Santa Verónica Giuliani: Mística y testigo de la Pasión de Cristo

Historia

Santa Verónica Giuliani nació como Úrsula Giuliani el 27 de diciembre de 1660, en Mercatello, Italia. Fue la menor de siete hijos de una madre santa, Benita Mancini, quien antes de morir llamó a sus hijos y les dejó como herencia espiritual las llagas de Cristo. A la pequeña Úrsula le correspondió la del costado de Jesús. Años más tarde, entendería que aquello no fue un símbolo sino una verdadera profecía: Jesús la llamaba a vivir unida a su Pasión.

Desde su más tierna infancia, practicó el ayuno en los días penitenciales y mostró una madurez espiritual que asombraba. A los tres años ya tenía experiencias místicas con Jesús y María, y ofrecía su desayuno a un altar improvisado para el Niño Jesús. En una ocasión, dio sus zapatos a una niña pobre y luego los vio en los pies de la Virgen, brillando como joyas. Su alma era como un espejo limpio donde se reflejaba la caridad divina.

Desde niña quiso ser como Santa Catalina de Siena y Santa Rosa de Lima. A los 17 años ingresó al monasterio de Capuchinas de Città di Castello y tomó el nombre de Verónica. Desde el primer día vivió con fervor heroico, abrazando las penitencias, los oficios más humildes y las pruebas interiores. El demonio la atacó con dudas, tristeza y tentaciones. Pero su fuerza venía de meditar cada día los dolores de Cristo. Ella decía: “Todo el que quiera ser de Dios ha de morir a sí mismo”.

Durante años fue cocinera, enfermera, sacristana, portera y despensera. En cada función elegía para sí lo más penoso, incluso conservaba pescado corrompido en su celda para vencerse. Fue maestra de novicias durante 22 años y formó religiosas santas, como la venerable Florina Shioli. Enseñaba a sus hijas que la humildad es la raíz de toda santidad y que ante Dios no hay cosas pequeñas: todo tiene valor si se hace por amor.

Desde joven experimentó visiones místicas y locuciones interiores. Un día, Jesús le pidió que compartiera su cruz. Verónica aceptó, y desde entonces sufrió física y espiritualmente como verdadera “hija de la Cruz”. En su corazón quedaron grabadas las señales de la Pasión, y en 1697 recibió los estigmas de Cristo en las manos, pies y costado, mientras contemplaba al Crucificado.

También recibió la corona de espinas mística, lo cual le produjo dolores en la cabeza que no cesaron nunca más. Su sufrimiento se multiplicaba los viernes de Cuaresma y en Semana Santa. Fue examinada rigurosamente por el Santo Oficio, y durante este proceso se le prohibió escribir, hablar, recibir visitas, comulgar, y fue separada de la comunidad como si fuese una impostora. El demonio incluso intentó desacreditarla tomando su forma para simular pecados. Pero ella nunca se quejó, y repitió una y otra vez: “Viva la cruz sola y sin adornos, viva el sufrimiento”.

Santa Verónica se ofrecía cada día como víctima por los pecadores. Rogaba, ayunaba, lloraba sangre y escribía oraciones con su propia sangre, suplicando la conversión de las almas. Ella misma decía: “Estoy dispuesta a perder mi sangre y mi vida por su bien”. Por revelación divina, supo que muchas almas se salvaron gracias a sus sufrimientos, y que muchas otras salieron del Purgatorio, entre ellas su antiguo confesor, su obispo y hasta el Papa Clemente XI.

En 1716 fue elegida unánimemente abadesa del convento. Mantuvo con rigor la pobreza franciscana y corregía con amor y firmeza. Tuvo visiones del Purgatorio, donde veía a religiosas fallecidas purificarse por apegos mínimos. Promovía el orden, la limpieza y la caridad. No pasaba un solo día sin orar y ofrecerse por la conversión del mundo

Nuestro Señor la honró con el desposorio espiritual y el don de milagros y profecía. A veces comulgaba de manos de un ángel o del mismo Cristo. A los 66 años, el 9 de julio de 1727 —un viernes— falleció en paz, luego de recibir obedientemente la orden de su confesor de entregarse a Dios. Fue beatificada por Pío VII en 1804 y canonizada por Gregorio XVI en 1839.

Lecciones

1. La infancia no es impedimento para la santidad:

Desde niña se dejó amar por Dios y respondió con una entrega heroica.

2. Los sufrimientos ofrecidos con amor redimen almas:

Ella transformó el dolor en salvación para otros.

3. La verdadera prueba de una mística es la obediencia:

Permaneció fiel a sus superiores y al Santo Oficio, sin protestar ni buscar gloria.

4. La cruz es escuela de santidad:

No buscó consuelos ni favores. Abrazó la cruz como tesoro, con una alegría sobrenatural.

“Santa Verónica Giuliani nos enseña que quien abraza la cruz de Cristo sin temor, se convierte en alma reparadora de pecadores y espejo del amor crucificado que salva al mundo.”

Fuentes: CalendariodeSantos, Vida Santas, Santopedia, Wikipedia, ACI Prensa, EWTN, RevistaCatólica

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