
Historia
San Buenaventura, cuyo nombre de nacimiento fue Juan de Fidenza, nació en 1221 en Bagnoregio, Italia. A los cuatro años enfermó gravemente. Su madre, desesperada, recurrió a San Francisco de Asís, quien lo curó milagrosamente. Al entregarle el niño en brazos, Francisco exclamó: “¡Oh, Buenaventura!”, previendo el destino extraordinario del pequeño. Desde ese momento, su vida estuvo marcada por un profundo vínculo con la gracia divina y con el carisma franciscano.
Desde joven, Buenaventura demostró una inclinación natural por la vida religiosa. Ingresó a la Orden Franciscana a los 17 años, donde destacó por su humildad, inocencia y caridad. Enviado a la Universidad de París, estudió con Alejandro de Hales, quien decía de él: “Este es un verdadero israelita, en quien no parece haber pecado Adán.” Forjó una amistad profunda con Santo Tomás de Aquino, y juntos avanzaron en santidad y sabiduría.
En París, su enseñanza brilló. A los 30 años fue nombrado profesor en la Sorbona, donde explicó con profundidad las Sentencias de Pedro Lombardo. Cuando Santo Tomás le preguntó de dónde provenía su sabiduría, Buenaventura le mostró un crucifijo sobre su escritorio y le dijo: “De estas sagradas llagas fluyen mis luces.” Esta frase revela la fuente de su vida espiritual: la contemplación viva del Crucificado.
En 1257 fue nombrado Ministro General de los Franciscanos, en medio de una grave crisis interna. Con dulzura sin debilidad, firmeza sin acritud y humildad sin ostentación, restauró la paz y la fidelidad. Durante su mandato, escribió la biografía oficial de San Francisco, visitó conventos y reformó las constituciones. Para él, ser superior era dar ejemplo de caridad y obediencia.
Retirado en soledad en el Monte Alvernia, escribió su obra maestra: Itinerarium mentis in Deum, donde traza el camino del alma hacia Dios, desde lo creado hasta la unión mística. En ella afirma: “La santidad es la más alta sabiduría”. Puso su persona y toda la orden bajo el amparo de la Virgen María, a quien amó profundamente y describió como la estrella que guía en la noche oscura del alma.
Rechazó ser arzobispo de York, pero el Papa Gregorio X lo obligó a aceptar el cargo de Cardenal y Obispo de Albano. Al recibir a los enviados papales, lo encontraron lavando platos en un convento. Les pidió que colgaran el capelo cardenalicio en una rama de árbol hasta terminar su tarea. Su humildad no cambió ni con la púrpura: la dignidad la vestía con sencillez evangélica.
Participó activamente en el Concilio de Lyon, donde ayudó a lograr la unión con los griegos ortodoxos. Exhausto por sus tareas, falleció el 15 de julio de 1274, a los 53 años, en un acto de amor supremo. Recibió la Eucaristía en su lecho de muerte; la hostia, según el testimonio, se posó milagrosamente sobre su corazón, como sello final de su entrega. Fue canonizado en 1482 y proclamado Doctor de la Iglesia en 1588: el Doctor Seráfico (Angelico), cuyo fuego interior sigue ardiendo en quienes buscan a Dios.
Lecciones
1. La humildad es la puerta de entrada a la verdadera grandeza:
San Buenaventura fue teólogo brillante, consejero de reyes, obispo y cardenal… pero lo encontraron lavando platos cuando fue investido con la púrpura cardenalicia. En vez de dejarse llevar por honores, sirvió a Dios en las pequeñas cosas con el mismo amor que en las grandes.
2. El amor a Cristo crucificado transforma la mente y el corazón:
No fue su inteligencia lo que lo convirtió en Doctor de la Iglesia, sino su contemplación. A Santo Tomás le reveló: “Estas llagas son la fuente de mi sabiduría”. Toda su teología nació de contemplar diariamente el crucifijo, no de la vanagloria académica.
3. Quien gobierna con caridad y firmeza, edifica la Iglesia:
San Buenaventura restauró la unidad de su orden en tiempos de tensión. Lo hizo con dulzura, claridad y testimonio. Iluminó, animó, corrigió con mansedumbre y firmeza evangélica.
4. El corazón mariano es una garantía de fidelidad:
Desde que fue elegido superior, puso su persona y a toda la Orden Franciscana bajo la protección de María. Fue un apóstol de su pureza y vivió confiado en su intercesión. Donde está María está la firmeza que necesitamos para perseverar en el camino de la santidad.
“No basta saber de Dios, hay que arder por Él: San Buenaventura nos recuerda que la santidad no se alcanza con diplomas, sino rezando de rodillas, sirviendo al prójimo y el corazón traspasado por el amor del Crucificado.”