La Vida de San Ignacio de Loyola

El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios Nuestro Señor y, mediante esto, salvar su alma(Ejercicios Espirituales, [23] Primera semana – Principio y Fundamento – San Ignacio de Loyola)

La película nos presenta inicialmente a Íñigo de Loyola como un hidalgo volcado en las glorias temporales, la caballería y los amores cortesanos. Criado en la corte, su corazón buscaba la honra de los hombres, ignorando que la verdadera nobleza reside en la virtud y la obediencia a Dios.

Dios, en su infinita misericordia, permite a veces que el cuerpo caiga para que el alma se levante. Durante el sitio de Pamplona, una bala de cañón hiere la pierna de Íñigo. Este momento, que parecía el fin de su carrera militar, fue en realidad el inicio de su verdadera milicia. Es trasladado a su casa solariega en Loyola, donde el dolor físico se convierte en el crisol de su transformación.

Privado de sus libros de caballerías, Íñigo se ve obligado a leer la Vida de Cristo y las Vidas de los Santos. Es aquí donde pronuncia aquellas palabras que todo fiel debería grabar en su pecho: “¡Qué baja me parece la tierra cuando miro el cielo!”. Comprende que los santos son los verdaderos caballeros andantes que luchan por el Rey Eterno.

Íñigo abandona su pasado, rinde sus armas ante la Virgen de Montserrat y se retira a una cueva en Manresa. Allí, entre ayunos y disciplinas, escribe los Ejercicios Espirituales, un tesoro de la Iglesia para discernir la voluntad de Dios y vencer las tentaciones del enemigo.

Sus estudios en la Universidad de París lo llevan a conocer a hombres como Francisco Javier. Juntos, hacen votos de pobreza, castidad y obediencia, naciendo así la Compañía de Jesús. Su único estandarte es la Cruz, y su único fin es el combate por la fe bajo las órdenes del Vicario de Cristo.

La película culmina mostrándonos el fruto de su entrega: la expansión del Evangelio hasta los confines de la tierra y su santa muerte, tan sencilla como grande fue su labor para la cristiandad.

Que el ejemplo de San Ignacio nos enseñe que No hay Mayor Gloria que Servir a Dios y que todo lo demás es “estiércol y basura” si no nos conduce a la salvación. Ad Maiorem Dei Gloriam.

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