
Existe una preocupación que no es nueva, pero que se hace cada vez más urgente: la comprensión correcta del papel del sacerdote y de los fieles en el Santo Sacrificio de la Misa. La liturgia, como espejo de nuestra fe, ha sido objeto de cambios que, si bien se presentaron como una renovación, han oscurecido la distinción fundamental entre el sacerdocio jerárquico y el sacerdocio común de los fieles. Este artículo, inspirado en las enseñanzas del Monseñor Marcel Lefebvre de su lIbro “La Misa Nueva”., busca aclarar esta distinción vital para la salud espiritual de la Iglesia y de cada uno de sus miembros.
Sacerdocio Ministerial y Sacerdocio Común
Nuestra fe católica enseña que, por el Bautismo, todos los fieles participamos de un sacerdocio común. San Pedro lo expresa bellamente cuando se dirige a los fieles como “un sacerdocio real” (1 Pe 2, 9). Esto significa que estamos llamados a ofrecer a Dios sacrificios espirituales de oración, penitencia, alabanza y caridad. Cada acto de nuestra vida, ofrecido a Dios por amor, es un sacrificio que se une al único y perfecto Sacrificio de Jesucristo.
Sin embargo, hay una diferencia sustancial e insuperable entre este sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico. Este último es conferido por el sacramento del Orden Sacerdotal, que imprime un carácter indeleble en el alma del sacerdote y le otorga un poder que el laico, por su bautismo, no posee: el poder de consagrar el pan y el vino, y el poder de ofrecer el Sacrificio de la Misa. El sacerdote actúa “in persona Christi”, es decir, en la persona misma de Cristo. Es Cristo, el Sacerdote eterno, quien a través de las manos del sacerdote visible, ofrece Su Sacrificio a Dios Padre. El sacerdote es un instrumento, un mediador, un canal por el que fluye la gracia de la Redención.
Este es un punto crucial, a menudo olvidado hoy en día. Si se diluye esta distinción, se diluye la verdad misma de la Misa como un Sacrificio. Como dice Monseñor Lefebvre en su obra, si el sacerdote no actúa en la persona de Cristo, ¿cómo podría ofrecer el Sacrificio de la Cruz? La Misa es un acto sacrificial, no un simple servicio conmemorativo o una reunión social. No se ofrece una comida; se ofrece un sacrificio.
Los Fieles: Participación que no es Co-celebración
En la Misa de Siempre, la participación de los fieles se entiende como una unión profunda con la acción del sacerdote. Los fieles no son observadores pasivos, sino que se unen de corazón al Sacrificio. Ofrecen sus propias oraciones, sus sufrimientos, sus alegrías y sus penitencias, uniendo todo esto al Sacrificio de Cristo en el altar. Ellos están presentes, sí, pero no para “co-celebrar” el sacrificio.
La liturgia tradicional, con el sacerdote de espaldas a los fieles y de cara al altar, es la expresión más clara de esta realidad. El sacerdote, junto con toda la asamblea, está de cara a Dios, ofreciendo el Sacrificio. El sacerdote es la cabeza de la asamblea, el mediador que la representa ante Dios. Su posición física simboliza esta mediación. Es un gesto de reverencia y adoración que eleva la mirada de todos hacia el Señor.
En contraste, la práctica moderna de que el sacerdote se coloque de frente a los fieles, y que los laicos se acerquen al altar para recitar las palabras de la Misa con él, crea una confusión peligrosa. Monseñor Lefebvre señala que esta práctica es “no normal”. Al colocar a los laicos alrededor del altar, como si fueran co-sacerdotes, se borra la línea que la Iglesia ha defendido por siglos entre el sacerdocio ministerial y el común. La Misa no es un evento democrático, sino un acto divino.
La idea de que el “sacerdocio común” es equivalente al “sacerdocio ministerial” es una de las herejías del protestantismo. Martín Lutero argumentó que el sacerdocio era simplemente una función, y que cada creyente era su propio sacerdote. La Iglesia Católica, en el Concilio de Trento, condenó esta herejía. El sacerdocio ministerial no es una función, sino un carácter sacramental que confiere un poder único y un estado de vida especial.
La verdadera participación de los fieles en la Misa se manifiesta en el recogimiento, la oración silenciosa y la unión espiritual con la acción del sacerdote. El sacerdote es el “altar-persona” de Cristo, el vicario visible de Cristo en la tierra. La respuesta de los fieles, como el mea culpa durante la oración del Confiteor o el “Amén” al final de las oraciones, no los convierte en co-celebrantes, sino que muestra su aceptación y unión a la acción del sacerdote.
La Dimensión de la Adoración y la Reverencia
La Misa es un acto de adoración. Esto se refleja en los gestos y posturas del sacerdote y de los fieles en la Misa tradicional. El sacerdote, arrodillado y postrado en ciertos momentos, muestra una profunda reverencia ante la Majestad de Dios. Los fieles, arrodillados durante la Consagración, expresan su fe en la Real Presencia de Nuestro Señor y su humildad ante la grandeza del Sacrificio.
Monseñor Lefebvre critica la supresión de las genuflexiones y otros gestos de reverencia en las nuevas liturgias. Para él, es una manifestación de la pérdida de la fe en la Real Presencia. Si el sacerdote ya no se arrodilla ante el Sagrario, si los fieles se mantienen de pie para recibir la Sagrada Comunión, ¿qué nos dice esto sobre su fe en el misterio de la Eucaristía?
La Misa de siempre está llena de estos signos de respeto: el sacerdote besa el altar, las manos del sacerdote están consagradas, la comunión se recibe de rodillas y en la boca. Cada uno de estos gestos subraya la santidad del Sacramento y la diferencia entre lo sagrado y lo profano, el sacerdote y el laico.
La Crisis de Identidad Sacerdotal
La confusión en el papel del sacerdote ha llevado a una crisis de identidad en el clero. Si el sacerdote no es más que un “presidente de la asamblea”, ¿cuál es su propósito? El sacerdocio se convierte en una función social, no un estado sacramental. Muchos sacerdotes, sin una comprensión clara de su papel como “alter Christus”, se han desorientado. Algunos han adoptado roles de activistas sociales o psicólogos, en lugar de ser los ministros de la Eucaristía y de los demás sacramentos.
El sacerdote debe ser, ante todo, un hombre de Dios. Debe vivir una vida de oración y penitencia para poder ofrecer el Sacrificio de la Misa dignamente. La Misa tradicional, con su rigor y su solemnidad, lo ayuda en esta tarea. Lo obliga a ser un mediador, a separarse del mundo para llevar el mundo a Dios.
La Misa es el Sacrificio de Cristo
La Misa no es un espectáculo, ni un evento comunitario, ni una reunión. Es el Sacrificio de Cristo, ofrecido por el sacerdote, con la unión de los fieles. Los sacerdotes, por el Sacramento del Orden, tienen un poder único para hacer presente a Cristo en la Eucaristía. Los fieles, por el Bautismo, tienen el derecho y la obligación de unirse a este sacrificio, pero no de co-celebrarlo.
La restauración de la Misa de Siempre no es solo un asunto de preferencia estética o nostálgica. Es un acto de fidelidad a la fe de la Iglesia. Es la única forma de restaurar el verdadero papel del sacerdote y de los fieles en el acto más sagrado de nuestra religión. Al comprender y vivir esta distinción, fortalecemos nuestra fe en la Eucaristía, revitalizamos nuestra vida de oración y contribuimos a la restauración de la Santa Iglesia.
Pidamos a Dios que, a través de la Misa tradicional, los sacerdotes se reconozcan a sí mismos como instrumentos de Cristo, y los fieles se unan de corazón al Sacrificio de Nuestro Señor, para la gloria de Dios y la salvación de las almas.