San Gil: Ermitaño que prefirió a Cristo antes que la gloria del mundo

Historia

San Gil, conocido también como San Egidio, nació en Atenas entre los siglos VII y VIII, en el seno de una familia noble y cristiana. Sus padres lo educaron en la fe y le procuraron una formación amplia en las ciencias, la literatura y la medicina. Desde joven destacó por su inteligencia, pero más aún por su corazón generoso y compasivo, que buscaba reflejar la caridad de Cristo en los más necesitados.

Un día, al encontrarse con un mendigo enfermo y desnudo, le entregó su túnica sin pensarlo. El hombre sanó milagrosamente, confirmando a Gil que la limosna hecha por amor a Dios tiene poder sanador. Desde entonces, su vida se orientó hacia la misericordia. Al morir sus padres, repartió toda su herencia entre los pobres, renunciando al brillo de las riquezas terrenales para abrazar la pobreza voluntaria en Cristo.

Los milagros que Dios obraba por su intercesión en Atenas comenzaron a rodearlo de fama. Pero Gil, que amaba la humildad más que los aplausos, decidió abandonar su tierra natal. Así emprendió viaje hacia Occidente, buscando vivir en el anonimato y en el silencio. Recorrió Marsella y Arlés, donde Dios lo siguió usando como instrumento de curación. Sin embargo, su alma ansiaba la soledad con Dios, y se internó en los bosques del sur de Francia. Se convirtió en eremita (ermitaño).

La palabra “eremita” proviene del griego “eremos”, que significa desierto o lugar aislado. La vocación de un eremita se hizo más popular entre los primeros cristianos, quienes, inspirados por santos como Elías y Juan el Bautista, deseaban vivir una vida apartada y, por lo tanto, se retiraron al desierto para vivir en oración y penitencia.

La definición de eremita se encuentra en el canon 603 del Código de Derecho Canónico, la norma que rige a la Iglesia Católica (vida eremítica o anacorética)(Un anacoreta es un cristiano que, impulsado por el deseo de vencer a la carne, al mundo y al demonio, se retira del bullicio de la sociedad para vivir en soledad, penitencia y oración, buscando la unión más íntima con Dios, sin dejar de estar al servicio de la Iglesia y del prójimo cuando la caridad lo llama).

En el Valle Flaviano, San Gil halló un lugar apartado donde construyó una humilde choza. Allí vivió en oración, penitencia y austeridad, alimentándose únicamente con agua de una fuente cercana y la leche de una cierva que, providencialmente, acudía a él cada día. En esa soledad, Gil se convirtió en un alma contemplativa, unido profundamente a Cristo y a su cruz.

Un día, cazadores del rey visigodo Flavio Guamba persiguieron a la cierva hasta la cueva del ermitaño. Dispararon una flecha que, en lugar de herir al animal, atravesó la mano de Gil. Al descubrir al santo cubierto de sangre, el rey se postró arrepentido. San Gil, lejos de quejarse, ofreció su herida en reparación de los pecados del mundo, mostrando cómo el sufrimiento, unido a Cristo, se convierte en redención.

Conmovido por su santidad, el rey pidió al ermitaño que intercediera por él y lo tomó como consejero. San Gil se convirtió en protector de los inocentes y defensor de los débiles, recordando a todos que el verdadero poder no está en la fuerza del mundo, sino en la gracia de Dios. Su ejemplo atrajo a muchos que buscaban vivir bajo su guía espiritual.

Por insistencia del rey, fundó una abadía en el Valle Flaviano, donde reunió a discípulos que querían imitar su vida de oración y penitencia. Fue elegido abad y vivió como un verdadero padre para los monjes, inculcándoles el amor a la pobreza, la humildad y la intercesión por los pecadores. Más tarde, viajó a Roma, donde el Papa San Benedicto II bendijo y confirmó la fundación, poniéndola bajo la protección de la Santa Sede.

La fama de San Gil se extendió por toda Europa. Carlos Martel acudió a él buscando dirección espiritual. En la Santa Misa, un ángel entregó al santo un papel donde estaba escrito un pecado oculto del duque, junto con la promesa de perdón si se arrepentía. Desde entonces, San Gil fue invocado como patrono de los penitentes, especialmente de aquellos que tienen vergüenza de confesar sus pecados.

San Gil murió hacia el año 721, a los 84 años, después de haber gastado su vida en la oración, la penitencia y el servicio a los más pobres y necesitados. Su sepulcro se convirtió pronto en un lugar de peregrinación, y su culto se extendió por toda la cristiandad medieval. Hoy la Iglesia lo recuerda como un ejemplo de humildad, caridad y fortaleza espiritual, invitándonos a buscar no la gloria de este mundo, sino la gloria eterna de Cristo.

Lecciones

1. La verdadera sabiduría está en Cristo: San Gil prefirió la santidad antes que los honores humanos. Nos enseña que no basta ser cultos o exitosos; debemos buscar ante todo la santidad.

2. La caridad agrada a Dios: al dar su túnica al mendigo y repartir su herencia, nos recuerda que la misericordia con los pobres abre el corazón a la gracia.

3. La humildad es la senda de los santos: huyó de la fama y buscó la soledad, sabiendo que la gloria que viene de los hombres puede ser un obstáculo para amar a Dios con pureza.

4. El confesionario es lugar de victoria: al ayudar a Carlos Martel a vencer la vergüenza, San Gil nos muestra que nunca debemos callar nuestros pecados, porque solo confesándolos con humildad recibimos el perdón y la paz de Dios.

“San Gil nos enseña que la humildad y la confesión sincera son el camino seguro para la santidad y para defender a los inocentes con la fuerza de Cristo.”

Fuentes: FSSPX, VidasSantas, Wikipedia

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