
Historia
San Antonio María Claret fue un alma completamente abrasada por el amor de Dios y la Virgen María. Nació en Sallent, Cataluña, en 1807, en el seno de una familia humilde de tejedores, pero su espíritu no conoció límites humanos. Desde niño, su corazón ardía por la eternidad: “pensaba siempre, siempre, siempre en el cielo o en el infierno”, escribió más tarde. Aquella conciencia viva de lo eterno lo impulsó toda su vida a trabajar sin descanso por la conversión de los pecadores.
Desde joven, mientras ayudaba a su padre en el taller, Claret sentía el llamado de Dios. Intentó seguir el camino del arte y la industria, pero su alma ansiaba algo más que el éxito terrenal: deseaba ganar almas para Cristo. A los diecisiete años dejó todo por el seminario y fue ordenado sacerdote en 1835. Su amor por la Virgen María era tan profundo que añadió su nombre al suyo: “María Santísima es mi madre, mi madrina, mi maestra, mi directora y mi todo después de Jesús”.
Su vida sacerdotal fue una verdadera llama misionera. Predicó incansablemente por toda Cataluña, las Islas Canarias y luego por Cuba, donde fue enviado como arzobispo de Santiago. Predicaba ocho, diez o hasta doce veces por día, confesaba multitudes, rezaba largas horas por la noche, y nunca guardaba un centavo: vivía de la Providencia. Su único tesoro era Cristo, y su fuerza, el Inmaculado Corazón de María.
Fundó en 1849 la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, conocidos hoy como Claretianos. Con ellos quiso perpetuar el fuego del apostolado que consumía su corazón: llevar el Evangelio a los pobres y formar sacerdotes santos. Fue también fundador de escuelas, academias, librerías y obras de caridad, pues comprendía que el apostolado debía abrazar todas las dimensiones del alma humana.
Como arzobispo en Cuba, reformó una diócesis devastada por la inmoralidad y la ignorancia religiosa. Restableció seminarios, fundó escuelas y obras de caridad, y evangelizó con celo incansable. Su vida fue un desafío viviente a la masonería y al liberalismo, enemigos de la fe católica. Fue herido en un atentado y, al igual que su Señor, perdonó a su agresor. En medio de las persecuciones, solo repetía: “Ya descansaré de una vez cuando vaya al cielo”.
Tras su misión en Cuba, fue nombrado confesor de la reina Isabel II de España. Vivió con humildad en medio de la corte, llevando siempre a Cristo a los palacios y a los pobres. Durante los últimos años de su vida, recibió un don místico singular: conservar la Presencia Eucarística en su pecho de una comunión a otra. Su corazón se convirtió literalmente en un tabernáculo viviente.
Murió en el destierro, en el monasterio de Fontfroide (Francia), el 24 de octubre de 1870, diciendo con su vida que solo vale la pena vivir para amar y servir a Cristo. Sus restos reposan hoy en Vic, donde sus hijos espirituales continúan su obra.
Lecciones
1. Vivir solo para la eternidad: San Antonio María Claret comprendió desde niño que la vida solo tiene sentido a la luz de lo eterno. Su ejemplo nos enseña a vivir cada día pensando en el cielo, donde Cristo y María nos esperan.
2. El amor apostólico vence toda comodidad: Claret no buscó honores ni riquezas; su única pasión fue salvar almas. Como sacerdotes y laicos, debemos preguntarnos: ¿ardemos con ese mismo celo por las almas?
3. La pureza y la pobreza son fuerzas del alma misionera: El santo renunció a toda riqueza material y vivió en castidad heroica. Solo el corazón libre puede ser plenamente de Dios.
4. El Corazón de María es el camino más seguro hacia Jesús: Toda la obra de Claret brotó de su devoción al Inmaculado Corazón de María. Quien se refugia en su Corazón encontrará el fuego del amor divino.
“San Antonio María Claret nos enseña que el amor ardiente al Corazón de María transforma la vida del sacerdote y del laico en una misión continua por la salvación de las almas.”
