
Historia
San Alipio nació en Tagaste (actual Argelia), en una familia de rango elevado. Desde joven mostró gran talento para los estudios y una natural inclinación hacia la virtud. Sin embargo, al llegar a Cartago, cayó en la fascinación por los juegos del circo. La gracia de Dios, servida de la palabra firme de San Agustín, le hizo reaccionar con energía, abandonando para siempre esa pasión ciega y destructiva.
Alipio fue discípulo y luego entrañable amigo de San Agustín. Compartieron dudas filosóficas, caídas morales y el error del maniqueísmo, hasta que la Providencia los condujo a la verdad. En Roma, Alipio se apasionó por los combates de gladiadores —a pesar de haberse resistido inicialmente— y Dios le mostró la debilidad de confiar en sus propias fuerzas. Estas caídas lo hicieron humilde y preparado para apoyarse solo en la gracia divina.
Mientras estudiaba derecho y trabajaba en Roma como asesor, Alipio rechazó sobornos y presiones de poderosos, mostrando una rectitud poco común. Ni la ambición ni el miedo lograron torcer su conciencia. En otra ocasión, fue acusado injustamente de robo, pero Dios permitió que la verdad saliera a la luz, fortaleciéndolo en su misión futura.
En Milán, junto a San Agustín, escuchó el testimonio de cristianos fervorosos y monjes santos. Cuando Agustín tuvo su célebre experiencia del “Tolle, lege” (Romanos 13,13-14), Alipio recibió al mismo tiempo su propia llamada: “Recibid con caridad al que todavía está débil en la fe” (Romanos 14,1). Juntos decidieron entregarse a Cristo, abandonando el pecado y los falsos caminos.
En la Pascua del 388 o 389, San Ambrosio bautizó a Agustín, Alipio y Adeodato. Alipio ya vivía una pureza admirable y una austeridad tal que caminaba descalzo sobre el hielo italiano. Regresaron a África y fundaron la primera comunidad agustiniana en Tagaste y después en Hipona, viviendo como verdaderos hermanos en Cristo.
En 394, Alipio fue elegido obispo de Tagaste. Gobernó su diócesis con celo apostólico, reprimiendo abusos, combatiendo herejías como el donatismo y el pelagianismo, y manteniendo la austeridad de un monje aun siendo obispo. Participó en concilios decisivos y fue reconocido como uno de los grandes defensores de la fe católica en África.
Acompañó a Agustín en múltiples viajes y misiones, incluso como delegado papal. Hacía copiar las obras de los pelagianos para que Agustín las refutara y compartió con él el ardor por la verdad y la santidad. Su amistad fue un camino de gracia mutua: dos almas unidas por Cristo para sostener a la Iglesia en tiempos difíciles.
Visitó Tierra Santa y trató con San Jerónimo. Durante la invasión de los vándalos, se refugió junto a Agustín en Hipona y le sobrevivió apenas un año, falleciendo hacia el 431. El Martirologio Romano lo elogia como discípulo, hermano de armas contra la herejía y glorioso compañero de Agustín en el cielo
Lecciones
1. La verdadera amistad cristiana conduce a la santidad:
Caminar junto a quienes aman a Dios nos fortalece contra el pecado.
2. La gracia es más fuerte que nuestras caídas:
Alipio aprendió a no confiar en sí mismo sino en Cristo.
3. La integridad se prueba en lo pequeño y en lo grande:
Su rectitud en Roma y su celo como obispo muestran que la santidad se vive cada día.
4. La fidelidad a la Iglesia es la senda segura:
Combatió el error y defendió la verdad, recordándonos que amar a Cristo es amar su Iglesia.
“San Alipio nos muestra que la amistad santa, la pureza de corazón y la fidelidad a la Iglesia son el camino seguro para alcanzar la gloria eterna.”