Santa Catalina de Alejandría: Virgen de Sabiduría Celestial y Mártir de la Verdad

Historia

En la majestuosa ciudad de Alejandría, célebre por su escuela de filosofía y su famosa biblioteca, nació hacia el año 290 la joven Catalina, hija del rey Costo y de la reina Sabinela. Dotada de extraordinaria belleza e inteligencia, fue educada en las ciencias humanas, llegando a dominar en breve tiempo la filosofía y las artes liberales. Su nombre —que significa “pura”— anticipaba ya la corona de virginidad que Dios le había destinado, aunque su alma estaba aún velada por cierta altivez intelectual que la hacía defender el paganismo con sutiles argumentos.

Tras la muerte de su padre, Catalina se trasladó con su madre a Armenia, donde vivía un anciano eremita llamado Ananías, hombre santo y sabio. Catalina, que ya admiraba la fe cristiana, deseaba conocer la verdad, pero su corazón se mantenía erguido por la soberbia de su saber. Muchos nobles y príncipes pedían su mano, maravillados de su cultura y hermosura; pero ella los rechazaba altaneramente, afirmando que sólo aceptaría por esposo a alguien más sabio y hermoso que ella misma. Fue entonces cuando Ananías le habló de Jesucristo, el divino Esposo de las vírgenes.

Movida por curiosidad, Catalina pidió ver a ese Esposo celestial. El anciano le indicó que orara a la Virgen Santísima. En la noche, mientras encendía veinte antorchas para recibir dignamente la visión, la Madre de Dios se le apareció con su Hijo en brazos. Pero cuando María preguntó al Niño si deseaba tomar a Catalina por esposa, Él respondió: “No, porque es fea”. Aquellas palabras quebrantaron el orgullo de la joven. Humillada, acudió al eremita, quien le explicó que su alma estaba afea por la soberbia. Tras recibir instrucción, fue bautizada y transformada por la gracia.

Renovada interiormente, Catalina pidió de nuevo ver a Jesús. La Virgen se le apareció otra vez, y al verla purificada por la fe, el Niño respondió ahora con ternura: “Sí, ahora sí”. María colocó entonces en el dedo de la joven un anillo de oro como señal de las bodas espirituales entre Cristo y su sierva. Este desposorio místico, conservado por la tradición, ha inspirado inmortales obras de arte y es símbolo de su virginidad consagrada. Catalina era ya, desde ese instante, propiedad de Cristo.

Poco después se publicó un edicto del emperador Maximino ordenando a todos sacrificar a los dioses. La ciudad se llenó de tumulto, y Catalina, movida por amor a Cristo, se dirigió directamente al emperador para reprender su idolatría. Maximino quedó sorprendido por la sabiduría y el valor de aquella doncella. Para refutarla, convocó a cincuenta filósofos paganos, los más eruditos de la corte. Catalina, asistida por un ángel, sostuvo con ellos una brillante disputa sobre la encarnación del Verbo, citando incluso a autores paganos. Con claridad luminosa, los condujo a la verdad hasta que confesaron su derrota.

Enfurecido, Maximino hizo encender una hoguera para quemar a los filósofos convertidos. Catalina los consoló, diciendo que el fuego les serviría de bautismo y los purificaría para entrar en la gloria de Dios. Después ordenó el tirano que azotaran a la santa y la encerraran sin alimento en un calabozo. Pero los ángeles la visitaban y la alimentaban; una paloma le llevaba cada día su sustento. La emperatriz Constancia, admiradora de Catalina, la visitó junto con el edecán Porfirio. Al verla iluminada con luz sobrenatural y escuchar sus palabras, ambos se convirtieron y más tarde morirían mártires.

Maximino, desesperado por doblegarla, recurrió a tormentos inauditos. Mandó fabricar una máquina de cuatro ruedas erizadas de cuchillas para despedazarla. Pero un ángel del Señor destruyó el instrumento, arrojando las ruedas con tal fuerza que mataron a numerosos paganos. Este prodigio encendió la fe de muchos, haciendo todavía más furioso al tirano. Finalmente, Maximino la condenó a la decapitación. Catalina pidió unos instantes para orar y elevó al Señor una plegaria llena de amor, intercediendo por quienes la invocaran en sus necesidades.

Concluida la oración, un soldado le cortó la cabeza, y en lugar de sangre manó leche, signo de pureza celestial. Para que su cuerpo no fuera profanado, los ángeles lo trasladaron milagrosamente al monte Sinaí, donde más tarde se levantaría un célebre santuario en su honor. Su martirio ocurrió el 25 de noviembre del año 308. Su culto se difundió por toda la Iglesia, y su figura brilló tanto en la devoción como en el arte, siendo patrona de vírgenes, filósofos, artesanos y estudiantes. A través de los siglos, la santa virgen ha sido invocada como modelo de sabiduría, fortaleza y pureza heroica.

Lecciones

1. La humildad abre el camino a la verdadera sabiduría

Catalina tuvo que ver su propia miseria para recibir la luz de Cristo; sólo el alma humilde puede conocer la verdad divina.

2. La pureza consagrada es fuerza invencible

Su virginidad custodiada por el cielo muestra que quien se entrega a Cristo con corazón indiviso recibe gracia para vencer cualquier tentación.

3. La verdad debe proclamarse sin temor

Catalina habló ante emperadores y filósofos, recordándonos que la fe no debe ocultarse, incluso cuando el mundo amenaza con la persecución.

4. El martirio es triunfo y coronación del alma fiel

Su muerte gloriosa proclama que la última palabra no pertenece a los tiranos, sino a Cristo, que exalta a quienes mueren por Él.

“Santa Catalina de Alejandría nos enseña que la sabiduría unida a la pureza y al valor hace invencible a quien ama a Cristo con todo el corazón.”

Fuentes: FSSPX, VidasSantas, Wikipedia

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