
Historia
Santa Radegunda nació hacia el año 519 en Turingia, hija del rey Bertario. Siendo niña fue llevada cautiva a la Galia tras la derrota de su tío Hermenefrido por Clotario I, rey de Soissons. Aunque apenas tenía entre ocho y diez años, Clotario ya había decidido casarse con ella cuando fuera mayor. Fue enviada a Attie, donde recibió una sólida educación humana y cristiana, rodeada de paz, estudio de la Sagrada Escritura y vidas de santos.
Tras la muerte de la primera esposa de Clotario, en el año 538, Radegunda fue llevada a la corte para casarse contra su voluntad. Aceptó este estado como voluntad de Dios y cumplió fielmente sus deberes de reina y esposa cristiana, aunque su corazón permanecía consagrado a Cristo. La corte franca, llena de desórdenes y escándalos, fue para ella un calvario que ofrecía con penitencia y oración.
La muerte injusta de su hermano —ordenada por el propio rey— rompió el último lazo que la retenía en el mundo. Pidió a Clotario separarse para entregarse enteramente a Dios, y aunque no era posible un divorcio, San Medardo, obispo de Noyon, impresionado por su determinación, la consagró a Cristo cortándole el cabello y revistiéndola con el velo religioso.
Radegunda se retiró primero a la villa real de Saix, donde vivió como penitente extrema: dormía sobre silicio, llevaba una cadena de hierro ceñida a la carne, comía sólo pan de centeno o raíces, y dedicaba sus manos a preparar el pan para la Santa Misa. Rechazó cualquier comodidad, buscando asemejarse a Cristo crucificado.
Para evitar tentaciones del rey de traerla de nuevo a la corte, Radegunda decidió fundar un monasterio. Clotario, tocado por la gracia, le concedió terrenos y apoyo. En el año 552 inauguró el monasterio, entrando a pie y rodeada de más de 200 jóvenes nobles que la siguieron. Nombró superiora a Inés, su antigua dama, y ella misma se llamó simplemente “sierva de las esposas de Jesucristo”, renunciando para siempre al título de reina.
A pesar de su vida retirada, Radegunda siguió influyendo para reconciliar príncipes francos y frenar guerras. San Venancio Fortunato, su amigo y capellán, administraba los bienes del monasterio y compuso himnos célebres como el “Vexilla Regis” cuando, gracias a la emperatriz Sofía, el convento recibió un fragmento de la Vera Cruz. Este tesoro convirtió la iglesia del monasterio en centro de peregrinaciones y milagros.
Al final de su vida, debilitada por penitencias extremas, Cristo se le apareció para anunciarle su muerte próxima. Falleció el 13 de agosto de 587, rodeada de sus hijas espirituales. Fue sepultada solemnemente y sobre su tumba se obraron numerosos milagros. Su cuerpo fue hallado incorrupto siglos después, aunque destruido en parte por los hugonotes en 1562. Algunos fragmentos de sus reliquias fueron salvados y aún hoy se veneran.
Santa Radegunda pasó de cautiva a reina, de reina a esposa de Cristo, de esposa a madre espiritual de una comunidad, dejando un ejemplo de penitencia heroica, amor a la cruz y caridad incansable. Su monasterio se convirtió en faro espiritual de la Galia y su nombre sigue siendo sinónimo de fortaleza, humildad y santidad.
Lecciones
1. La cruz aceptada transforma el dolor en gracia:
La injusta muerte de su hermano y un matrimonio impuesto fueron para ella un calvario. En vez de rebelarse, ofreció su sufrimiento como camino de unión con Cristo crucificado.
2. La penitencia y la humildad abren el alma a Dios:
Sus austeridades —cilicio, ayuno, oración constante— no eran mero rigor, sino expresión de un amor ardiente por Cristo y de un corazón que no se conformaba con la mediocridad.
3. El desprendimiento da frutos eternos:
Renunció a la corona y a todo honor terreno para fundar un monasterio, lugar de paz y reconciliación. Quien entrega lo que ama por Dios, recibe el ciento por uno en frutos espirituales.
“Santa Radegunda dejó el trono para abrazar la cruz: su vida enseña que sólo quien renuncia a todo por Cristo reina verdaderamente con Él y conduce a otros al cielo.”