
Historia
San Cipriano nació en Cartago, África, hacia el año 210, en una familia noble y culta. De joven, destacó como profesor de retórica, amante de la elegancia y de los placeres del mundo. Sin embargo, sentía en su corazón un vacío profundo que nada podía llenar. En su búsqueda de la verdad, conoció al sacerdote Cecilio, quien le mostró la belleza de la fe cristiana. Gracias a su testimonio, Cipriano descubrió que sólo en Cristo estaba la vida plena, y en el año 245 recibió el bautismo, que él mismo describió como la muerte de los vicios y el renacimiento de las virtudes.
Tras su conversión, vendió sus bienes, los repartió entre los pobres y hizo voto de continencia perpetua, entregándose por completo al Señor. San Jerónimo afirmó que en él la espiga maduró antes que la siembra, porque creció rápidamente en santidad y sabiduría. Muy pronto fue ordenado sacerdote y, al morir el obispo Donato, el clero y el pueblo lo eligieron unánimemente como obispo de Cartago, aunque él, por humildad, resistía aceptar.
Como obispo, mostró un celo ardiente por restaurar la disciplina eclesiástica. Su firmeza le llevó a enfrentar tanto a herejes como a cristianos caídos (lapsi), buscando siempre la verdad y la salvación de las almas. Durante la persecución del emperador Decio en el año 250, Cipriano se refugió en las afueras de Cartago para poder seguir guiando a su pueblo mediante cartas, exhortaciones y apoyo espiritual. Su presencia, aunque escondida, fue un consuelo para muchos.
Tuvo que enfrentar también la dolorosa situación de los cristianos que habían apostatado bajo tortura. Con sabiduría pastoral, distinguía entre los que habían cedido rápidamente y los que habían resistido hasta casi el final, mostrando así la verdadera caridad que une justicia y misericordia. Esto lo llevó a choques con los rigoristas, como Novaciano, y a debates incluso con el Papa sobre el tema de los rebautizados.
A pesar de estas tensiones, siempre buscó la unidad de la Iglesia. Fue padre de los pobres y redentor de cautivos, logrando reunir limosnas para rescatar cristianos prisioneros en manos de los bárbaros. Su vida fue un constante ejemplo de entrega pastoral, firmeza doctrinal y amor misericordioso.
En tiempos del emperador Valeriano, la persecución se recrudeció. San Cipriano fue arrestado y desterrado a Curubis, desde donde escribió su célebre Exhortación al martirio, animando a los fieles a mantenerse firmes en la fe. Su valentía fortaleció a la Iglesia africana en los momentos más difíciles.
En el año 258, fue llevado de nuevo a Cartago. El procónsul lo llamó a sacrificar a los dioses, pero Cipriano respondió con una firmeza que conmovió a los presentes: “Soy cristiano y obispo. A Dios servimos nosotros, y a Él dirigimos nuestras plegarias de día y de noche.”. Fue condenado a la decapitación. Antes de morir, oró de rodillas, entregó sus vestiduras a los diáconos y regaló 25 monedas de oro al verdugo. Los fieles recogieron su sangre como un tesoro, pues sabían que era la semilla de la Iglesia.
San Cipriano murió mártir el 14 de septiembre del 258, en Cartago. Su fiesta se celebra el 16 de septiembre, y su testimonio sigue siendo faro de fidelidad para los sacerdotes y laicos que desean ser santos.
Lecciones
1. La gracia transforma la vida: De pagano amante de los placeres, Cipriano se convirtió en un pastor santo y mártir gracias a la gracia de Cristo.
2. Caridad y firmeza van unidas: Supo unir la exigencia de la verdad con la misericordia hacia los caídos.
3. El obispo es padre y pastor: No huyó de las dificultades, sino que defendió y alimentó a su pueblo incluso desde el destierro.
4. El martirio es la corona de la fidelidad: Su sangre derramada es testimonio de que nada debe anteponerse a Cristo.
“San Cipriano de Cartago nos enseña que la santidad se alcanza cuando vivimos fieles a la Iglesia hasta dar la vida misma por ella.”