
Historia
En la segunda mitad del siglo XIX, en las fértiles tierras de Uganda, una semilla nueva comenzó a crecer: la fe católica. Los Padres Blancos, misioneros enviados por el cardenal Charles Lavigerie, llegaron a evangelizar con celo ardiente. Su predicación no cayó en saco roto. Pronto, muchos jóvenes ugandeses abrazaron la fe cristiana con fervor y cambiaron radicalmente su forma de vivir, dejando atrás la superstición, la brujería y los pecados públicos.
Pero no todo era luz. El rey Mwanga II, sucesor del rey Mutesa, vivía inmerso en la oscuridad del pecado. Practicaba abiertamente la homosexualidad, utilizando su poder para abusar sexualmente de los jóvenes pajes que servían en su corte. Para él, oponerse a este vicio era una traición personal. Fue entonces cuando San José Mukasa Balikuddembe, un católico convertido y jefe de los pajes reales, tuvo el valor de reprender con firmeza al rey por sus crímenes y advertirle, con la Palabra de Dios, que la homosexualidad es un pecado abominable que clama al cielo (cf. Lev 18,22; Rom 1,26-27; 1 Cor 6,9-10).
El 15 de noviembre de 1885, José fue decapitado por orden del rey, convirtiéndose en el primer mártir ugandés. Había preferido perder la vida antes que callar ante el pecado mortal y renunciar a su fe católica.
Lejos de acobardarse, otros jóvenes del palacio se fortalecieron en la fe. Uno de ellos fue el pequeño Denis Sebuggwawo, quien enseñaba el catecismo a sus compañeros y defendió a otro joven ante los intentos de abuso del rey. Fue asesinado por confesar a Cristo con valentía. Le dijo a su verdugo: “Soy cristiano y lo seré hasta la muerte”. ¡Tenía apenas 14 años!
A la muerte de José Mukasa, el cargo de jefe de los pajes fue asumido por San Carlos Lwanga, joven catequista y ferviente católico. Sabía muy bien que la batalla no era sólo contra un tirano, sino contra el pecado que degrada el alma y ofende a Dios profundamente. Reunía en secreto a los jóvenes y les instruía con las Sagradas Escrituras:
“El cuerpo es templo del Espíritu Santo… los que practican la homosexualidad no heredarán el Reino de Dios…” (cf. 1 Cor 6,9-10).
“El castigo por sus extravíos les espera” (cf. Rom 1,26-27).
Carlos Lwanga no sólo los instruía, los fortalecía en la virtud de la pureza y en la fidelidad a Cristo. Los preparaba para el martirio.
El rey, encolerizado, reunió a sus empleados y declaró: “Desde hoy, queda prohibido practicar la religión cristiana. Los que renuncien, vivirán. Los que quieran seguir siendo cristianos, den un paso al frente.”
Carlos fue el primero en dar un paso al frente. Luego lo siguió el pequeño Kisito, de apenas 13 años, y así uno por uno.
Fueron encarcelados y torturados. En la oscuridad del calabozo, Carlos bautizó a los que aún no habían recibido el sacramento, preparándolos para entregar su vida a Cristo. Tras varios días de camino, fueron llevados a Namugongo, donde el 3 de junio de 1886, en la solemnidad de la Ascensión, fueron quemados vivos. Las llamas no acallaron su fe: murieron cantando himnos al Señor.
En total, 22 católicos fueron martirizados ese año, junto con algunos anglicanos. Su sangre fecundó la tierra de África, y como dijo Tertuliano: “La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”.
Lecciones
1. La pureza vale más que la vida:
Estos jóvenes santos prefirieron morir quemados antes que manchar su alma con pecados impuros. San Carlos Lwanga y sus compañeros nos enseñan que la pureza es un tesoro innegociable, una virtud heroica en nuestros días, donde la impureza y la confusión sexual se presentan como “derechos”. La homosexualidad practicada es pecado mortal (CIC 2357), y estos mártires lo denunciaron con valentía.
2. El deber de corregir el pecado con caridad y verdad:
San José Mukasa corrigió al rey, aún sabiendo que le costaría la vida. Nos deja el ejemplo de la corrección fraterna hecha con amor, verdad y fidelidad al Evangelio. No basta callar ante el mal: es necesario hablar con claridad y misericordia.
3. Ser cristiano es estar dispuesto al martirio:
Estos santos no negociaron con el mundo. Cuando llegó la hora de decidir, prefirieron el fuego del martirio al fuego eterno del infierno. Sus cuerpos ardieron, pero sus almas volaron al cielo, donde fueron coronados como verdaderos soldados de Cristo.
4. El martirio fecunda la Iglesia:
Hoy, Uganda es una nación con millones de católicos. Los frutos de la sangre de estos jóvenes siguen creciendo. Ellos nos muestran que la fidelidad en la prueba transforma el mundo.
5. La educación en la fe desde la juventud da frutos de eternidad:
Muchos de estos mártires eran adolescentes y niños. La catequesis, los sacramentos, y el testimonio de los misioneros les prepararon para la gloria. Nunca es demasiado pronto para formar a los jóvenes en la verdad, el amor y la virtud.
“Que ningún joven católico se deje robar la fe ni la pureza: San Carlos Lwanga y sus mártires nos recuerdan que la santidad vale más que la vida.”