
Historia
Desde los primeros siglos, santos y doctores como San Gregorio Magno afirmaron que la mujer pecadora que ungió los pies de Jesús, María de Betania hermana de Lázaro, y María Magdalena son una misma persona. Aunque algunos autores distinguieron a estas tres mujeres, la tradición de la Iglesia latina abrazó su unidad, y por ello celebramos hoy a Santa María Magdalena como la gran penitente, la hermana de Marta y Lázaro, y la fiel discípula de Cristo.
Nacida en una familia acomodada en Betania, María cayó en una vida de pecado y mundanidad, viviendo sola en Magdala, ciudad de su nombre. Aunque poseída por siete demonios, su corazón herido ansiaba redención. La fama de Jesús llegó hasta ella, y conmovida por su predicación, acudió a Él. El Señor la liberó, no solo del poder infernal, sino de la esclavitud del pecado. Este acto fue el inicio de su conversión radical y definitiva hacia la santidad.
En la casa del fariseo Simón, María irrumpió valiente, rompiendo el respeto humano, y ungió los pies del Salvador con lágrimas y perfume. Jesús, viendo su arrepentimiento, pronunció palabras eternas: “Tus pecados te son perdonados porque has amado mucho”. San Bernardo dirá que “la penitente de Betania salvará más almas con su arrepentimiento que las que perdió como pecadora de Magdala”.
Perdonada y transformada, María se despojó de todo lujo y volvió a vivir con sus hermanos Marta y Lázaro, formando ese hogar íntimo de Betania donde Jesús encontraba consuelo y descanso. En el episodio del banquete, mientras Marta servía, María se sentó a los pies del Maestro a escuchar su palabra. Jesús confirmó: “María ha escogido la mejor parte, que no le será quitada”, proclamando la grandeza de la vida contemplativa.
Durante la Pasión, María Magdalena no abandonó a Jesús. Estuvo de pie junto a la cruz, con María Santísima, mientras los apóstoles huían. Fue también la primera en acudir al sepulcro y la primera en ver al Resucitado. Reconoció al Señor cuando la llamó por su nombre: “¡María!”. Ella respondió con amor: “¡Rabboni!”. Cristo la envió a anunciar su resurrección, haciéndola mensajera de la mayor noticia de la historia.
Después de Pentecostés, según la tradición, fue arrojada al mar con otros discípulos por los judíos, llegando milagrosamente a las costas de la Provenza. Más tarde se retiró a la Santa Gruta de Sainte-Baume, donde vivió treinta años de penitencia solitaria, en adoración, ayuno y oración, como expiación por su pasado y como oblación al Amor que la había redimido.
Santa María Magdalena murió santamente, recibiendo la comunión de manos de San Maximino, según la tradición provenzal. Sus reliquias fueron veneradas desde la antigüedad, especialmente en San Maximino y en Vézelay, Francia. Aunque no fue canonizada por un proceso moderno, su culto fue universal, confirmado por la autoridad de la Iglesia, y mantenido viva por siglos como ejemplo supremo de penitencia y amor a Cristo.
Desde monasterios femeninos en Alemania hasta congregaciones de mujeres convertidas en Francia, la figura de Magdalena ha inspirado a muchas almas a dejar el pecado y seguir la vida austera y perfecta. Su imagen, arrodillada con lágrimas o con una calavera en la mano, representa el alma que recuerda su miseria, pero confía plenamente en la misericordia divina. Es modelo de conversión auténtica, fidelidad hasta el final, y amor oblativo que no pone condiciones.
Lecciones
1. Dios puede hacer de un gran pecador un gran santo:
María fue perdonada de mucho porque amó mucho. Su historia nos enseña que ningún pecado es más grande que la misericordia de Cristo, si se responde con humildad y amor verdadero.
2. La vida contemplativa es el camino escogido por el corazón que ama:
María eligió escuchar al Señor mientras otros se afanaban en lo externo. Jesús la alabó por ello, recordándonos que el alma que reza y contempla ha elegido lo mejor.
3. La penitencia es fuente de pureza y reparación:
Treinta años en la cueva fueron el eco visible de su gratitud. La verdadera conversión no se contenta con lo mínimo: se entrega sin reservas y busca reparar el amor no amado.
4. La fidelidad a la cruz prepara el alma para la gloria de la resurrección:
María estuvo al pie de la cruz y fue la primera en ver al Resucitado. La santidad no huye del sufrimiento, sino que permanece firme con Cristo hasta el final.
“Santa María Magdalena, penitente perfecta, tú que fuiste perdonada por amor, enséñanos a llorar nuestros pecados, a amar a Cristo sin reservas y a seguirlo hasta la cruz, para ser dignos de verlo en su gloria.”