Examen de conciencia para Sacerdotes

La belleza de un corazón sacerdotal que se deja amar

Desde mi vocación como laico que ama a la Iglesia y reza por sus pastores, quiero compartir con profundo respeto y amor lo que he comprendido con el tiempo: los sacerdotes también necesitan volver al Corazón de Jesús a través del sacramento de la Reconciliación.

El sacerdote no es un hombre cualquiera. Ha sido elegido por el Señor para ser un reflejo vivo de Cristo Buen Pastor, y esa elección no nace de sus méritos, sino del puro amor de Dios.

Como dice el Concilio Vaticano II: “Los sacerdotes, por el Sacramento del Orden, han sido unidos de forma especial a Jesús, el Buen Pastor. Él los ha llamado para ser instrumentos vivos de su amor y misericordia, para continuar su misión de salvar almas. Así como todos los cristianos están invitados a ser santos, los sacerdotes lo están aún más, porque representan a Cristo en medio del pueblo y celebran cada día los misterios sagrados. Cada vez que un sacerdote predica, celebra la Misa o acompaña a los fieles, también Dios actúa en su alma, ayudándolo a crecer en santidad. Jesús quiere que sus sacerdotes vivan unidos a Él, y aunque conoce nuestras debilidades humanas, también derrama su gracia con abundancia para que puedan decir como San Pablo: “y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí.” (Gálatas 2,20).

Por eso, la Iglesia anima con cariño y firmeza a todos los sacerdotes a que no se desaniman, sino que, con humildad y confianza, busquen cada día estar más cerca de Dios. Su vida santa no solo los llena a ellos de alegría, sino que renueva la Iglesia , fortalece a los fieles y da testimonio al mundo del amor inmenso de Jesús.” (Presbyterorum Ordinis, 12).

Por eso, la belleza de un corazón sacerdotal está en dejarse amar y sanar por Cristo, no solo en el altar, sino también en el silencio del confesionario. La confesión frecuente no es solo para los fieles laicos, sino también un refugio de gracia para los sacerdotes (CONGREGACIÓN PARA EL CLERO DIRECTORIO PARA EL MINISTERIO Y LA VIDA DE LOS PRESBÍTEROS n. 50). Volver una y otra vez a los pies del Señor, con humildad y confianza, es parte del camino hacia la santidad sacerdotal, que no consiste en ser perfectos, sino en dejar que Cristo viva cada vez más en ellos, porque cuando un sacerdote se deja reconciliar con Dios, no solo su alma se llena de luz, sino que toda la Iglesia se enriquece con su ejemplo y su testimonio..

El sacerdote que se confiesa, se deja amar por Dios

A veces pensamos que el sacramento de la confesión es solo para los fieles. Pero cuanto más grande es la vocación, mayor debe ser la vigilancia del alma. Un sacerdote que se confiesa con frecuencia es un sacerdote que no se apoya en sí mismo, sino que se deja sostener por la gracia. Jesús no espera de sus sacerdotes una santidad fría y distante, sino una santidad humilde, viva desde la conciencia de ser un hijo perdonado.

Como dijo el Papa Francisco: “Sed vosotros los primeros en pedir perdón a vuestros hermanos. «Acusarnos a nosotros mismos: es un inicio sapiencial, unido al santo temor de Dios» (ibíd.). Será una buena señal si, como hemos hecho hoy, cada uno de vosotros se confesará con un hermano, incluso en las liturgias penitenciales en la parroquia, ante los ojos de los fieles. Tendremos el rostro luminoso, como Moisés, si con la mirada conmovida hablaremos a los demás de la misericordia que nos ha sido dada. Es el camino. No hay otro. Veremos al demonio del orgullo caer como un rayo del cielo, si en nuestras comunidades se cumplirá el milagro de la reconciliación. Sentiremos que somos un poco más el Pueblo que pertenece al Señor, en medio del cual Dios camina. Este es el camino.” (ENCUENTRO CON EL CLERO DE ROMA DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO Basílica de San Juan de Letrán Jueves, 7 de marzo de 2019).

La confesión frecuente hace al sacerdote más humano, más cercano, más misericordioso. Le permite mirar al penitente no desde el deber, sino desde la compasión. Y su palabra tiene más fuerza, porque brota de la verdad viva.

Humildad, caridad y un corazón que arde por Cristo

Confesarse no es una debilidad para el sacerdote, sino una señal de su grandeza espiritual. Es reconocer que el amor de Dios no se gana, se recibe. Es regresar a la fuente para poder dar agua viva a los demás.

Como dijo san Juan Pablo II: “Redescubramos con alegría y confianza este Sacramento. Vivámoslo ante todo para nosotros mismos, como una exigencia profunda y una gracia siempre deseada, para dar renovado vigor e impulso a nuestro camino de santidad ya nuestro ministerio. Al mismo tiempo, esforcémonos en ser auténticos ministros de la misericordia. En efecto, sabemos que en este Sacramento, como en todos los demás, a la vez que testimoniamos una gracia que viene de lo alto y obra por virtud propia, estamos llamados a ser instrumentos activos de la misma. En otras palabras —y eso nos llena de responsabilidad— Dios cuenta también con nosotros, con nuestra disponibilidad y fidelidad, para hacer prodigios en los corazones. Tal vez más que en otros, en la celebración de este Sacramento es importante que los fieles tengan una experiencia viva del rostro de Cristo Buen Pastor. ” (Carta del Santo Padre Juan Pablo II a los sacerdotes para el Jueves Santo de 2002).

Cuando un sacerdote se confiesa con humildad, su alma se fortalece en la verdad. Aprende a detectar las pequeñas distracciones que enfrían la caridad, los apegos sutiles, la rutina que apaga el fervor. Vuelve a escuchar en el silencio del confesionario: “y una voz desde el cielo dijo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección».” (Marcos 1,11).

Un sacerdote que se confiesa, transforma el mundo.

La fecundidad del sacerdocio no depende solo del conocimiento o la experiencia, sino de la profundidad espiritual del alma sacerdotal . Y esa profundidad se cultiva en la confesión, donde el sacerdote se arrodilla como hijo y sale fortalecido como padre. El testimonio de un sacerdote que se confíesa con regularidad tiene un poder enorme. Su ejemplo arrastra, su cercanía conmueve, su paz contagia. No porque sea perfecto, sino porque ha sido abrazado por la misericordia de Dios .

Querido sacerdote, desde lo más profundo de mi corazón de laico que reza por ti, te invito con todo respeto: no te alejes de ese sacramento que tú mismo tantas veces ofreces. Jesús te espera allí también a ti, con la misma ternura con la que esperas a cada alma que llega al confesionario.

Una súplica desde el corazón de la Iglesia

Hoy el mundo necesita sacerdotes santos, pero sobre todo, sacerdotes que se dejen amar y perdonar . Que vuelvan una y otra vez al Corazón de Jesús. Que no se acostumbren al cansancio, ni a las heridas no sanadas, ni a la frialdad espiritual. Que vuelvan como hijos al Padre, una y otra vez, para volver con más fuerza como pastores de su pueblo.

La confesión frecuente no es un peso, es un don. No es una obligación más, sino un regalo de Jesús a su Iglesia: “Aunque sus pecados sean como la escarlata, se volverán blancos como la nieve; aunque sean rojos como la púrpura, serán como la lana.” (Isaías 1,18).

Querido sacerdote: el mundo te necesita santo. La Iglesia te necesita renovada. Y Jesús, que te llamó, te espera cada día para abrazarte, perdonarte y fortalecerte. Porque solo el sacerdote que se deja amar, puede amar verdaderamente en nombre de Cristo.

Examen de conciencia para Sacerdotes

Este examen de conciencia para sacerdotes fue creado por la CONGREGACIÓN PARA EL CLERO: EL SACERDOTE CONFESOR Y DIRECTOR ESPIRITUAL MINISTRO DE LA MISERICORDIA DIVINA.

1. «Por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad » (Juan 17, 19) 

a. ¿Me propongo seriamente la santidad en mi sacerdocio?

b. ¿Estoy convencido de que la fecundidad de mi ministerio sacerdotal viene de Dios y que, con la gracia del Espíritu Santo, debo identificarme con Cristo y dar mi vida por la salvación del mundo?

2. «Este es mi cuerpo» (Mateo 26, 26) 

a. ¿El santo sacrificio de la Misa es el centro de mi vida interior?

b. ¿Me preparo bien, celebro devotamente y después, me recojo en acción de gracias?

c. ¿Constituye la Misa el punto de referencia habitual de mi jornada para alabar a Dios, darle gracias por sus beneficios, recurrir a su benevolencia y reparar mis pecados y los de todos los hombres?

3. «El celo por tu casa me devora» (Juan 2, 17) 

a. ¿Celebro la Misa según los ritos y las normas establecidas, con auténtica motivación, con los libros litúrgicos aprobados?

b. ¿Estoy atento a las sagradas especies conservadas en el tabernáculo, renovándolas periódicamente?

c. ¿Conservo con cuidado los vasos sagrados?

d. ¿Llevo con dignidad todos las vestidos sagrados prescritos por la Iglesia, teniendo presente que actúo in persona Christi Capitis?

4. «Permaneced en mi amor» (Juan 15, 9) 

a. ¿Me produce alegría permanecer ante Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento, en mi meditación y silenciosa adoración?

b. ¿Soy fiel a la visita cotidiana al Santísimo Sacramento?

c. ¿Mi tesoro está en el Tabernáculo?

5. «Explícanos la parábola» (Mateo 13, 36) 

a. ¿Realizo todos los días mi meditación con atención, tratando de superar cualquier tipo distracción que me separe de Dios, buscando la luz del Señor que sirvo?

b. ¿Medito asiduamente la Sagrada Escritura?

c. ¿Rezo con atención mis oraciones habituales?

6. Es preciso «orar siempre sin desfallecer» (Lucas 18, 1)  

a. ¿Celebro cotidianamente la Liturgia de las Horas integralmente, digna, atenta y devotamente?

b. ¿Soy fiel a mi compromiso con Cristo en esta dimensión importante de mi ministerio, rezando en no mbre de toda la Iglesia?

7. «Ven y sígueme» (Mateo 19, 21) 

a. ¿Es, nuestro Señor Jesucristo, el verdadero amor de mi vida?

b. ¿Observo con alegría el compromiso de mi amor hacia Dios en la continencia del celibato?

c. ¿Me he detenido conscientemente en pensamientos, deseos o actos impuros; he mantenido conversaciones inconvenientes?

d. ¿Me he puesto en la ocasión próxima de pecar contra la castidad?

e. ¿He custodiado mi mirada?

f. ¿He sido prudente al tratar con las diversas categorías de personas?

g. ¿Representa mi vida, para los fieles, un testimonio del hecho de que la pureza es algo posible, fecundo y alegre?

8. «¿Quién eres Tú?» (Juan 1, 20) 

En mi conducta habitual:

a. ¿encuentro elementos de debilidad, de pereza, de flojedad?

b. ¿Son conformes mis conversaciones al sentido humano y sobrenatural que un sacerdote debe tener?

c. ¿Estoy atento a actuar de tal manera que en mi vida no se introduzcan particulares superficiales o frívolos?

d. ¿Soy coherente en todas mis acciones con mi condición de sacerdote?

9. «El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Mateo 8, 20) 

a. ¿Amo la pobreza cristiana?

b. ¿Pongo mi corazón en Dios y estoy desapegado, interiormente, de todo lo demás?

c. ¿Estoy dispuesto a renunciar, para servir mejor a Dios, a mis comodidades actuales, a mis proyectos personales, a mis legítimos afectos?

d. ¿Poseo cosas superfluas, realizo gastos no necesarios o me dejo conquistar por el ansia del consumismo?

f. ¿Hago lo posible para vivir los momentos de descanso y de vacaciones en la presencia de Dios, recordando que soy siempre y en todo lugar sacerdote, también en aquellos momentos?

10. «Has ocultado estas cosas a sabios y inteligentes, y se las has revelado a los pequeños » (Mateo 11, 25)  

a. ¿Hay en mi vida pecados de soberbia: dificultades int eriores, susceptibilidad, irritación, resistencia a perdonar, tendencia al desánimo, etc.?

b. ¿Pido a Dios la virtud de la humildad?

11. «Al instante salió sangre y agua» (Juan 19, 34) 

a. ¿Tengo la convicción de que, al actuar “en la persona de Cristo” estoy directamente comprometido con el mismo cuerpo de Cristo, la Iglesia?

b. ¿Puedo afirmar sinceramente que amo a la Iglesia y que sirvo con alegría su crecimiento, sus causas, cada uno de sus miembros, toda la humanidad?

12. «Tú eres Pedro» (Mateo 16, 18)  

Nihil sine Episcopo —nada sin el Obispo— decía San Ignacio de Antioquía:

a. ¿están estas palabras en la base de mi ministerio sacerdotal?

b. ¿He recibido dócilmente órdenes, consejos o correcciones de mi Ordinario?

c. ¿Rezo especialmente por el Santo Padre, en plena unión con sus enseñanzas e intenciones?

13. «Que os améis los unos a los otros» (Juan 13, 34)  

a. ¿He vivido con diligencia la caridad al tratar con mis hermanos sacerdotes o, al contrario, me he desinteresado de ellos por egoísmo, apatía o indiferencia?

b. ¿He criticado a mis hermanos en el sacerdocio?

c. ¿He estado al lado de los que sufren por enfermedad física o dolor moral?

d. ¿Vivo la fraternidad con el fin de que nadie esté solo?

e. ¿Trato a todos mis hermanos sacerdotes y también a los fieles laicos con la misma caridad y paciencia de Cristo?

14. «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Juan 14, 6)   

a. ¿Conozco en profundidad las enseñanzas de la Iglesia?

b. ¿Las asimilo y las transmito fielmente?

c. ¿Soy consciente del hecho de que enseñar lo que no corresponde al Magisterio, tanto solemne como ordinario, constituye un grave abuso, que causa daño a las almas?

15. «Vete, y en adelante, no peques más» (Juan 8, 11)   

El anuncio de la Palabra de Dios:

a. ¿conduce a los fieles a los sacramentos?

b. ¿Me confieso con regularidad y con frecuencia, conforme a mi estado y a las cosas santas que trato?

c. ¿Celebro con generosidad el Sacramento de la Reconciliación?

e. ¿Estoy ampliamente disponible a la dirección espiritual de los fieles dedicándoles un tiempo específico?

f. ¿Preparo con cuidado la predicación y la catequesis?

g. ¿Predico con celo y con amor de Dios?

16. «Llamó a los que él quiso y vinieron junto a él » (Marcos 3, 13)    

a. ¿Estoy atento a descubrir los gérmenes de vocación al sacerdocio y a la vida consagrada?

b. ¿Me preocupo de difundir entre todos los fieles una mayor conciencia de la llamada universal a la santidad?

c. ¿Pido a los fieles rezar por las vocaciones y por la santificación del clero?

17. «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mateo 20, 28) 

a. ¿He tratado de donarme a los otros en la vida cotidiana, sirviendo evangélicamente?

b. ¿Manifiesto la caridad del Señor también a través de las obras?

c. ¿Veo en la Cruz la presencia de Jesucristo y el triunfo del amor?

d. ¿Imprimo a mi cotidianidad el espíritu de servicio?

e. ¿Considero también el ejercicio de la autoridad vinculada al oficio una forma imprescindible de servicio?

18. «Tengo sed» (Juan 19, 28) 

a. ¿He rezado y me he sacrificado verdaderamente y con generosidad por las almas que Dios me ha confiado?

b. ¿Cumplo con mis deberes pastorales?

c. ¿Tengo también solicitud de las almas de los fieles difuntos?

19. «¡Ahí tienes a tu hijo! ¡Ahí tienes a tu madre!» (Juan 19, 26-27) 

a. ¿Recurro lleno de esperanza a la Santa Virgen, Madre de los sacerdotes, para amar y hacer amar más a su Hijo Jesús?

b. ¿Cultivo la piedad mariana?

c. ¿Reservo un espacio en cada jornada al Santo Rosario?

d. ¿Recurro a su materna intercesión en la lucha contra el demonio, la concupiscencia y la mundanidad?

20. «Padre, en tus manos pongo mi espíritu » (Lucas 23, 44) 

a. ¿Soy solícito en asistir y administrar los sacramentos a los moribundos?

b. ¿Considero en mi meditación personal, en la catequesis y en la ordinaria predicación la doctrina de la Iglesia sobre los Novísimos?

c. ¿Pido la gracia de la perseverancia final y invito a los fieles a hacer lo mismo?

d. ¿Ofrezco frecuentemente y con devoción los sufragios por las almas de los difuntos?

Querido sacerdote: también tú eres hijo amado

Antes de ser ministro, eres hijo amado. Jesús te espera también a ti en el confesionario, no para juzgarte, sino para sanarte y fortalecerte. No estás solo: la Iglesia necesita tu santidad, y muchos laicos, como yo, rezamos por ti con cariño.

Confesarte con frecuencia no es señal de debilidad, sino de confianza en el amor de Dios. Desde ese perdón que tú también recibes, tu ministerio se vuelve más humano, más luminoso y más fecundo.

Gracias por tu entrega generosa, por ser instrumento vivo de la gracia de Cristo. Gracias por dejar que Su luz y Su amor nos alcancen a través de tu ministerio.

“Que la Virgen María te acompañe siempre y te guía cada día con ternura hacia el Sagrado Corazón de Jesús.”

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