
Historia
San Gerardo María de Mayela fue un humilde hermano redentorista nacido en Muro Lucano, al sur de Nápoles, en 1726. Desde su infancia mostró una pureza y amor extraordinario a Jesús y a María. A los cinco años, mientras oraba en una pequeña capilla, el Niño Jesús se le apareció y jugó con él, entregándole un panecillo blanco, símbolo de la Eucaristía que tanto amaría toda su vida. Esa experiencia marcó para siempre su alma: desde niño quiso recibir a Cristo con el corazón puro y penitente.
Huérfano de padre, comenzó a trabajar como aprendiz de sastre, donde sufrió golpes e injusticias sin quejarse, ofreciendo todo con paciencia por amor a Dios. Cuando intentó ingresar a los capuchinos fue rechazado por su débil salud, pero él repetía: “Dios tiene otro plan para mí”. Y así fue: después de servir al obispo local, entró finalmente en la Congregación del Santísimo Redentor, fundada por San Alfonso María de Ligorio. Antes de partir, dejó una nota a su madre que decía: “Voy a hacerme santo, madre; no penséis más en mí.”
En la comunidad redentorista, Gerardo se entregó con total humildad. Decía: “Soy el más joven, déjenme trabajar mientras ustedes descansan.” Su obediencia era perfecta, su amor a la Virgen intensísimo, y su deseo de santidad ardía como fuego. Hizo el voto heroico de hacer siempre lo más perfecto y repetía sin cesar: “Fiat voluntas tua” —Hágase tu voluntad—, especialmente en las pruebas. Dormía poco, ayunaba mucho y pasaba las noches ante el Sagrario.
Su amor al prójimo era tan grande como su devoción. Curaba enfermos con la señal de la cruz, multiplicaba alimentos para los pobres y reconciliaba familias enemistadas con la sola fuerza del perdón y la caridad. Cuando fue calumniado injustamente, aceptó la humillación en silencio, sin defenderse. Decía: “Dios me justificará si así lo quiere.” Esa paciencia heroica llevó a San Alfonso a exclamar que solo esa prueba bastaba para considerarlo santo.
Dios le concedió dones místicos extraordinarios: éxtasis, bilocación, discernimiento de espíritus y hasta dominio sobre la naturaleza. Se cuenta que detuvo una tormenta con la señal de la cruz y salvó a una barca del naufragio en nombre de la Santísima Trinidad. Pero lo más grande en él no fueron sus milagros, sino su total unión con la voluntad divina, su amor a la cruz y su alegría en el sufrimiento.
En sus últimos días, enfermo de los pulmones, repetía: “Sufro todos los dolores de la Pasión de Cristo, pero me alegro porque estoy unido a Él.” El 15 de octubre de 1755, mirando hacia el cielo, dijo con gozo: “Mira a María”, y entregó su alma al Señor. Tenía apenas 29 años. Fue canonizado por San Pío X en 1904. Hoy es conocido como patrono de las madres, de los niños y de las causas imposibles, ejemplo de obediencia alegre y amor total a Dios.
Lecciones
1. La verdadera santidad está en aceptar la voluntad de Dios con alegría.
Gerardo no buscó grandezas; fue santo porque en todo decía: “Fiat voluntas tua.”
2. El amor a la Virgen María lleva al alma al corazón de Cristo.
Decía: “Mi Señora me ha robado el corazón, y yo se lo he ofrecido como regalo.”
3. El silencio ante la calumnia es más poderoso que mil defensas humanas.
Su humildad ante la injusticia le unió a Cristo crucificado.
4. El sufrimiento ofrecido con amor se convierte en fuente de paz y redención.
Gerardo abrazó la cruz con una sonrisa, porque sabía que por ella se llega al cielo.
“San Gerardo María de Mayela nos enseña que el alma que ama la cruz encuentra en ella la alegría de los santos y la paz del cielo.”
