
Un misterio que une cielo y tierra
En cada Santa Misa, aunque nuestros ojos solo vean un altar, un sacerdote y un grupo de fieles, en realidad se realiza un misterio inmenso que sobrepasa los sentidos. San Leonardo de Porto-Maurizio, en su obra El Tesoro Escondido de la Santa Misa lo expresa con fuerza.
“Cuando se celebra la Misa, el cielo y la tierra se abrazan en un mismo sacrificio”.
No se trata, entonces, de un acto aislado o meramente humano, sino de la participación de toda la Iglesia —la que ya goza en el cielo, la que se purifica en el purgatorio y la que todavía combate en la tierra— en el único sacrificio redentor de Cristo.
Comprender esta verdad cambia nuestra manera de asistir a la Misa: no vamos solos, ni celebramos solos. En el altar se reúnen los santos, los ángeles, las almas del purgatorio y los fieles peregrinos, todos unidos en un mismo amor.
La Iglesia triunfante: los santos y ángeles en el altar
San Leonardo recuerda que, durante la Santa Misa, el cielo entero se hace presente. Los ángeles rodean el altar, adoran al Cordero inmolado y se unen a la alabanza de la Iglesia.
Escribe: “Cuando el sacerdote celebra, millares de ángeles asisten al sacrificio, reverentes y temblorosos, contemplando al Dios que se inmola en las manos del hombre”.
Junto a los ángeles, también los santos participan espiritualmente. Aunque ya no necesitan sacramentos, se gozan al ver renovado sacramentalmente el mismo sacrificio por el cual ellos alcanzaron la gloria.
San Leonardo dice: “Los santos del cielo alaban al Señor al ver repetirse en los altares el sacrificio del Calvario, fuente de su victoria y de su corona”.
Cada Misa, entonces, es como una ventana abierta al cielo: allí están los apóstoles, los mártires, los confesores, las vírgenes, todos unidos en acción de gracias por la Sangre derramada en la Cruz.
La Iglesia purgante: las almas sedientas del altar
San Leonardo nunca se cansa de recordar la necesidad de ayudar a las almas del purgatorio, y en relación con la comunión de los santos lo explica con claridad:
“Las almas del purgatorio esperan con ansia el alivio que les viene del altar”.
Cada Misa que se ofrece por ellas reduce o incluso cancela el tiempo de su purificación, porque Cristo mismo aplica sus méritos a favor de esas almas queridas.
El santo escribe con ternura: “Cuando el sacerdote alza la Hostia, un rocío celestial desciende sobre las almas que gimen; cuando consagra el cáliz, muchas de ellas son libradas de las llamas”.
Aquí comprendemos que la Misa no es solo consuelo para los vivos, sino también caridad inmensa hacia los difuntos. Ellos participan en la comunión de los santos recibiendo los frutos del sacrificio, aunque ya no puedan merecer por sí mismos.
La Iglesia militante: los fieles en la tierra
La tercera parte de esta gran comunión somos nosotros, los peregrinos de la tierra. San Leonardo lo explica con fuerza:
“El cristiano que oye Misa no está solo; se une a los ángeles, a los santos y a las almas del purgatorio en un mismo sacrificio”.
Esto quiere decir que cada vez que asistimos a la Misa, entramos en una familia espiritual inmensa que nos sostiene, nos acompaña y nos invita a la santidad.
Para San Leonardo, este es uno de los mayores consuelos de la vida cristiana: aunque el mundo nos persiga o nos sintamos solos, en la Misa somos parte de una comunión que nunca se rompe.
El sacerdote: mediador visible de la comunión
En medio de esta unión de cielo, purgatorio y tierra, el sacerdote ocupa un lugar esencial. San Leonardo escribe:
“El sacerdote, al subir al altar, se convierte en mediador entre Dios y los hombres; sus labios pronuncian las palabras de Cristo, y todo el universo participa de ese sacrificio”.
Por eso, aunque el sacerdote sea un hombre frágil, su ministerio es sublime: hace presente a Cristo Sumo Sacerdote y permite que toda la Iglesia se una a Él.
El santo advierte también: “Cuán grande es la responsabilidad del sacerdote, pues en sus manos está la llave de consuelo para los vivos y para los muertos”.
El fiel: oferente junto al sacerdote
San Leonardo subraya que los fieles no son espectadores, sino participantes activos en esta comunión.
“El cristiano ofrece con el sacerdote, se ofrece con Cristo, y así participa de los frutos infinitos de la Misa”.
Esta enseñanza es clave: el fiel no solo contempla, sino que ofrece su vida, su oración y su sufrimiento junto con la Víctima divina. Así, se convierte en parte viva del sacrificio, y su unión con el cielo y el purgatorio se vuelve más íntima.
La comunión invisible: un solo cuerpo en Cristo
En el corazón de esta enseñanza está la verdad de la comunión de los santos: todos los miembros de la Iglesia, en sus distintos estados, forman un solo cuerpo con Cristo como cabeza.
San Leonardo lo expresa de este modo:
“En la Misa, la Iglesia triunfante, purgante y militante forman un solo coro, una sola voz, un solo sacrificio”.
Por eso, en cada Misa, aunque seamos pocos en la iglesia, en realidad estamos rodeados de multitudes invisibles: ángeles, santos y almas purificándose, todos unidos en el mismo acto de adoración.
El cielo en la tierra: anticipo de la eternidad
San Leonardo afirma que la Misa es ya un anticipo del cielo, porque en ella todos los hijos de Dios se reúnen.
Dice: “Lo que en el cielo será eterno, en la tierra se anticipa en cada Misa: la unión perfecta de las almas con Dios”.
Esta visión cambia nuestra forma de asistir a la Misa: no es un deber rutinario, sino una participación en la eternidad. Cada Misa es como abrir las puertas del cielo por un instante.
Frutos de la comunión de los santos en la Misa
San Leonardo enumera algunos frutos de vivir esta realidad con fe:
- Consuelo: el cristiano nunca está solo, porque siempre está unido a toda la Iglesia.
- Esperanza: incluso la muerte se ilumina, porque los difuntos siguen participando del sacrificio.
- Fortaleza: los santos y ángeles sostienen nuestra lucha en la tierra.
- Humildad: el fiel comprende que su vida está unida a una obra infinita, mucho mayor que sus propias fuerzas.
- Santidad: la comunión de los santos en el altar nos eleva y nos empuja a buscar la unión con Cristo.
Exhortación: redescubrir la comunión
San Leonardo concluye con palabras ardientes que resuenan hoy con igual fuerza:
“Cristianos, corred a la Misa; allí os esperan los ángeles, los santos y vuestros difuntos. Allí el cielo y la tierra se abrazan en un mismo sacrificio”.
No hay otra realidad en el mundo que exprese tan claramente lo que somos: una Iglesia una, santa y católica, unida en Cristo.
Por eso, cada Misa que asistimos es un acto de comunión inmensa, un anticipo de la gloria, un refugio de esperanza y un llamado a la santidad.
La Misa: Comunión de los Santos
La Santa Misa es, en verdad, el lugar donde se realiza de manera visible e invisible la comunión de los santos.
- Los ángeles y los santos del cielo celebran con nosotros.
- Las almas del purgatorio reciben alivio y esperanza.
- Los fieles de la tierra se ofrecen junto al sacerdote.
Todo esto sucede en cada Misa, aunque no lo veamos. Y todo sucede porque Cristo, en su sacrificio, une a toda la Iglesia en un mismo cuerpo.
Que nunca olvidemos las palabras de San Leonardo:
“En el altar, toda la Iglesia se hace una: triunfante, purgante y militante, unida al sacrificio del Cordero”.