
Liberar a las almas del purgatorio
Entre las muchas maravillas del Santo Sacrificio de la Misa, San Leonardo de Porto-Maurizio, en su obra El Tesoro Escondido de la Santa Misa, destaca una con especial ternura: su poder inmenso para aliviar y liberar a las almas del purgatorio.
En su Tesoro Escondido de la Santa Misa, el santo insiste en que no hay obra más eficaz de caridad para con los difuntos que la Misa, pues en ella se aplica nuevamente la Sangre redentora de Cristo a favor de quienes esperan la plena purificación. Allí donde la justicia de Dios pide reparación, la Misa lleva consuelo, alivio y a menudo la liberación completa.
Este artículo quiere ser un llamado a sacerdotes y laicos: redescubramos la Misa como la llave de oro que abre las puertas del cielo a nuestros difuntos.
El purgatorio: escuela de purificación
San Leonardo recuerda que las almas del purgatorio ya están salvadas, pero todavía no pueden ver a Dios cara a cara porque necesitan purificarse de las penas debidas por sus pecados. Allí sufren con paciencia y amor, pero su dolor es real: es el anhelo inmenso de unirse a Dios y la imposibilidad momentánea de hacerlo.
Dice el santo: “Las llamas del purgatorio son terribles, más que cualquier tormento de esta tierra; sin embargo, esas almas son amadas por Dios y esperan su hora”.
Y añade: “Si los cristianos supieran cuánto sufren aquellas almas, redoblarían sus sacrificios y se multiplicarían las Misas en su favor”.
La Misa: alivio incomparable
Para San Leonardo, nada alivia más a las almas del purgatorio que una sola Misa:
“Una sola Misa da más alivio a esas almas que todas las oraciones, limosnas y penitencias juntas”.
La razón es clara: la Misa no es una obra humana, sino el sacrificio mismo de Cristo que se actualiza en el altar. Cuando se aplica por los difuntos, esa Sangre preciosa borra sus deudas y abreviará el tiempo de su espera.
San Leonardo lo repite con fuerza: “Lo que no consigue el rigor de las penitencias más duras, lo alcanza una sola Misa celebrada o escuchada con devoción”.
Relatos de almas liberadas
El santo recoge varios testimonios piadosos para animar a los fieles a confiar en el poder de la Misa.
Cuenta, por ejemplo, que un sacerdote vio aparecerse a un alma envuelta en llamas, implorando ayuda. Ofreció por ella el Santo Sacrificio, y al terminar la Misa el alma se le apareció radiante, agradeciendo el don recibido y volando hacia el cielo.
Otro relato habla de un religioso que acostumbraba celebrar Misa todos los días por los difuntos. En una visión, vio una multitud de almas acercarse al altar para recibir el beneficio de cada celebración. Comprendió entonces que la Misa era la puerta de liberación para incontables almas.
San Leonardo comenta: “Si los hombres supieran lo que es una Misa por las almas, no dejarían pasar un día sin mandar celebrar una”.
Una deuda de justicia y caridad
El santo recuerda que rezar y ofrecer sufragios por los difuntos no es solo un acto de caridad, sino también de justicia. Muchas veces esas almas son nuestros familiares, amigos o personas que conocemos.
Escribe: “Si en vida recibiste bienes de ellos, ¿cómo podrás olvidarles en la hora de su purificación? El mejor pago que puedes darles es el sacrificio de la Misa”.
Y añade: “Si un alma pudiera volver del purgatorio a la tierra, te suplicaría de rodillas: ¡una Misa, por caridad, una Misa!”.
Estas palabras son un llamado a no descuidar esta obra de misericordia espiritual que tanto bien produce.
La Misa celebrada por los difuntos
San Leonardo recuerda a los sacerdotes que la celebración de la Misa en sufragio de los difuntos es un ministerio de gran misericordia.
Dice: “¡Oh sacerdotes! Si supierais cuántas almas esperan de vosotros la llave de su libertad, multiplicaríais las Misas por ellas”.
Al mismo tiempo, exhorta a los fieles a pedir Misas por sus difuntos y a participar en ellas con devoción. Incluso recomienda que, cuando se pueda, se ofrezca una Misa cada día por las almas más necesitadas del purgatorio.
Una Misa vale más que mil limosnas
El santo insiste en comparar la eficacia de la Misa con otras obras de piedad:
“Lo que una Misa hace por un alma del purgatorio no lo hace todo el oro del mundo, ni los ayunos, ni las disciplinas. Una sola Misa puede abrirle el cielo”.
Por eso anima a los fieles a no pensar tanto en honras fúnebres externas o adornos costosos, sino en asegurar Misas continuas por los difuntos. Esa es la verdadera riqueza que ellos esperan.
El consuelo para los vivos
San Leonardo también recuerda que ofrecer Misas por los difuntos no solo beneficia a esas almas, sino también a los vivos.
Afirma: “Quien se preocupa de las almas del purgatorio hallará en la hora de su muerte muchas intercesoras que le acompañarán ante el trono de Dios”.
De este modo, cada Misa ofrecida por los difuntos se convierte también en un seguro de misericordia para nuestra propia alma.
Una práctica concreta para todos los fieles
El santo propone una resolución sencilla pero eficaz: ofrecer cada Misa que oímos por las almas del purgatorio.
Aunque la Misa tiene siempre valor infinito, la Iglesia permite que apliquemos especialmente sus frutos a los difuntos. San Leonardo aconseja que cada fiel haga esta ofrenda con fe y amor, diciendo en su corazón: “Señor, aplico esta Misa por las almas más necesitadas de tu misericordia”.
Abrir las puertas del cielo
San Leonardo de Porto-Maurizio, con la claridad de un apóstol, nos recuerda que la Misa es el tesoro escondido que abre el cielo a los vivos y a los difuntos.
Para las almas del purgatorio, la Misa es alivio, consuelo y liberación. Para los que aún peregrinamos en la tierra, es la mejor obra de misericordia y la garantía de tener en el cielo poderosos intercesores.
Que resuenen en nuestros corazones sus palabras ardientes:
“Cristianos, corred a la Misa por vuestros difuntos: cada vez que se celebra, una lluvia de alivio desciende sobre el purgatorio”.
Y que no olvidemos jamás esta verdad: “Una sola Misa da más alivio a las almas que todas las oraciones y limosnas juntas”.