
Historia
Juana Francisca Frémyot de Chantal nació en Dijon el 23 de enero de 1572 en el seno de una familia noble profundamente cristiana. Perdió a su madre con apenas 18 meses, pero desde niña mostró un amor entrañable a la Santísima Virgen y una fe firme en la Eucaristía. A los cinco años, defendió con sorprendente valentía la presencia real de Cristo frente a un noble protestante, mostrando ya la fortaleza de espíritu que la caracterizaría toda su vida.
A los veintiún años se casó con el barón de Chantal, un caballero valiente y piadoso. Como esposa y madre, convirtió su hogar en un santuario donde la oración, la caridad y la justicia se vivían a diario. Ella misma servía a los pobres y cuidaba a los enfermos más despreciados, viendo en ellos a Cristo oculto bajo sus llagas. En una época de hambre, repartió las provisiones del castillo con tanta generosidad que los necesitados la llamaban “madre providente”. Y Dios respondió multiplicando milagrosamente la harina de su despensa.
La felicidad familiar se truncó en 1601, cuando su esposo murió en un accidente de caza. Con apenas 28 años, quedó viuda y con cuatro hijos pequeños. En vez de rendirse al dolor, hizo voto de castidad perpetua y se consagró al Señor, dedicándose a educar a sus hijos y a servir con mayor entrega a los pobres.
El Señor fue templando su alma con duras pruebas. Durante siete años soportó con heroica paciencia las humillaciones impuestas por su suegro y la insolencia de una ama de llaves tiránica. Pidió a Dios un director espiritual, y la Providencia se lo concedió en san Francisco de Sales. La correspondencia entre ambos santos es un monumento espiritual de ternura, firmeza y dirección sobrenatural.
Juana anhelaba consagrarse totalmente, pero Dios le pidió un sacrificio aún mayor: dejar a sus hijos para fundar una nueva orden religiosa. En 1610, con el apoyo de san Francisco de Sales, fundó la Orden de la Visitación de Santa María, concebida para que viudas, mujeres frágiles o ancianas pudieran vivir la perfección del amor divino sin las austeridades excesivas que excluían a muchos corazones generosos.
Para seguir su vocación, tuvo que vencer enormes obstáculos: la oposición de su padre, las súplicas de sus hijos, el dolor desgarrador de separarse de ellos. Su hijo menor llegó a arrojarse al suelo, rogándole que no lo dejara. Con lágrimas en los ojos, Juana pasó por encima de su propio corazón, segura de que “quien ama a Dios, nada antepone a Su voluntad”.
La Visitación creció rápidamente. En pocos años contaba con decenas de conventos, y Juana gobernó la orden con prudencia maternal. Mientras tanto, no dejó de velar por sus hijos ni de sostenerlos espiritualmente. Vivió pérdidas desgarradoras —la muerte de su padre, de su hijo varón en combate, de su yerno y de su hija María Amada— y padeció nueve años de purificación interior, verdaderos tormentos del espíritu y del cuerpo, que ofreció como un holocausto a Dios.
Santa Juana murió santamente el 13 de diciembre de 1641, pronunciando tres veces el Nombre de Jesús. Fue beatificada por Benedicto XIV en 1751 y canonizada por Clemente XIII en 1767. San Francisco de Sales dijo de ella: “Lo que Salomón buscaba en Jerusalén —una mujer fuerte— lo encontré en Dijon, en Juana de Chantal.”
Lecciones
1. Servir a Cristo en los pobres: Juana no veía a mendigos, sino al mismo Señor que pedía pan. Su caridad fue heroica, práctica y constante.
2. Aceptar la cruz con amor sobrenatural: soportó humillaciones, viudez, separaciones y muertes familiares sin perder la paz, porque todo lo ofrecía a Dios.
3. Obedecer la voluntad divina por encima de todo afecto humano: supo renunciar incluso a lo más legítimo —el amor a sus hijos— para cumplir su misión.
4. La dirección espiritual santifica: su docilidad a San Francisco de Sales muestra cómo un alma bien guiada llega a grandes alturas.
“Santa Juana de Chantal nos enseña que la santidad consiste en abrazar la cruz con amor para que Cristo la convierta en camino seguro hacia la vida eterna.”