
Historia
San Jerónimo (331-420) nació en Estridón, en los confines de Dalmacia y Panonia, en una familia noble y cristiana. Desde joven destacó por su amor a los libros y por su gran inteligencia. A los 17 años fue enviado a Roma para estudiar, donde brilló en sabiduría pero también conoció las tentaciones del mundo. Aun así, la gracia lo alcanzó: pidió el bautismo y lo recibió de manos del Papa Liberio.
Movido por un ardiente deseo de santidad, dejó atrás las glorias humanas y se retiró al desierto de Calcis, donde vivió entre ayunos, lágrimas y estudio de las Sagradas Escrituras. Allí aprendió hebreo y caldeo, sometiendo su cuerpo a duras penitencias para vencer las pasiones. En esas noches de oración y soledad, su amor por la Palabra de Dios se transformó en la misión de toda su vida.
Más tarde fue ordenado sacerdote en Antioquía, aunque siempre conservó el alma de monje. En Constantinopla fue discípulo de San Gregorio Nacianceno, y en Roma trabajó como secretario del Papa San Dámaso. Allí recibió el encargo que lo haría inmortal: traducir la Biblia al latín, dando origen a la Vulgata, versión que la Iglesia reconoció oficialmente y que alimenta aún hoy nuestra fe.
Con su ardor de profeta, San Jerónimo predicó en Roma y atrajo a muchas almas nobles como Santa Paula, Santa Marcela y Santa Eustoquia, que dejaron el mundo para consagrarse a Cristo. Pero también sufrió calumnias y persecuciones. Humillado, partió a Belén, donde estableció un monasterio junto a la gruta del Nacimiento de Jesús. Allí, con oración, estudio y penitencia, dedicó su vida entera a difundir la Palabra de Dios.
Su carácter fuerte y su amor apasionado por la verdad lo llevaron a enfrentarse a herejías como el origenismo y el pelagianismo. No temía a los adversarios: rugía como un león, pero siempre en defensa de Cristo y de la Iglesia. En medio de controversias, mantuvo una amistad espiritual profunda con San Agustín, con quien compartió la lucha contra los errores de su tiempo.
En Belén, San Jerónimo tradujo la Sagrada Escritura desde los textos originales, consultando incluso a rabinos para alcanzar mayor fidelidad. Esta obra monumental fue fruto de un amor radical a Dios y de un celo ardiente por la salvación de las almas. Allí murió el 30 de septiembre del año 420, cerca de 90 años de edad, sostenido solo por la cuerda que le ayudaba a incorporarse en la cama para seguir enseñando hasta el final.
Su cuerpo fue sepultado en la gruta de Belén y luego trasladado a Roma, a la Basílica de Santa María la Mayor. Su memoria quedó grabada en la Iglesia como el doctor máximo en la interpretación de la Sagrada Escritura, el león de Belén que nunca dejó de rugir por Cristo.
Lecciones
1. Amar la Palabra de Dios sobre todas las cosas: San Jerónimo nos recuerda que no hay camino de santidad sin un amor profundo y constante a la Sagrada Escritura.
2. La penitencia y la oración vencen al mundo: su vida en el desierto nos enseña que solo con sacrificio, lágrimas y ayuno se alcanza la verdadera victoria sobre las pasiones.
3. Defender la verdad sin temor: como sacerdote y laico católico, estamos llamados a no callar ante el error, aunque nos traiga incomprensiones y persecuciones.
4. La humildad como camino de santidad: pese a su sabiduría, San Jerónimo siempre buscó vivir como monje, pobre y penitente, mostrando que la grandeza de un hombre está en Cristo y no en los honores del mundo.
“San Jerónimo, león de Belén y amante ardiente de la Palabra de Dios, enséñanos a rugir con la verdad y a vivir con el corazón inflamado de amor a Cristo.”