
Historia
San Nilo el Joven nació hacia el año 910 en Rossano, Calabria, en el sur de Italia, en una familia de origen griego. Recibió en el bautismo el nombre de Nicolás y desde niño fue consagrado a la Santísima Virgen María. Sus padres lo educaron en la fe, en la caridad y en el amor a la oración, siguiendo el rito bizantino que predominaba en esa región.
En su juventud contrajo matrimonio y, aunque vivió de forma ejemplar en un comienzo, poco a poco se dejó arrastrar por las tentaciones del mundo y se apartó de la vida de oración. La muerte de su esposa fue para él un golpe de gracia: comprendió la gravedad de sus pecados y decidió abandonar el mundo para entregarse totalmente a Dios.
Entró en el monasterio basiliano de San Juan Bautista de Rossano y luego en el de San Mercurio, donde recibió el hábito monástico y se formó en la vida de penitencia según la regla de San Basilio. Pronto buscó una existencia más austera, retirándose a un eremitorio junto a la capilla de San Miguel. Allí vivía en oración, ayuno y penitencia, cubierto con un tosco sayal de pelo de cabra, durmiendo en una piedra y alimentándose solo de pan y hierbas.
La santidad de Nilo pronto atrajo a discípulos que buscaban ser guiados por él. Les enseñaba que la humildad, la obediencia y el desprecio de sí mismo eran las virtudes esenciales del verdadero monje. Para protegerlos de los ataques de piratas sarracenos, construyó un refugio fortificado en la montaña, donde se resguardaban en tiempos de peligro.
El santo no solo era maestro de oración, sino también consejero de príncipes y obispos. Incluso el emperador Otón III buscó su consejo, y Nilo, con la valentía de un verdadero profeta, le recordó que un día moriría y tendría que rendir cuentas a Dios. Su palabra firme y misericordiosa movía a los poderosos a reflexionar sobre la salvación de sus almas.
San Nilo también fue defensor de la verdadera Iglesia frente a los cismas. Amonestó con caridad al antipapa Juan Filagato, su compatriota, instándolo a abandonar su ambición y volver a la penitencia. Aunque el antipapa no obedeció, la profecía de Nilo se cumplió con su caída y castigo.
Ya anciano, con más de 90 años, San Nilo fundó la célebre abadía de Grottaferrata, cerca de Roma, donde sus discípulos continuaron la vida basiliana de oración y estudio, conservando hasta hoy la liturgia oriental en comunión con la Iglesia Católica. Antes de morir, pidió ser enterrado sin honores, en una tumba sencilla, recordando que había sido peregrino en la tierra. Falleció hacia el año 1004 o 1005, dejando una herencia de santidad y penitencia que aún perdura.
Lecciones
1. Dios puede transformar un alma caída: Aunque Nilo se dejó arrastrar por el mundo, la gracia lo levantó y lo convirtió en gran santo. También nosotros, si caemos, podemos levantarnos por la misericordia de Dios.
2. La penitencia purifica el alma: Su vida austera y mortificada nos recuerda que solo quien muere al mundo vive plenamente para Cristo.
3. El verdadero monje y cristiano es humilde y obediente: No basta con rezar; es necesario renunciar al propio querer para hacer siempre la voluntad de Dios.
4. Un santo habla con la voz de Dios: Como Nilo con emperadores y antipapas, también hoy los católicos hemos de ser testigos valientes de la verdad, sin temor al poder del mundo.
San Nilo el Joven: del pecado a la penitencia, del mundo al desierto, nos enseña que solo en la humildad y la fidelidad a Dios se encuentra el camino seguro hacia el cielo.