San Félix de Valois: Eremita, Fundador de la Trinidad y Libertador de Cautivos

Historia

La tradición refiere que San Félix de Valois nació hacia 1127 en San Quintín o Amiens, y que su linaje era de sangre real, hijo del conde Raúl I de Vermandois y Valois. Recibió en el bautismo el nombre de Hugo, en memoria de nobles antepasados y de santos obispos a quienes su madre profesaba devoción. Su llegada al mundo estuvo rodeada de señales extraordinarias, entre ellas un sueño en que la Virgen y el Niño Jesús anunciaban a su madre la misión futura del hijo que llevaba en el seno: cambiar la flor de Lis por la cruz de Cristo.

Desde su infancia se vio rodeado de intervenciones prodigiosas. Cuando una terrible carestía devastó la región, la nodriza de Hugo tomó su mano infantil para trazar la señal de la cruz sobre el escaso pan disponible, y éste se multiplicó por varios días para alimentar a los pobres. Del mismo modo, bendijo campos y nubes, obteniendo lluvias fecundas que devolvieron la abundancia. Educado luego en casa de su tío, el piadoso conde Teobaldo, aprendió desde niño la caridad heroica, acompañando a su tío en actos de generosidad con los necesitados y socorriendo incluso a leprosos con ternura extraordinaria. Relatos de la época refieren apariciones angélicas que confirmaban la santidad de sus obras.

Creció en un tiempo de grandes tensiones eclesiásticas y pronto fue llevado a la corte, donde se comportó como un caballero cristiano ejemplar. Su fama de virtud creció tanto como la de su valor cuando se unió a la cruzada predicada por San Bernardo; fue temido por los infieles y querido por los suyos. Pero las glorias humanas no llenaban su alma: tras regresar de la cruzada, renunció al mundo y se retiró a una vida eremítica en Gaudelot, donde tomó el nombre de Hermano Félix. Allí imitó a los grandes solitarios de la antigüedad, viviendo en penitencia y oración profunda, y la tradición narra que un cuervo lo alimentaba cada domingo con pan celestial.

La palabra “eremita” proviene del griego “eremos”, que significa desierto o lugar aislado. La vocación de un eremita se hizo más popular entre los primeros cristianos, quienes, inspirados por santos como Elías y Juan el Bautista, deseaban vivir una vida apartada y, por lo tanto, se retiraron al desierto para vivir en oración y penitencia.

La definición de eremita se encuentra en el canon 603 del Código de Derecho Canónico, la norma que rige a la Iglesia Católica (vida eremítica o anacorética)(Un anacoreta es un cristiano que, impulsado por el deseo de vencer a la carne, al mundo y al demonio, se retira del bullicio de la sociedad para vivir en soledad, penitencia y oración, buscando la unión más íntima con Dios, sin dejar de estar al servicio de la Iglesia y del prójimo cuando la caridad lo llama).

Tras cuarenta años de soledad, Dios unió su vida a la de San Juan de Mata. Ambos recibieron señales prodigiosas: un ciervo blanco con una cruz azul y roja sobre la frente les indicó la misión divina que compartirían. Movidos por la gracia, viajaron a Roma, donde el papa Inocencio III, avisado en sueños por un ángel que llevaba los colores trinitarios, aprobó la fundación de la Orden de la Santísima Trinidad para rescatar cautivos cristianos sometidos a tormentos atroces en Berbería. Juan partió luego a Túnez, rescatando centenares de cautivos, mientras Félix quedó al frente del monasterio de Ciervo Frío, lugar de la aparición prodigiosa del ciervo.

En una vigilia de la Natividad de la Virgen, cuando el sacristán olvidó tocar a Maitines, Félix bajó al coro y encontró el templo iluminado y el coro lleno de ángeles revestidos con el hábito trinitario, presididos por la misma Madre de Dios. Unido a las voces celestiales, cantó los Maitines en una gracia extraordinaria que la Orden siempre recordó con devoción. Finalmente, a los 85 años, agotado por los trabajos y penitencias, recibió aviso del cielo de su muerte. Tomó el crucifijo, lo besó con amor extático y entregó su alma el 4 de noviembre de 1212. Las campanas del monasterio repicaron solas, y el santo apareció en gloria a San Juan de Mata, entonces en Roma. Su tumba se convirtió en lugar de peregrinación, especialmente de niños, y su culto fue reconocido oficialmente por la Iglesia siglos después.

Lecciones

1. La renuncia al mundo como camino de libertad interior

San Félix muestra que la verdadera grandeza no está en la nobleza de sangre ni en honores humanos, sino en dejarlo todo por Cristo y abrazar la vida escondida en Dios.

2. La caridad como signo de predestinación

Desde su infancia multiplicó pan y alivió necesidades; Dios confirmó su vocación con signos para manifestar que la caridad es el sello de quienes han sido escogidos para servir al prójimo.

3. El valor de la obediencia a las inspiraciones divinas

Su encuentro con San Juan de Mata y la fundación de la Orden Trinitaria muestran cómo la fidelidad a las señales de Dios transforma la historia y salva innumerables almas.

4. La contemplación como raíz del apostolado

Félix fue primero eremita y luego fundador; su misión nació de décadas de silencio, penitencia y oración, recordando que todo fruto apostólico procede de la unión profunda con Dios.

“San Félix de Valois nos enseña que quien renuncia al mundo y abraza la cruz de Cristo, se convierte en instrumento de liberación y misericordia para innumerables almas.”

Fuentes: FSSPX, VidasSantas, Wikipedia

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