
Historia
En tiempos de los antiguos reinos francos, cuando las guerras y la caza ocupaban el corazón de los hombres, Dios llamó a un príncipe para transformarlo en pastor de almas. Ese príncipe fue San Huberto de Lieja, nacido en Aquitania hacia el año 655, descendiente de Clodoveo, el primer rey cristiano de los francos. Desde niño mostró nobleza y valor, pero su corazón sería conquistado no por la gloria del mundo, sino por el poder de la gracia divina.
Huberto creció en una familia piadosa, educado en la fe y en las virtudes cristianas. Sin embargo, al llegar a la juventud, su amor por la caza y la vida cortesana lo apartaron del camino de Dios. Era un príncipe valiente, diestro en la caza del oso y del ciervo, y en esas aventuras hallaba su placer y su orgullo. Pero el Señor, que nunca abandona a quien ha elegido, lo esperaba en medio de los bosques, entre los cuernos de un ciervo.
Un día de Navidad del año 695, mientras el mundo celebraba el nacimiento del Salvador, Huberto despreciaba la Misa para entregarse a su pasatiempo favorito: la caza. Entonces, en el silencio del bosque, se le apareció un ciervo con una cruz luminosa entre sus astas, y una voz poderosa resonó:
“Huberto, Huberto, si no te conviertes y no llevas una vida santa, pronto serás arrojado a los infiernos.”
Aterrorizado, cayó de rodillas y exclamó como Saulo en Damasco:
“Señor, ¿qué queréis que haga?”
Y la voz respondió: “Ve al obispo Lamberto, y él te instruirá”.
Desde ese instante, Huberto dejó la caza para siempre y se entregó a la penitencia. Se retiró al monasterio de Stavelot, donde abandonó sus riquezas y su título de duque, buscando solo la santidad. Escribió a su esposa una carta de amor espiritual, despidiéndose del mundo para servir a Dios en oración, ayuno y estudio.
Durante su retiro, supo de la muerte de su maestro, San Lamberto, obispo de Tongres, asesinado por denunciar los pecados de la corte. Movido por el Espíritu Santo, Huberto fue a Roma. Allí, el Papa Constantino I lo recibió después de una visión angélica que lo designaba sucesor de San Lamberto. Aunque se resistió por humildad, fue consagrado obispo y regresó a Brabante, donde su predicación y milagros movieron multitudes.
Como obispo, San Huberto trasladó la sede episcopal a Lieja y fundó iglesias, reformó costumbres, consoló a los pobres y convirtió a los pecadores. Su palabra tenía una dulzura irresistible y sus milagros eran incontables: apagó incendios con la señal de la cruz, trajo la lluvia en tiempos de sequía, y liberó a endemoniados. Por su intercesión, los fieles fueron librados de la rabia, de las enfermedades y del miedo.
El santo pastor recibió aviso celestial de su muerte. A pesar de la fiebre, consagró una iglesia antes de entregar su alma al Creador el 30 de mayo de 727, pronunciando las primeras palabras del Padrenuestro. Su cuerpo fue hallado incorrupto, y su tumba se convirtió en lugar de peregrinación y milagros. Canonizado el 3 de noviembre del año 743, es venerado como patrón de los cazadores, modelo de conversión y penitencia.
Lecciones
1. Nadie está demasiado lejos para convertirse. Huberto pasó de ser un cazador mundano a un santo obispo porque escuchó la voz de Dios en medio de su pecado.
2. Dios llama a cada alma de manera única. El Señor usó un ciervo con una cruz para tocar su corazón: así también se sirve de los signos más simples para alcanzarnos.
3. La penitencia verdadera transforma el alma. Abandonar los placeres y someter el cuerpo a la disciplina del espíritu conduce a la verdadera libertad.
4. El celo apostólico nace de la conversión. Huberto no guardó su gracia para sí: se convirtió en misionero, obispo y padre de su pueblo, viviendo solo para la gloria de Dios.
“San Huberto nos enseña que solo cuando dejamos de perseguir los placeres del mundo podemos ser alcanzados por el Amor de Dios que nos persigue desde siempre.”
