
La fuente inagotable de gracias
El Padre Martín de Cochem en su Libro Explicación del Santo Sacrificio de la Misa recuerda una verdad que demasiados cristianos olvidan: la Misa es la fuente inagotable de todos los frutos de salvación.
Es el sacrificio de Cristo que se actualiza en el altar. Por eso, sus efectos alcanzan a toda la Iglesia: a los vivos que necesitan gracia para convertirse y perseverar, a los difuntos que aguardan alivio en el purgatorio, y al mismo tiempo a la gloria de Dios que recibe el homenaje perfecto de su Hijo.
Este artículo desarrolla, siguiendo al Padre de Cochem, los frutos inmensos de la Santa Misa, tanto para los pecadores como para las almas del purgatorio, apoyándose en los testimonios y ejemplos que ofrece el libro. Y, como joya preciosa, incluye la enumeración de las famosas 77 gracias de una sola Misa, que deberían grabarse en el corazón de cada fiel.
La Misa, auxilio poderoso para los pecadores
El Padre de Cochem comienza señalando que uno de los frutos principales de la Misa es la conversión de los pecadores.
Afirma: “Si un pecador, por duro que sea, escucha una sola Misa con disposición sincera, puede recibir la gracia que lo saque de su estado de perdición”.
Esto no significa que la Misa actúe automáticamente, sin la libertad del hombre. Pero sí significa que allí se derrama la Sangre de Cristo, y esa Sangre clama más fuerte que la de Abel, pidiendo misericordia y perdón.
El santo sacerdote narra casos en que criminales empedernidos recibieron en la Misa la gracia de la conversión. Y añade: “Más logra la Sangre de Cristo en un instante que todas las exhortaciones humanas”.
Por eso invita a los fieles a ofrecer Misas por la conversión de los pecadores: hijos apartados de la fe, amigos alejados de la Iglesia, esposos indiferentes, pueblos enteros que se hunden en el pecado.
Cada Misa es la chispa que enciende de nuevo la fe en un alma dormida.
Fuerza para los justos y perseverancia en el bien
El Padre de Cochem no se detiene solo en los pecadores. También muestra que la Misa es el alimento espiritual de los justos.
“El alma que oye devotamente la Misa recibe fortaleza contra las tentaciones, luz en la confusión, alivio en las penas y celo en la virtud”, escribe.
Esto significa que la asistencia devota a la Misa no solo limpia, sino que construye. No solo quita pecados, sino que edifica en la santidad.
El justo encuentra allí la gracia para crecer en virtud, la paciencia para soportar las pruebas, la alegría de saberse unido al sacrificio de Cristo.
Alivio para las almas del purgatorio
Uno de los aspectos más conmovedores de la obra del Padre de Cochem es su insistencia en el fruto de la Misa para las almas del purgatorio.
Afirma con fuerza: “No hay sufragio más poderoso para los difuntos que el santo sacrificio de la Misa”.
Las oraciones, las limosnas, las penitencias son buenas y necesarias. Pero ninguna tiene el mismo valor que una sola Misa ofrecida por un alma difunta. Porque en la Misa se ofrece Cristo mismo, y su Sangre lava las manchas restantes de quienes ya murieron en gracia de Dios.
El santo sacerdote recoge testimonios de almas liberadas gracias a la Misa. Narra cómo aparecieron a santos y fieles agradeciendo el alivio recibido. Y concluye: “Quien ama a sus difuntos, que les consiga Misas; ninguna muestra de amor les aprovecha tanto”.
La comunión de vivos y difuntos en el altar
En la Misa se realiza un misterio admirable: la unión de la Iglesia militante (los que aún peregrinan en la tierra), purgante (los que se purifican) y triunfante (los que ya gozan de Dios).
El Padre de Cochem señala: “En el altar se congrega toda la Iglesia; los vivos ofrecen, los difuntos son aliviados, los ángeles y santos adoran”.
De esta manera, la Misa no es solo un acto privado o comunitario, sino un acontecimiento cósmico, que abarca el cielo, la tierra y el purgatorio.
Cuando el sacerdote eleva la Hostia, el cielo entero se inclina, las almas del purgatorio reciben alivio, y los fieles en la tierra renuevan su esperanza.
Testimonios de almas socorridas
El libro recoge varios ejemplos edificantes. Entre ellos:
- Un alma agradecida: se cuenta que una difunta se apareció para agradecer que gracias a una Misa ofrecida por ella había salido del purgatorio.
- Alivio inmediato: otras narraciones muestran cómo las almas sentían una suavidad indecible cada vez que se celebraba una Misa por ellas, aunque no quedaran aún del todo liberadas.
- Devoción constante: algunos santos, como Santa Gertrudis, ofrecían cada una de sus Misas y comuniones por las almas más necesitadas, y ellas se les aparecían llenas de gratitud.
El Padre de Cochem utiliza estos ejemplos para convencer a los fieles de la realidad poderosa del sufragio de la Misa.
Las 77 gracias de una sola Misa
El Padre Martín de Cochem nos deja un tesoro que debería conmover a todo cristiano: la enumeración de las 77 gracias que se reciben al oír devotamente una sola Misa. El número no es un límite aritmético, sino un modo simbólico de expresar la abundancia de bienes que Dios derrama en el alma y en toda la Iglesia a través de este sacrificio.
A continuación, presentamos la lista con una breve explicación para que cada fiel pueda comprenderla y aplicarla a su vida espiritual:
Las 77 gracias por asistir devotamente a la Santa Misa
- Dios Padre envía a su Hijo a la tierra por nuestra salvación. Cada Misa renueva la Encarnación en favor de la humanidad.
- Jesucristo se humilla bajo las especies del pan y del vino. Nos recuerda su humildad infinita.
- El Espíritu Santo convierte el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. La transubstanciación es obra directa de la Trinidad.
- Cristo se hace presente en la más pequeña partícula de la Hostia. Toda la plenitud de Cristo está en cada fragmento.
- Renueva el misterio de la Encarnación. Así como tomó carne en María, ahora se hace presente en el altar.
- Nace de nuevo por nosotros. Se ofrece como alimento de vida eterna.
- Da en el altar las mismas pruebas de amor que en su vida. Cada Misa es repetición de su entrega.
- Renueva su Pasión y nos da sus frutos. Cada vez que se celebra, el Calvario se hace actual.
- Muere espiritualmente y ofrece su vida. El sacrificio incruento es la ofrenda de su existencia.
- Ofrece su preciosa Sangre al Padre Eterno por nosotros. La Sangre del Cordero intercede sin cesar.
- Riega nuestra alma con su Sangre y la purifica. Borra manchas de pecado venial.
- Se ofrece en holocausto por nosotros. Él es víctima perfecta por nuestros pecados.
- Compensamos el honor que no le dimos a Dios. La Misa repara nuestras omisiones.
- Se convierte en sacrificio de alabanza por nuestras omisiones. Da gloria a Dios en nuestro nombre.
- Presenta nuestro corazón como oblación al Padre. Nuestra vida se ofrece unida a la suya.
- Obtiene perdón de pecados veniales. Se limpian las faltas cotidianas.
- Borra faltas e imperfecciones. Se purifica lo que aún no hemos reparado.
- Excusa negligencias. Cubre nuestras deficiencias en la oración y virtud.
- Ayuda a alcanzar contrición de pecados mortales. La gracia de arrepentimiento se despierta en el corazón.
- Aumenta la gracia santificante. Cada Misa acrecienta la vida divina en nosotros.
- Nos da gracias actuales. Recibimos ayudas concretas para vencer tentaciones.
- Nos alimenta espiritualmente. Cristo mismo es nuestro sustento.
- Nos da la gracia de contemplar a Jesús bajo las especies. La fe se ejercita al verlo oculto en la Hostia.
- Recibimos la bendición del sacerdote, ratificada en el cielo. No es formalidad: es bendición divina.
- Nos atrae bendiciones temporales. También en la salud, el trabajo, la familia.
- Nos preserva de muchas desgracias. Es defensa contra males visibles e invisibles.
- La Sangre de Cristo pide misericordia por nosotros. Jesús intercede en cada Misa.
- Sus llagas imploran perdón. Cada herida abierta en la cruz suplica por ti.
- Nuestra oración se vuelve más eficaz. El sacrificio de Cristo la eleva.
- Jesús ofrece nuestras oraciones al Padre. Las purifica y las hace agradables.
- Jesús aboga por nuestra causa. Es nuestro Abogado ante el Padre.
- Todos los ángeles oran por nosotros. Se unen a nuestra súplica.
- Ofrecen nuestras oraciones a Dios. Presentan nuestro sacrificio como incienso.
- El demonio huye. No resiste la fuerza de la Eucaristía.
- El sacerdote ruega especialmente por los presentes. Cada uno recibe intercesión particular.
- Participamos espiritualmente del sacrificio. Aunque no celebremos, nos unimos a él.
- Es el regalo más agradable a la Santísima Trinidad. Ninguna otra obra la iguala.
- Es más precioso que el cielo y la tierra. Porque contiene al Creador mismo.
- Vale tanto como Dios mismo. Cristo, ofrenda infinita, se da al Padre.
- Es la mayor gloria para Dios. Nada puede darle mayor honor.
- Es la alegría de la Santísima Trinidad. El Padre ve al Hijo, y se complace.
- Cristo nos da ese don como propio. Él mismo se ofrece a favor nuestro.
- Es el culto más grande de adoración (latría). Solo en la Misa rendimos la adoración perfecta.
- Damos el mayor homenaje a la Humanidad de Cristo. Exaltamos su Encarnación redentora.
- Honramos la Pasión del Señor y recibimos sus frutos. Cada gota de sangre nos alcanza gracia.
- Honramos a la Madre de Dios. María recibe consuelo en cada Misa.
- Honramos y alegramos a los ángeles y santos. La Iglesia triunfante se regocija.
- Es el mejor medio de enriquecer el alma. Acumula tesoros eternos.
- Es la obra buena por excelencia. Ninguna otra la supera.
- Es un acto supremo de fe, con gran recompensa. Fortalece nuestra vida teologal.
- Al postrarnos ante las especies sagradas, adoramos con sublimidad. La adoración eucarística alcanza su culmen.
- Ganamos recompensa cada vez que miramos la Hostia con fe. La mirada devota no queda sin mérito.
- Al golpearnos el pecho con contrición, se nos perdonan faltas. Gestos sencillos reciben gracia abundante.
- Aunque estemos en pecado mortal, Dios nos da la gracia de conversión. La Misa despierta la contrición.
- Aumenta la gracia santificante y se nos conceden gracias actuales. Multiplica la vida de Dios en el alma.
- Nos alimentamos espiritualmente con el Cuerpo y Sangre de Cristo. Es comunión íntima con Él.
- Contemplamos a Cristo bajo las especies. Cada mirada se convierte en oración.
- Recibimos bendición ratificada por Dios. El gesto litúrgico es eficaz.
- Atrae bendiciones temporales. Favores concretos en la vida diaria.
- Nos preserva de desgracias. Escudo contra peligros corporales y espirituales.
- Da fuerza contra las tentaciones. Es arma segura contra el mal.
- Nos hace merecedores de una buena muerte. Prepara el alma para el tránsito.
- Oír Misa en honor de ángeles o santos atrae su protección. Ellos interceden con mayor fuerza.
- En la hora de la muerte, las Misas oídas serán consuelo. Se convierten en luz para el alma.
- Nos acompañan ante el Juez y piden gracia por nosotros. Las Misas asistidas interceden en el juicio.
- Alivian nuestras almas en el purgatorio. Las Misas oídas en vida actúan después de la muerte.
- Disminuyen la pena temporal más que cualquier penitencia. Una Misa vale más que muchas mortificaciones.
- Una sola Misa bien oída vale más que muchas celebradas por nosotros tras la muerte. Aprovechémosla en vida.
- Da gran gloria en el cielo. Cada Misa asistida multiplica la felicidad eterna.
- Aumenta nuestra jerarquía eterna. Eleva el grado de gloria del alma.
- Es el mejor medio de orar por amigos y difuntos. Une nuestras súplicas al sacrificio de Cristo.
- Es modo perfecto de agradecer los beneficios de Dios. La acción de gracias por excelencia.
- Socorre a enfermos, sufrientes y moribundos. Derrama alivio y paz.
- Obtiene la conversión de los pecadores. Es la gracia más grande que podemos pedir.
- Atrae bendiciones sobre todos los fieles. La Iglesia entera se enriquece.
- Alivia las almas del purgatorio. Cada Misa acorta sus penas.
- Incluso los que no pueden pagar Misas pueden liberar almas asistiendo devotamente. El mérito no depende del dinero, sino de la devoción.
La Misa, defensa contra el demonio
Entre los frutos para los vivos, el Padre de Cochem menciona la defensa contra el maligno.
“El demonio huye del alma que frecuenta la Misa, porque no puede resistir la Sangre de Cristo que se derrama sobre ella”.
Esto es de enorme importancia en tiempos de tentación. La Misa no es solo un refugio de paz interior, sino también un escudo espiritual contra el enemigo del alma.
La Misa, bálsamo en las penas de la vida
El Padre de Cochem señala que la Misa es el consuelo en las penas.
“Quien oye la Misa con devoción, aunque cargado de trabajos y dolores, se levanta fortalecido, porque Cristo carga con él la cruz”.
Así, la Misa no quita necesariamente los sufrimientos, pero les da sentido y fuerza. El cristiano aprende a ofrecer sus pruebas junto al sacrificio del altar, y así encuentra una nueva luz para seguir adelante.
El fruto en la hora de la muerte
El libro dedica también un apartado al auxilio de la Misa en la última hora.
“El alma que amó la Misa recibirá en la muerte una asistencia especial de Cristo y de los ángeles”.
Esto significa que la frecuencia con que se oyó la Misa en vida se convierte en un tesoro acumulado, que se abre como un río de gracias en el momento decisivo del tránsito al cielo.
Vivir y morir de la Misa
El Padre de Cochem resume toda su enseñanza con estas palabras:
“La Misa es el tesoro más rico para los vivos y el alivio más poderoso para los difuntos. Quien la ama en vida, la encontrará como su defensa en la muerte”.
Los frutos de la Misa son tan abundantes que no caben en el corazón humano. Convierten a los pecadores, sostienen a los justos, liberan a las almas del purgatorio, glorifican a Dios infinitamente.
La pregunta final que nos deja es:
¿cómo podemos dejar pasar un día sin acudir a la Misa, si en ella está la salvación del mundo?