San Nicolás de Tolentino: Apóstol del Purgatorio y Modelo de Penitencia

Historia

San Nicolás de Tolentino nació en 1245 en San Ángelo, en la marca de Ancona. Sus padres, Compañón y Amada, eran estériles y sufrían profundamente. Confiaron su dolor a la intercesión de San Nicolás de Mira y peregrinaron a Bari. Allí, un ángel les confirmó que tendrían un hijo especial. Así nació Nicolás, niño de oración y penitencia, llamado a alegrar al Señor con su vida.

Desde pequeño mostró inclinación a la oración y a las virtudes. Sentía rechazo por las malas compañías y dedicaba tiempo a ayudar a los pobres con sus propias manos. Con apenas siete años comenzó a ayunar tres veces por semana, imitando al santo de su nombre. Su pureza fue tan firme que, con la gracia de Dios, jamás se dejó vencer por las tentaciones de la carne.

Un sermón de un prior agustino, en el que se repetía “No améis el mundo, pues pasa veloz”, tocó su corazón profundamente. Nicolás comprendió que Dios lo llamaba a una vida consagrada. Sus padres, aunque lo amaban, lo entregaron a esta vocación. Ingresó al convento agustino, donde fue ejemplo de obediencia, humildad y penitencia. Sus hermanos lo consideraban ya “un ángel en la tierra”.

Ordenado sacerdote, Nicolás celebraba la Santa Misa con tal devoción que su rostro se inflamaba de fuego divino y lágrimas de amor corrían por sus ojos. Su ministerio no solo beneficiaba a la Iglesia militante, sino también a la purgante: muchas almas le pedían sufragios, y él con sacrificios, oraciones y misas lograba su liberación. Por eso es venerado como gran intercesor de las almas del purgatorio.

Nicolás abrazó duras penitencias: ayunaba cinco días a la semana, usaba silicio y disciplinaba su cuerpo. Incluso en la enfermedad prefirió morir antes que quebrantar sus votos de abstinencia. El Señor lo sostuvo con milagros, como el de los panecillos bendecidos por intercesión de la Virgen, que le devolvieron la salud y hasta hoy se reparten en su fiesta como signo de protección.

El demonio, furioso por tanta santidad, lo atacó con tentaciones y hasta golpes físicos. Nicolás, firme en la oración, vencía siempre con paciencia y unión a Dios. Una y otra vez Dios obró prodigios en sus manos: multiplicó el pan para los pobres, sanó enfermos con la señal de la cruz y fue consuelo de innumerables afligidos.

En sus últimos días, Nicolás pidió perdón a sus hermanos por cualquier falta y recibió los sacramentos con gran humildad. Durante su agonía pidió escuchar las palabras del salmo: “Señor, porque habéis roto mis ligaduras, os ofreceré un sacrificio de alabanza”. En éxtasis, con el rostro iluminado, vio a Jesucristo, la Virgen y San Agustín, y entregó su alma el 10 de septiembre de 1306.

Su fama de santidad se propagó rápidamente gracias a los innumerables milagros obtenidos por su intercesión. Fue canonizado en 1446 por el Papa Eugenio IV, y en su fiesta los agustinos continúan bendiciendo los panecillos en memoria del milagro que Dios obró en su vida. San Nicolás de Tolentino quedó grabado en la historia como ejemplo de penitencia, oración y caridad ardiente.

Lecciones

1. La oración perseverante atrae milagros: nació gracias a las lágrimas y la fe de sus padres, que confiaron en la intercesión de un santo.

2. La penitencia fortalece la voluntad: sus ayunos y sacrificios lo mantuvieron puro y lo hicieron invencible contra la tentación.

3. Caridad hacia vivos y difuntos: ayudó a los pobres en la tierra y alivió innumerables almas en el purgatorio.

4.Humildad hasta el final: en su agonía pidió perdón a sus hermanos y entregó su vida confiando solo en Cristo.

“San Nicolás de Tolentino nos enseña que un corazón humilde, encendido en la oración y la penitencia, tiene fuerza no solo para transformar la tierra, sino también para abrir el cielo a las almas del purgatorio.”

Fuentes: FSSPX, VidasSantas, Wikipedia

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