
Historia
San Juan de Beverley nació hacia el año 640 en Harpham, Yorkshire en Inglaterra, y fue formado en la célebre escuela de Canterbury bajo la guía de San Teodoro de Tarso y San Adrián de Canterbury. Su formación lo llevó a una vida profundamente espiritual y entregada al servicio pastoral. Más tarde, se unió al monasterio de Whitby, donde su humildad, amor al estudio y fervor litúrgico lo hicieron destacar. En 687 fue consagrado obispo de Hexham y en 705 fue nombrado arzobispo de York, cargo desde el cual ejerció un liderazgo santo y sabio.
Como pastor, San Juan vivió con entrega total: visitaba enfermos, consolaba a los pobres y formaba a los clérigos con paciencia y amor. Uno de los momentos más conmovedores de su vida fue el milagro con un joven sordomudo, a quien le enseñó a hablar sílaba por sílaba, tras hacer sobre él la señal de la cruz y orar intensamente. Este milagro, narrado por el Venerable Beda, discípulo suyo, es signo del poder transformador de la caridad pastoral vivida con fe. San Juan también ordenó al mismo Beda como diácono y sacerdote.
Al final de su vida, agotado por el trabajo apostólico, San Juan se retiró en 717 al monasterio que él mismo había fundado en Beverley, donde murió en paz el 7 de mayo del 721. Su santidad siguió dando fruto tras su muerte, pues su tumba se convirtió en lugar de peregrinación y su intercesión es invocada especialmente por los sordos, estudiantes y clérigos.
Lecciones
1.La santidad se forja en el servicio humilde:
San Juan de Beverley nos enseña que la verdadera grandeza se encuentra en servir a los más necesitados con amor y paciencia.
2. La educación como camino de redención:
Su dedicación a enseñar a los marginados destaca la importancia de la educación como medio para dignificar y liberar.
3. La oración como sustento del ministerio
A pesar de sus responsabilidades, siempre encontró tiempo para la oración, recordándonos que la vida espiritual es esencial.
4. Un pastor santo deja discípulos santos
El hecho de que el Venerable Beda haya sido ordenado por él, muestra que un sacerdote o laico que busca ser santo, multiplica la gracia en otros.