
Historia
San Luis nació el 25 de abril de 1214 en Poissy y fue bautizado en la misma ciudad, que siempre amó. Hijo de Luis VIII “el León” y de Doña Blanca de Castilla, recibió de su madre una profunda formación cristiana. Ella le repetía: “Hijo mío, antes quisiera verte muerto que culpable de pecado mortal”, frase que Luis guardó toda su vida como norma suprema de conducta.
Luis fue un rey culto: leía latín con fluidez y fundó la biblioteca de la Santa Capilla, donde acogía a sabios del reino. A la par, cultivaba una profunda piedad: rezaba diariamente el Oficio Divino, confesaba frecuentemente y comulgaba en las grandes fiestas. Cada viernes pedía a su confesor que lo disciplinara con plomadas, buscando imitar la penitencia de Cristo.
Luis gobernó con sencillez y transparencia: escuchaba personalmente las quejas de sus vasallos sentado bajo un árbol, defendía a viudas y pobres de los abusos de poder, y exigía cuentas severas a sus jueces. Prohibió la blasfemia, los juegos de azar y el lujo excesivo, logrando 36 años de paz y prosperidad sin rebeliones internas. El Papa Urbano IV lo llamó “Ángel de Paz”.
Cada sábado lavaba los pies a los pobres —sobre todo ciegos y desvalidos— y servía en su mesa a más de cien necesitados. Su amigo Joinville se sorprendía de tanta humildad y Luis le respondió: “¿Cómo desdeñas hacer lo que Dios mismo hizo para enseñarnos?”. Fundó hospitales y conventos, incluyendo el hospicio para 300 ciegos y la Santa Capilla para custodiar la Corona de espinas de Cristo, que llevó descalzo sobre sus hombros con lágrimas de devoción.
En 1248 emprendió su primera cruzada para liberar Tierra Santa. Con valentía dirigió la toma de Damieta, pero una epidemia debilitó a su ejército. Capturado por los musulmanes, Luis soportó el cautiverio con paciencia heroica, sin quejarse, y solo se indignaba al oír blasfemias contra Cristo. Fue liberado pagando rescate, pero permaneció cuatro años en Siria rescatando cautivos y enseñando la fe.
Regresó a Francia tras la muerte de su madre Blanca y continuó gobernando con sabiduría, asesorado por grandes santos y teólogos como Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura y Roberto de Sorbona. La fama de su virtud se extendió por toda Europa y aún el rey de Inglaterra lo buscó como árbitro de paz.
En 1270 partió en una segunda cruzada hacia Túnez. Enfermó de peste y, sintiendo cercana su muerte, mandó acostarse sobre ceniza y entregó a su hijo Felipe consejos escritos para gobernar con temor de Dios. Murió el 25 de agosto de 1270, pronunciando las palabras del salmo: “Entraré, Señor, en tu casa y alabaré tu santo nombre”.
Fue sepultado en San Dionisio y canonizado por el Papa Bonifacio VIII en 1297. Hoy se veneran reliquias suyas —incluyendo su cilicio y disciplina de hierro— en Notre Dame de París. San Luis es modelo de gobernantes, sacerdotes y laicos que buscan la santidad en medio del mundo.
Lecciones
1. La santidad vale más que cualquier corona: ningún poder justifica perder la gracia de Dios.
2. La oración y la penitencia sostienen toda autoridad: quien gobierna su alma, gobierna bien a los demás.
3. La verdadera grandeza es servir a los más pequeños: lavar los pies a los pobres es reinar como Cristo.
4. La justicia sin favoritismos es signo de amor cristiano: proteger al débil es el camino seguro hacia Dios.
“San Luis demuestra que la verdadera realeza consiste en arrodillarse ante Dios y levantarse para servir a los demás.”