
Historia
San Alfonso María de Ligorio nació el 27 de septiembre de 1696 en Marianella, cerca de Nápoles, en una familia noble y profundamente cristiana. Desde pequeño, mostró una inteligencia prodigiosa y una sensibilidad espiritual poco común. Fue presentado a San Francisco de Jerónimo, quien, con espíritu profético, anunció: “Este niño vivirá más de 90 años, será obispo y obrará grandes cosas”.
Con apenas 16 años obtuvo el doctorado en Derecho Civil y Canónico, convirtiéndose en uno de los abogados más prestigiosos de Nápoles. Pero a pesar de su éxito, su corazón sentía el peso del mundo. Tras perder un juicio en 1723, exclamó: “Mundo falaz, ya nada serás para mí”. Ese día, comprendió que su felicidad no estaba en los honores, sino en la entrega total a Dios.
Durante un retiro espiritual, lloró su tibieza y decidió renovar su vida. Desde entonces, su amor a la Eucaristía se volvió el centro de su existencia: asistía diariamente a la misa, pasaba horas en adoración ante el Santísimo y se confesaba semanalmente. Su alma ardía de celo por Jesús sacramentado y por las almas, sembrando ya las semillas de su misión futura.
San Alfonso María de Ligorio con su libro “Visitas al Santísimo Sacramento y a María Santísima” ha formado almas eucarísticas durante más de dos siglos, siendo aprobado y recomendado por varios Papas.
En tiempos en que el amor a Jesús Eucaristía se enfría en muchos corazones, este método sencillo y profundo es una respuesta concreta al llamado de la Iglesia a promover la adoración eucarística perpetua y la espiritualidad centrada en la presencia real de Cristo.
En su libro Visitas al Santísimo Sacramento, San Alfonso propone una estructura que ayuda a ordenar el corazón en la adoración
A pesar de las resistencias de su familia, en especial de su padre, Alfonso respondió al llamado de Dios. El 21 de diciembre de 1726 fue ordenado sacerdote. Su predicación, sencilla y encendida, arrastraba multitudes de todas las clases sociales. Él mismo decía: “Un sacerdote que no predica a Cristo crucificado se predica a sí mismo”. En el confesionario, fue padre de misericordia, convencido de que ningún pecador debía marcharse sin haber probado el perdón de Dios.
En 1732, tras discernir una visión confirmada por una religiosa, fundó la Congregación del Santísimo Redentor. Su objetivo era claro: llevar la fe y la gracia a los más abandonados y pobres, especialmente en las zonas rurales olvidadas. Las misiones redentoristas encendieron la fe del pueblo con catequesis, confesiones y la devoción a la Virgen María.
San Alfonso fue uno de los más grandes propagadores de la devoción mariana. Su obra “Las Glorias de María” se convirtió en un clásico espiritual. Durante una misión, mientras predicaba sobre la Virgen, su rostro se iluminó milagrosamente y quedó elevado en éxtasis. Él enseñaba que María es refugio seguro de los pecadores y madre tierna de quienes buscan a Cristo.
En 1762, el Papa Clemente XIII lo nombró obispo de Santa Águeda de los Godos. Aunque aceptó con dolor, sirvió con entrega a su diócesis: reformó el seminario, fundó cofradías, cuidó a los pobres y visitaba personalmente su diócesis cada año. Se despojó incluso de sus bienes para socorrer a los necesitados, mostrando que la caridad es el rostro concreto del amor de Dios.
Alfonso murió el 1 de agosto de 1787, a los 90 años, como había sido profetizado. Dejó más de 100 obras escritas sobre teología moral, espiritualidad y devoción, que aún hoy guían a sacerdotes y laicos. Fue canonizado en 1839 y proclamado Doctor de la Iglesia en 1871. Pío XII lo nombró patrono de confesores y moralistas, y su legado sigue vivo en la espiritualidad redentorista y en todo sacerdote y laico que busca la santidad.
Lecciones
1. Buscar la verdad más allá del éxito:
San Alfonso nos enseña que los honores y aplausos del mundo son vacíos si no se viven para Dios. La verdadera grandeza está en elegir a Cristo sobre todo.
2. Vivir centrados en la Eucaristía:
Su vida eucarística muestra que la adoración y la comunión frecuente son el motor de toda conversión y santificación.
3. Amar a María como madre y refugio:
Con su ejemplo y sus escritos, nos recuerda que María conduce siempre a Jesús y que quien se consagra a ella nunca se pierde.
4. Unir predicación y confesión con misericordia:
Alfonso fue un predicador ardiente y un confesor lleno de ternura. Su vida enseña a sacerdotes y laicos a anunciar con valentía y abrazar con compasión.
“San Alfonso María de Ligorio nos muestra que la santidad nace de un corazón que se entrega sin reservas a Cristo, que vive de la Eucaristía, se cobija en María y arde por salvar a las almas.”