
Historia
San Alejandro Sauli nació en Milán en 1534, en una familia noble y profundamente cristiana. Desde joven mostró una inteligencia brillante, una piedad sincera y una docilidad extraordinaria. A los catorce años fue enviado a estudiar a Pavía, donde destacó por su amor a la verdad y su vida virtuosa. Todo indicaba que tendría una carrera prometedora en la corte, pues el emperador Carlos V mismo lo nombró su paje. Pero Dios tenía para él un destino mucho más alto: dejar el mundo para abrazar la cruz de Cristo.
Movido por el Espíritu Santo, Alejandro renunció a todo honor humano y pidió ser admitido en la Congregación de los Clérigos Regulares de San Pablo, conocidos como los bernabitas. Antes de ser aceptado, fue probado en su humildad: debía cargar una gran cruz de madera por las calles de Milán y predicar al pueblo sobre la vanidad del mundo y la necesidad de servir a Dios. Lo hizo sin vacilar, vestido aún con su traje de paje imperial. Aquel día, multitudes se convirtieron al oír sus palabras, y él fue admitido en el noviciado. Desde entonces, los bernabitas conservan la costumbre de llevar una cruz al comenzar su vida religiosa en memoria de este hecho.
En el convento, Alejandro se distinguió por su amor al silencio, la penitencia y la obediencia. Combatió sus defectos con humildad heroica, pidió los oficios más duros y humillantes, y halló en la oración y la meditación la fuente de su fortaleza espiritual. Su ideal era imitar a Cristo Crucificado y agradar a la Virgen María por medio de la pureza y la humildad. A los 22 años profesó sus votos perpetuos, y poco después fue ordenado sacerdote. Su amor a la verdad lo llevó a estudiar profundamente la teología, llegando a ser uno de los grandes doctores y predicadores de su tiempo.
A los 33 años fue elegido Superior General de los bernabitas, y su celo apostólico pronto llamó la atención de San Carlos Borromeo, quien lo eligió como confesor y colaborador. Gobernó con firmeza y ternura, manteniendo la fidelidad a las reglas de su orden y siendo ejemplo de vida religiosa. Su devoción al oficio divino y a la Sagrada Misa era profunda y constante, y su caridad paternal ganaba los corazones de todos.
El Papa San Pío V, viendo en él a un verdadero pastor, lo nombró obispo de Aleria, en Córcega, una diócesis abandonada y sumida en la ignorancia. Al llegar, encontró templos destruidos, clero desanimado y pueblos casi paganos. Pero su fe y su amor a las almas lo impulsaron a recorrer la isla a pie, visitando aldeas, confesando a los fieles, enseñando el catecismo y reformando la vida del clero. Los corsos lo llamaban “el Ángel de la Paz” porque donde él pasaba desaparecían los odios y renacía la concordia.
Con su celo pastoral fundó un seminario, restauró iglesias y escribió obras para la formación del clero. Fue un verdadero padre y maestro de sacerdotes, animándolos a vivir con pureza, obediencia y celo apostólico. Su vida era un reflejo constante de la caridad de Cristo: dormía pocas horas, oraba largamente y celebraba la Santa Misa con lágrimas y éxtasis. Su devoción a la Santísima Virgen era filial y profunda: rezaba el rosario cada día, ayunaba los sábados y confiaba todas sus misiones a su maternal intercesión.
Dios confirmó su santidad con muchos milagros. Una vez, durante una gran sequía, su oración provocó una lluvia abundante, y en otra ocasión, cuando piratas se acercaban a Córcega, su confianza en Dios desató una tormenta que hundió las naves enemigas. Fue llamado luego al obispado de Pavía, donde continuó su labor con el mismo espíritu de pobreza y sacrificio, hasta que murió santamente el 11 de octubre de 1592. Su cuerpo fue venerado como el de un verdadero santo, y su tumba se convirtió en fuente de milagros. Fue canonizado por San Pío X en 1904.
Lecciones
1. La verdadera grandeza está en la humildad. Dejó los honores de la corte para abrazar la cruz de Cristo, mostrando que solo quien se abaja es exaltado por Dios.
2. El celo apostólico nace de la oración. Su vida interior alimentó su fecundidad pastoral: oraba de rodillas horas enteras antes de predicar o celebrar la Misa.
3. El amor a la Virgen María es fuente de fidelidad. Rezaba el rosario diariamente y ayunaba en sus fiestas, confiando siempre en su intercesión maternal.
4. El pastor santo transforma su pueblo. En Córcega, su caridad y firmeza cambiaron una diócesis abandonada en una tierra de fe viva y reconciliada.
“San Alejandro Sauli nos enseña que la santidad se conquista abrazando la cruz con humildad, sirviendo a las almas con amor y caminando siempre bajo el amparo de María.”