
Historia
En tiempos del rey Herodes, cuando Israel sufría la opresión extranjera y el silencio profético parecía eterno, vivía un humilde sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías, y su esposa Isabel, descendiente de Aarón. Ambos eran justos ante Dios, observaban con fidelidad todos los mandamientos, y aun así, cargaban con el dolor de no tener hijos. En aquella cultura, la esterilidad era vista como una deshonra, pero ellos no se quejaban: su esperanza estaba puesta en el Señor.
Un día, mientras Zacarías ofrecía incienso en el Templo de Jerusalén, el ángel Gabriel se le apareció junto al altar. Tembloroso, escuchó estas palabras: “No temas, Zacarías, tu oración ha sido escuchada. Isabel, tu mujer, te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan”. Ese hijo sería grande ante Dios, lleno del Espíritu Santo desde el seno materno, y prepararía al pueblo para la venida del Mesías. Sin embargo, Zacarías dudó: su fe vaciló ante lo imposible, y el ángel le anunció que quedaría mudo hasta que todo se cumpliera.
Dios no tardó en obrar. Isabel concibió en su vejez, y ambos se retiraron al silencio y la oración. En aquella casa de Ain Karim, el milagro crecía día a día. El Señor había transformado su esterilidad en fecundidad espiritual, anticipando la gracia que más tarde llenaría el hogar de Nazaret.
Meses después, María, la Virgen Inmaculada, visitó a su prima Isabel. Cuando María saludó, el niño saltó de gozo en el vientre de su madre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: “Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre”. En esa escena santa, el anciano Zacarías presenció la comunión de las dos alianzas: la Antigua, representada por él e Isabel, y la Nueva, traída por María y Jesús.
Al nacer el niño, todos querían llamarlo Zacarías, pero Isabel dijo: “Se llamará Juan”. Cuando el padre escribió en una tablilla ese nombre, su lengua se soltó y bendijo a Dios, entonando el Benedictus: “Bendito sea el Señor Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo”. Con ese cántico, Zacarías profetizó la misión de su hijo como precursor del Salvador.
Después de su vejez bendecida, la tradición cuenta que Zacarías murió mártir, asesinado en el templo por negarse a revelar dónde se escondía el niño Juan durante la persecución de Herodes. Isabel huyó con su hijo al monte, donde fue protegida por un ángel. Así, incluso en la persecución, la fidelidad de estos esposos fue recompensada con la cercanía de Dios.
El ejemplo de Zacarías e Isabel es un canto a la fe paciente, a la confianza en medio del silencio de Dios y a la fidelidad conyugal vivida como vocación de santidad. Ambos creyeron en lo imposible y fueron instrumentos del plan de salvación.
Lecciones
1. La fe se prueba en el silencio. Zacarías e Isabel esperaron toda su vida sin ver señales, pero Dios los escuchaba en secreto.
2. La esterilidad puede ser bendición. Cuando todo parece estéril, Dios prepara un fruto mayor: la vida espiritual.
3. La obediencia abre la boca del alma. Zacarías recuperó la voz solo cuando se rindió plenamente a la voluntad divina.
4. El matrimonio puede ser camino de santidad. Estos esposos fueron santos juntos, fieles y fecundos en la gracia.
“San Zacarías y Santa Isabel nos enseñan que la fe verdadera florece cuando confiamos en Dios incluso cuando todo parece perdido.”
