
Historia
San Eduardo nació en Islip, cerca de Oxford, en el año 1004. Pertenecía a una familia real marcada por la fe y la fidelidad a Dios. Desde joven se distinguió por su bondad, su amor a la oración y su profundo deseo de servir al Señor. Durante treinta y cinco años de destierro, vivió en Normandía, donde llevó una vida de penitencia, estudio y caridad, preparándose —sin saberlo— para una misión providencial: restaurar la fe y la paz en Inglaterra.
El reino inglés, azotado por guerras e invasiones danesas, clamaba por un rey justo. Dios escuchó ese clamor. Un santo obispo tuvo una visión del apóstol San Pedro, quien le anunció que un hombre casto y lleno de fe sería levantado por Dios para reinar y sanar al pueblo. Ese hombre era Eduardo. Cuando finalmente regresó a Inglaterra, el pueblo lo recibió como a un libertador enviado del cielo.
En el año 1042 fue coronado solemnemente en la iglesia de Winchester. Desde el primer día de su reinado, Eduardo consagró el trono a Cristo y su reino a San Pedro, prometiendo gobernar con justicia y pureza. Contrajo matrimonio con la piadosa Editha, pero ambos decidieron vivir en perfecta castidad por amor a Dios, convirtiéndose en ejemplo de vida conyugal santificada.
Como rey, San Eduardo se destacó por su misericordia, humildad y amor a los pobres. Abolió impuestos injustos, defendió a los oprimidos y promovió la paz entre sus súbditos. En los tribunales, prefería perdonar antes que condenar. Era conocido por su caridad silenciosa: cuando alguien le robaba, decía con serenidad: “Sin duda, ese pobre necesitaba más que yo”.
Su devoción hacia los apóstoles Pedro y Juan era tan grande que ofreció a San Pedro un voto de peregrinación a Roma. Por obediencia al Papa San León IX, cambió el viaje por la construcción de un templo en su honor: la Abadía de Westminster, que aún hoy es uno de los lugares más sagrados de Inglaterra. Allí depositó su alma y su fe.
Un día, un peregrino pidió limosna en nombre de San Juan Evangelista, y el rey, no teniendo dinero a mano, le entregó su anillo real. Años más tarde, dos peregrinos le devolvieron el mismo anillo, diciéndole que San Juan se les había aparecido en Tierra Santa, anunciándoles que pronto lo llevaría al cielo. Seis meses después, en la Navidad de 1065, Eduardo cayó enfermo y comprendió que su hora había llegado.
Antes de morir, exclamó a su esposa: “Virgen te recibí, virgen te devuelvo a Cristo”, revelando así la pureza que había guardado durante toda su vida. Murió el 5 de enero de 1066, lleno de paz y rodeado de su pueblo. Su cuerpo fue hallado incorrupto años después, testimonio de su santidad. Fue canonizado en 1161 por el Papa Alejandro III, y su fiesta se celebra el 13 de octubre, día de la traslación de sus reliquias a Westminster.
Lecciones
1. La pureza es fuerza espiritual. Su castidad fue su escudo contra el pecado y la raíz de su sabiduría. Un corazón limpio ve con claridad la voluntad de Dios.
2. El poder se santifica cuando se vive como servicio. Eduardo gobernó no para dominar, sino para servir, recordándonos que toda autoridad es un don que debe ejercerse con humildad.
3. La caridad transforma los reinos. Su bondad hacia los pobres y su perdón hacia los enemigos mostraron que la justicia sin misericordia es incompleta.
4. La oración sostiene toda obra. Antes de cada decisión importante, Eduardo buscaba la guía de Dios; su vida entera fue una alabanza, incluso en el trono.
“San Eduardo nos enseña que quien vive con pureza y justicia puede transformar un reino entero con la luz del Evangelio.”