
Historia
A finales del siglo XIII, en Montpellier (Francia), el gobernador Juan y su esposa Liberia vivían rodeados de bienes y honores, pero sufrían la tristeza de no tener hijos. Tras años de súplica, Dios les concedió un hijo al que llamaron Roque. Su nacimiento fue fruto de la oración perseverante y un signo de la misericordia divina. Desde niño, Roque se distinguió por su sensibilidad hacia los pobres y peregrinos, heredando la caridad y piedad de sus padres.
La muerte de sus padres, cuando tenía 18 años, fue para Roque un llamado del cielo. Recordando las palabras de Cristo: “Si quieres ser perfecto, vende cuanto tienes, dáselo a los pobres y sígueme” (Mt 19,21), vendió todos sus bienes, cedió sus derechos hereditarios a un pariente y se vistió con el humilde hábito de peregrino franciscano. Con un morral vacío y un ardiente deseo de penitencia, partió hacia Roma para visitar las tumbas de los Apóstoles.
Mientras recorría Italia, encontró ciudades devastadas por la peste negra. Roque no huyó como otros, sino que se ofreció como enfermero voluntario, lavando heridas, consolando a los agonizantes y trazando sobre ellos la señal de la cruz, con lo que muchos quedaban curados. En Acquapendente, Cesena y Roma, su fama se difundió como la de un “ángel que descendió del cielo”
En Plasencia, Dios permitió que Roque contrajera la peste. Para no ser carga para nadie, se retiró a un bosque, donde una fuente milagrosa brotó a su lado y un perro fiel le llevaba pan cada día. Un noble llamado Gotardo, movido por el ejemplo del animal, se convirtió y cuidó a Roque, transformando su vida en servicio y penitencia. Ambos evangelizaron juntos con obras más que con palabras.
Recuperado milagrosamente tras oír una voz celestial —“Roque, siervo mío fiel, ya estás sano. Torna a tu patria y practica penitencia”—, Roque regresó a Montpellier. Allí, la guerra lo sorprendió; fue arrestado por su propio tío, gobernador de la ciudad, acusado de espionaje porque nunca quiso revelar su identidad. Aceptó injusticias y cárcel perpetua como penitencia ofrecida a Dios.
Durante cinco años de prisión, Roque vivió como un monje en medio del calabozo: ayunos extremos, oración constante, disciplinas y silencio absoluto. Una luz celestial llenó su celda cuando Cristo le anunció su inminente tránsito: “Siervo fidelísimo, ven a gozar del descanso eterno.” Roque entregó su alma el 16 de agosto de 1327, pidiendo a Dios que todos los que lo invocaran fueran librados de la peste.
Tras su muerte, un resplandor salió de su celda, sorprendiendo a los guardianes. Descubierta su identidad, su tío lloró su error y le erigió solemnes funerales y una iglesia en su honor. Muy pronto, ciudades enteras lo proclamaron protector contra epidemias. En el Concilio de Constanza (1414), su intercesión fue invocada con rogativas públicas y la peste cesó, confirmando su fama de santidad.
San Roque fue inscrito en el Martirologio por el Papa Gregorio XIII y es honrado por la Orden Franciscana como terciario ejemplar. Es patrono de peregrinos, enfermeros, cirujanos, campesinos y abogado poderoso contra las epidemias humanas y animales. Su iconografía lo muestra como peregrino con bastón, llaga en el muslo y un perro fiel con pan en la boca.
La herida que San Roque muestra en su pierna representa la llaga de la peste bubónica que él mismo padeció mientras cuidaba a los enfermos. Es un signo histórico real y, al mismo tiempo, un símbolo espiritual: San Roque no fue un espectador de la miseria ajena, sino que compartió el dolor de los pobres, ofreciendo su propio sufrimiento por amor a Cristo y al prójimo.
En el arte cristiano, esta llaga se convirtió en su señal distintiva, recordando que el sufrimiento aceptado por amor tiene valor redentor. Así como Cristo mostró sus llagas como trofeo de victoria, San Roque muestra la suya como testimonio de caridad heroica y como intercesor poderoso contra las epidemias del cuerpo y del alma.
Lecciones
1. La santidad exige renuncia radical:
Solo quien entrega sus bienes y afectos terrenos puede seguir a Cristo con libertad total.
2. La caridad vence el miedo:
Donde otros huían, San Roque veía a Cristo sufriente y servía sin reservas.
3. Dios nunca abandona a sus fieles:
La fuente milagrosa de agua que brotó y el perro que le daba el pan muestran que la providencia sostiene a quien confía plenamente.
4. El sufrimiento ofrecido se transforma en gloria:
La cárcel y la enfermedad no lo destruyeron, sino que lo purificaron para el cielo.
“San Roque convirtió la peste en camino de santidad: que sacerdotes y laicos aprendamos a abrazar la cruz y a servir sin temor, confiando en que Dios nunca abandona a quienes lo siguen con amor.”