuentro vivo con Cristo, que se inmola sacramentalmente por nosotros.
Cada Misa —enseña el P. de Cochem—, aunque sea la más sencilla y silenciosa, tiene un valor infinito. Pero para que ese valor se traduzca en frutos para el alma, es necesario que el fiel participe con fe, devoción y amor. De lo contrario, corre el riesgo de perder gracias inmensas que Dios quiere derramar.
Este artículo, inspirado en las enseñanzas del P. de Cochem, quiere ser una guía práctica tanto para los laicos como para los sacerdotes: los primeros, para aprender a escuchar y vivir la Misa con fruto; los segundos, para ayudar a sus comunidades a no asistir de manera superficial, sino con fervor y recogimiento.
Descubriremos juntos cómo prepararnos interiormente, cómo unir nuestras intenciones al sacrificio de Cristo y cómo salir del templo transformados, con el corazón encendido en amor divino.
Disposición interior: entrar en el templo con fe
La primera enseñanza del P. de Cochem es preparar el corazón antes de entrar en la iglesia.
Afirma: “Quien desea asistir con fruto debe dejar en la puerta las preocupaciones terrenas y entrar con espíritu recogido”.
Esto significa:
- Llegar puntualmente, evitando distracciones.
- Hacer una oración de ofrecimiento al entrar.
- Despertar un acto de fe en la presencia real de Cristo que se hará presente en el altar.
El Padre de Cochem advierte que muchos pierden los frutos de la Misa porque entran en la iglesia como si fuese un lugar cualquiera, hablando y sin recogimiento.
El recogimiento del cuerpo y del alma
Otro consejo constante del autor es el recogimiento.
“El demonio se esfuerza más por distraer a los fieles en la Misa que en cualquier otro momento de oración, porque sabe que allí se juega la salvación de muchas almas”, dice.
Por eso pide que durante la Misa se guarde silencio interior y exterior. No se trata de estar rígido, sino de mantener los sentidos y el corazón atentos al misterio.
Recomienda también mirar hacia el altar, evitando curiosear lo que hacen los demás. Incluso el gesto exterior de la postura ayuda a recoger el alma.
Ofrecerse con Cristo
El centro de la enseñanza del P. de Cochem es que el fiel no es espectador, sino oferente junto con el sacerdote y Cristo.
Escribe: “Cuando el sacerdote ofrece la Víctima divina, el cristiano debe ofrecerse también: su vida, sus trabajos, sus penas y sus alegrías”.
Esto convierte la asistencia a la Misa en un acto profundamente activo. Aunque no pronuncie las palabras del canon, el fiel puede unirse interiormente al sacrificio, diciendo en silencio: “Señor, me ofrezco contigo al Padre”.
De este modo, el altar se convierte en el lugar donde también el pueblo cristiano se inmola espiritualmente con Cristo.
Unirse espiritualmente al sacrificio
El Padre de Cochem propone un método sencillo para unirse al sacrificio del altar.
- En el ofertorio: presentar a Dios la propia vida, el trabajo, las preocupaciones, los seres queridos.
- En la consagración: adorar con fe profunda a Cristo presente en el altar, pedir perdón por los pecados y ofrecerse con Él.
- En la elevación: contemplar al Señor y decir interiormente: “Señor mío y Dios mío”.
- En la comunión: unirse espiritualmente, incluso si no se recibe sacramentalmente, con una comunión de deseo.
- Después de la Misa: dar gracias por lo recibido y pedir que la gracia se prolongue en la vida diaria.
Este método convierte cada Misa en un tesoro de frutos espirituales.
La importancia de la fe en la consagración
El autor señala que el momento de la consagración es el más sublime de la Misa.
“Cuando el sacerdote pronuncia las palabras de Cristo, el cielo se abre, los ángeles descienden y el mismo Hijo de Dios se hace presente sobre el altar”.
El fiel debe renovar entonces su fe en la presencia real. Aunque no entienda todas las palabras o gestos, lo esencial es la certeza de que Cristo está allí, entregándose nuevamente.
El Padre de Cochem anima a repetir con fervor las palabras del apóstol Tomás: “Señor mío y Dios mío”.
Oraciones prácticas durante la Misa
El libro también sugiere oraciones sencillas que los fieles pueden rezar en distintos momentos de la Misa:
- En el ofertorio: “Recibe, Señor, mi vida y mi corazón, y únelos a tu sacrificio”.
- En la consagración: “Jesús, Hijo de Dios vivo, ten piedad de mí”.
- En la elevación: “Te adoro, Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo”.
- En la comunión: “Ven a mi corazón, aunque no pueda recibirte sacramentalmente”.
- En la acción de gracias: “Gracias, Señor, por este sacrificio; haz que viva unido a Ti”.
Estas oraciones breves mantienen el corazón en sintonía con lo que acontece en el altar.
Evitar la rutina
Uno de los mayores peligros es la costumbre. El Padre de Cochem lamenta que muchos cristianos asisten a la Misa como a una obligación repetida, sin fervor ni atención.
Advierte: “Más aprovecha una sola Misa oída con devoción que cien escuchadas con rutina”.
La clave es participar como si fuera la primera Misa, la última y la única de nuestra vida. Con esa conciencia, ningún momento se desperdicia.
Frutos de la participación devota
El Padre de Cochem enumera los frutos que recibe quien asiste con verdadera devoción:
- Perdón de pecados veniales.
- Fortaleza contra las tentaciones.
- Luz para discernir la voluntad de Dios.
- Alivio en las penas del corazón.
- Mérito eterno para el cielo.
Todo depende de la disposición del alma. Dios ofrece gracias abundantes en cada Misa, pero solo el corazón abierto las recibe plenamente.
La comunión espiritual
El libro da gran importancia a la comunión espiritual.
“El que no puede comulgar sacramentalmente, no deje de unirse al Señor con una comunión de deseo, porque también así recibe gran fruto”.
Esto significa que cuando no se puede recibir la Eucaristía sacramentalmente porque esta en pecado mortal, el alma puede abrirse a la gracia de Cristo presente en el altar y recibirlo espiritualmente. Pero es importante que se debe confesar los pecados mortales lo antes posible con un buen sacerdote.
Después de la Misa: prolongar sus frutos
El Padre de Cochem enseña que la participación en la Misa no termina con la bendición final.
“Quien se retira de la iglesia debe llevar en su corazón la luz del sacrificio, viviendo el día como prolongación de la Misa”.
Esto significa transformar la vida diaria en una ofrenda: el trabajo, las penas, los encuentros con los demás. Todo se convierte en un eco del sacrificio celebrado.
Enseñanza para los sacerdotes
El P. de Cochem dedica también palabras a los sacerdotes. Les pide que celebren con recogimiento y fervor, porque el pueblo aprende más del ejemplo que de las palabras.
“El sacerdote que celebra con devoción hace comprender a los fieles la grandeza del sacrificio; el que celebra con rutina los arrastra a la tibieza”.
El modo en que el sacerdote vive la liturgia influye directamente en la participación del pueblo.
Vivir de la Misa
La enseñanza del Padre Martín de Cochem es clara y directa: la Misa es un tesoro infinito, pero solo lo aprovecha el que participa con devoción, recogimiento y amor.
No basta estar presente, hay que unirse al sacrificio, ofrecer la propia vida, renovar la fe en la consagración, comulgar espiritualmente y prolongar el fruto en la vida diaria.
Así concluye el autor:
“Cristiano, no asistas a la Misa como espectador, sino como oferente. Une tu corazón al altar, y recogerás frutos de vida eterna”.